De los 15 tipos de galgos que andan en la vuelta, se destacan dos: el banjara, perro que acompaña a culturas nómades de la India, y uno que si bien es poco conocido, es el más alto de todos, el griego. Los 13 restantes también comparten el nombre de pila –galgo–, pero no así el apellido: existen el afgano, el ruso, el azawakh (de origen africano), el escocés, el español, el italiano, el inglés, el australiano, el húngaro, el persa, el árabe, el whippet (británico) y el irlandés. Más allá de historias inherentes a la zona, país o región donde se perfeccionó la raza, vayamos por el tronco del árbol genealógico del galgo haciendo hincapié en el español, que es el más frecuente en Uruguay.

Esta raza es bastante antigua y, según historiadores, sus precursores fueron perros que vieron construir las pirámides egipcias por un lado y los monumentos celtas por el otro. La cuestión es que, en algún momento, ambos llegaron a lo que hoy conocemos como España y de esa forma nació la raza.

Dentro del arte egipcio, o, mejor dicho, como parte de sus creencias, Anubis era un salado y se lo representaba con forma canina. En algunas pinturas encontradas en templos, pirámides y cuevas aparecen imágenes de Anubis y otro tipo de perro de clara similitud con los actuales lebreles (que son aptos para correr a grandes velocidades). Un poquito más cerca en el tiempo, los celtas contaron con perros que, simplificando la cosa, serían el 50 % que faltaba para crear al galgo español que hoy conocemos. Cuando esta gente comenzó a migrar, viajó con sus lebreles por toda Europa, y después llegaron a Asia con los beduinos e incluso hasta India y China.

Durante el Imperio romano todos los perros de la zona se entraron a conocer y mezclar, al igual que sucedió con las diferentes culturas conquistadas. Flavio Arriano, cónsul de Bética, por entonces provincia de la península ibérica, describe en el tratado romano del siglo II a los perros que llevaban los celtas, remarcando la velocidad que alcanzaban. Sorprendía sobre todo la capacidad que tenían para capturar a las codiciadas liebres simplemente corriéndolas. Según el historiador, ya en esos tiempos se estaba llevando a cabo una selección artificial a favor de optimizar esa característica del animal. Añadía un dato: que esa actividad era costumbre de los hispanos, sin que la clase social fuera un inconveniente para poseer un perro de caza, cosa que no era tan frecuente en la época.

Pasó bastante tiempo y lo cierto es que los galgos propiamente dichos sobrevivieron a la caída del Imperio romano, la oscura Edad Media, y las conquistas musulmana y napoleónica.

Era tal el arraigo del flaco corredor en la cultura española que su literatura no omitió sus destrezas. El mismísimo Cervantes presenta a Don Quijote de esta forma: “En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor”. Ahí, en el primer párrafo de una de las novelas más famosas, aparece el galgo antes que los molinos de viento.

Debido a su uso casi exclusivamente rural, era una fija que con los conquistadores españoles estos canes también vinieran para quedarse. Ambientes similares, estilos de vida impuestos por los recién llegados y abundancia de presas hicieron que el galgo, así como llegó, no haya sufrido ningún tipo de variante genética. Es decir que los inmigrantes galgos eran iguales a los que hoy conocemos.

Este perro tiene algunas particularidades. Para empezar, es de las pocas razas caninas puras que existen. Esto se debe a que sus características actuales se lograron por la selección hecha a lo largo del tiempo y no por el cruce con otro tipo de razas. Además, tiene la cucarda del perro más rápido del mundo, con una velocidad que oscila entre los 60 y 70 kilómetros por hora.

Pero ser rápido está bueno si podés ver bien lo que querés cazar. Por eso los galgos tienen una mejor visión estereoscópica que el resto de las razas, es decir que integran dos imágenes que su cerebro logra reunir en una imagen tridimensional y así, enfocando bien el objetivo, consiguen verlo perfectamente en movimiento.

En ONDA

Qué decir del galgo en nuestra cultura: somos legiones los que, alguna vez, viajamos 39 horas recorriendo el país encima de un bondi con un galgo estampado en la chapa. La vieja empresa de transporte ONDA lucía en sus laterales una imagen de uno de estos ejemplares corriendo. Muchos pensaban que la idea había sido copiada de la empresa Greyhound, una línea de transporte norteamericana. Sin embargo, no es así: el galgo nuestro era el español, mientras que el de ellos era uno inglés. Además, el empresario uruguayo parece que frecuentaba las carreras de galgo.

Galgo

El galgo español puede vivir entre 12 y 14 años. El promedio de altura es de entre 60 y 70 centímetros, y su peso oscila alrededor de 20 y 30 kilos, dependiendo de si es hembra o macho. Dentro de sus necesidades energéticas, necesita realizar entre dos y tres paseos diarios o dedicarse al menos dos días a la semana a realizar ejercicio. Dada su fisiología, suelen deshidratarse fácilmente, y por eso el acceso al agua debe estar asegurado y tienen que contar con ella siempre. Dentro de sus enfermedades más frecuentes se destacan la torsión de estómago, problemas articulares y neoplasias óseas.