Es difícil de creer que un caniche toy con un moñito en el cerquillo sea descendiente directo del lobo. No sucede lo mismo con la raza siberian husky que, a golpe de vista, es mucho más lobo que perro. Sin embargo, a pesar de sus similitudes, el siberiano pertenece a la especie canina y no es ningún híbrido de perro y lobo.

Bastante antes de que al amigo Gengis Kan se le diera por comprar (de una manera no muy convencional) los terrenos de básicamente toda Asia y alrededores, varias tribus nómades que habitaban las remotas zonas del norte ya contaban entre sus filas con perros funcionales a su estilo de vida. Originalmente estos perros no pertenecían a una raza concreta: se habían cruzado entre ellos y fueron moldeando su morfología de acuerdo a lo que el clima y el terreno les exigía. La simbiosis con los humanos comenzó gracias a la cooperación que les brindaban a la hora de cazar y transportar el alimento de vuelta al poblado, además de por la protección que significaban.

Dentro de esos poblados aislados, varias tribus usaban a sus perros para las mismas tareas, pero fue la chukchi la que se encargó de empezar a moldear la raza siberian husky que hoy conocemos. Al habitar la zona interior de Siberia, próxima a Alaska, cuando las condiciones climáticas empeoraban, la tribu se veía obligada a recorrer grandes distancias hasta llegar a la costa y obtener recursos marinos para subsistir. Estos desplazamientos llevaron a esos pobladores a replantearse el laburo que los perros deberían realizar para aportar a la causa, entonces pasaron de ser cazadores a servir como animales de tiro, con lo que se convirtieron en vitales para el traslado de víveres hacia el poblado, y así nació el trineo.

Gracias a este pequeño gran aporte del perro, el trineo no sólo se afianzó en el transporte de alimentos, sino que además hizo posible el comercio entre tribus, con lo que se convirtió en uno de los primeros fletes que se conocen. Cuando la cosa estaba brava y era momento de mudarse, a cargar todo arriba del trineo y buscar otras locaciones. Con el tiempo, el siberiano comenzó a profesionalizarse y hasta sacó libreta profesional de chofer de trineos. Para obtenerla, los perros tenían que ser más resistentes que veloces y fuertes. Eran criados para tirar cargas livianas pero a una velocidad siempre constante, ya que la clave estaba en la efectividad con la que se administraba la energía de cada animal; un gasto apresurado supondría una menor capacidad para mantener la temperatura corporal en climas realmente fríos. Para los “fletes” más pesados se requería entrenar no a uno ni a dos sino a todo un grupo de perros, y ahí los genes del lobo pesaron. Los lobos trabajan siempre en grupo, los perros no; la domesticación tuvo sus consecuencias y el trabajo en equipo es una característica que los perros domésticos han perdido a través de las generaciones.

Aunque vivían en condiciones no muy civilizadas (esto depende del punto de vista), los chukchis eran buenos para mantener la descendencia genética de sus perros. Sólo hacían reproducirse a los mejores machos, lo que tuvieran mayores niveles jerárquicos, más resistencia, gran olfato, pelaje denso, y fueran dóciles y fáciles de entrenar. Los machos que no cumplían con tales requisitos también se usaban, pero se castraban, no fuera cosa que dieran descendencia con características indeseadas.

Como los primeros humanos que llegaron al continente americano, los siberianos también hicieron los trámites de aduana en Alaska. Fue en 1908, y eso fue clave para la globalización y el reconocimiento de una raza bastante diferente al perro común. Entraron gracias a los rusos, que ya tenían bastante calado el tema trineo con perros. Tras la fiebre del oro en la zona, los siberianos fueron una pieza fundamental para el transporte y la búsqueda del preciado metal. Y donde hay guita, hay apuestas; rápidamente se crearon carreras de trineos de distancias un tanto largas: 650 kilómetros.

Pero la que verdaderamente valió la pena fue la “gran carrera del suero” de 1925. Tras una epidemia de difteria, era imperiosa la llegada a la zona de la antitoxina para evitar que la enfermedad avanzara. El problema era el clima: por aire no podía llegar, y por tierra sólo alcanzaba una ciudad que estaba a 1.000 kilómetros del foco conflictivo. La única manera de resolverlo era usando equipos y trineo. Así, en apenas cinco días el suero llegó a la ciudad de Nome y evitó una verdadera tragedia sanitaria. Tan heroico fue lo que hicieron estos pichichos que Balto, uno de los perros líderes de aquella epopeya, hoy tiene su estatua en el Central Park de Nueva York.

Husky siberiano

Estos perros-lobo miden aproximadamente entre 50 y 60 centímetros de altura, pesan de 20 a 30 kilos y viven unos 12 o 14 años. Dentro de las enfermedades más comunes se destacan algunas relacionadas con la visión, como cataratas, opacidad de córnea y glaucoma. Padecen dermatitis nasal, hipotiroidismo y deficiencias de zinc, producto de una enfermedad genética que les impide tomarlo del alimento. Tal problema se evidencia por la pérdida de pelo y lesiones en los genitales, cara y patas. También pueden padecer displasia de cadera a cualquier edad.