Tiempo atrás, cuando a uno le preguntaban sobre los resultados de las “pruebas Pisa para animales” no dudaba en responder que seguramente el primer lugar lo ocuparía un chimpancé, un orangután u otro primate. Sin embargo, de un tiempo a esta parte no hay hegemonía y la lista de animales con grados de inteligencia superiores es cada vez más variopinta.

Además de conocer en detalle la anatomía cerebral de los humanos, hemos comenzado a explicar lo que se consideraba insólito: la inteligencia animal ligada a complejos sistemas cognitivos, no tan diferentes al nuestro. Para ingresar al hasta ahora selecto grupo de especies inteligentes, uno de los requisitos que debe cumplir el postulante es su autoconciencia, entendida como la capacidad de separarse del mundo y de comprender los propios actos, deseos, intereses, y hasta su muerte. Reconocerse es una de las funciones más importantes del cerebro; no todos pueden comprender el significado de la primera persona del singular.

En 2006 en el zoológico del Bronx, en Nueva York, los investigadores colocaron un espejo cuadrado de 2,44 metros de lado frente a los elefantes asiáticos Happy, Maxine y Patty. Sorprendentemente, se comportaron como lo habían hecho chimpancés y delfines. Los científicos le pintaron una ceja a Happy, que, tras apartarse unos minutos del espejo, volvió a mirarse y comenzó a utilizar su trompa para explorar la silueta. Para confirmar que su comportamiento no estaba siendo estimulado por el tacto o el aroma, también se lo pintó con pintura incolora, y en ese caso Happy no manifestó interés por la zona.

Anatómicamente el cerebro del elefante está salado: pesa cerca de 5 kilos. En relación a su tamaño corporal, eso no es muy significativo, aunque nos supera en número de neuronas. Además, ciertos sistemas relacionados con la memoria involuntaria, el hambre, la atención, los instintos sexuales, la conducta y emociones como el miedo, la agresividad o el placer, ubicados en el hipocampo, son utilizadas por 0,7% de las estructuras del cerebro, a diferencia del 0,5% que se emplea en el caso de los humanos. La mayoría de los mamíferos nace con un cerebro casi terminado (90%), mientras que estos orejones llegan al mundo con una masa cerebral de 35% en relación a los adultos, por lo que su desarrollo dependerá, en gran parte, del aprendizaje propiciado por sus congéneres, el ambiente y las circunstancias a las cuales se enfrente.

Hechos, no palabras

En etología el altruismo es el patrón de comportamiento según el cual un individuo puede llegar a poner en riesgo su vida para beneficiar a otros miembros del grupo. Se ha observado que esto muchas veces ocurre a la espera de una recompensa. En varias especies se puede entrenar, pero en India hubo evidencias de que tal comportamiento no supera las decisiones que el elefante puede tomar cuando quiere proteger a otros animales. Tras ser entrenados para levantar troncos y ponerlos en huecos, los elefantes se rehusaron a llenar uno de ellos. Cuando los humanos analizaron el hueco, vieron que había un perro escondido, y sólo cuando salió los elefantes obedecieron.

Por otro lado, los elefantes son capaces de utilizar elementos que encuentran en su entorno, como ramas, que manipulan con su trompa cual látigo para repeler moscas o rascarse. También cavan pozos en busca de agua y, tras beber, fabrican una especie de tapón con corteza de árboles y saliva con el fin de que se mantenga fresca y segura, y para evitar su evaporación.

En cautiverio también se rebuscan. Diversas pruebas evidencian que pueden resolver problemas que nunca se encontrarían en la naturaleza para sobrevivir; por ejemplo, al colocarles alimento a una altura a la cual ellos no llegaban, rápidamente trasladaban una caja y la usaban como escalón para alcanzar el objetivo.

En el libro Coming of Age with Elephants, de la británica Joyce Poole, se describen comportamientos bastante inusuales. Después de encontrarse con cercos eléctricos durante su trayecto, los elefantes tomaban rocas con sus trompas, las daban contra el obstáculo para dañarlo y luego envolvían los cables rotos para crear un pasaje seguro para el resto del grupo.

Además, se ha demostrado que son capaces de modificar su comportamiento con el objetivo de resolver situaciones. Un estudio realizado por el japonés Naoko Irie mostró que los elefantes son buenos en matemáticas. Tras colocar un número variable de manzanas en dos baldes frente a elefantes del zoológico de Ueno y grabar su comportamiento, observaron qué tan frecuentemente elegían alimentarse del balde que contenía mayor cantidad. Muchas veces la fruta era colocada en grupos de a tres o cuatro, obligando a sumar la cantidad colocada en cada recipiente para elegir el correcto. Los paquidermos eligieron correctamente 74% de las veces, mientras que el ser humano, en el mismo ejercicio, sólo tuvo éxito en 67% de los casos.

En 2018 los mismos investigadores entrenaron a un elefante asiático de 14 años llamado Authai para usar un panel táctil. El programa fue diseñado para examinar su cognición, de modo que cualquier factor que pudiera influir en los resultados se descartara. El ejercicio consistía en mirar la pantalla, que contenía diferentes tipos y cantidades de frutas. Luego de evaluar dos opciones, la alumna debía indicar con su trompa cuál tenía más. Se utilizaron frutas de distintos tamaños, con el fin de que su elección se basara en el número de elementos y no en la superficie cubierta. Por ejemplo, seis manzanas cubren menos área que dos sandías, pero seis es más que dos. La tasa de éxito fue de 66,8%.