El color del manto piloso de una mascota suele hablar sobre el organismo que recubre. Blanco en los más veteranos, brilloso en los más sanos, lacio, duro, tipo rastas en algunas razas: hay un sinfín de combinaciones posibles. Tal variedad se debe a la injerencia del ser humano en la reproducción de perros y gatos en busca de hacer prevalecer determinadas características. Por esa causa existen razas iguales con tonalidades distintas, independientemente del entorno que las rodea.

Está claro que los colores ayudan a que una especie sobreviva, se reproduzca e incluso se comunique, pero tanto perros como gatos han perdido el control de sus tonalidades de acuerdo a su ambiente y los beneficios que pudieran obtener por eso. Sin embargo, no tomar en cuenta el color del pelo a la hora de pensar en el comportamiento de una mascota o su predisposición a determinadas enfermedades asociadas parecería un error, ya que la tonalidad muchas veces está ligada a detalles nada menores.

Un estudio reciente de la Universidad de California encontró cierta correlación entre el color de pelo de gatos domésticos y su posible tendencia a conductas agresivas. Tras realizar más de 1.200 encuestas a tenedores de gatos y estandarizar a los animales en diferentes grupos de acuerdo al lugar de crianza y la integración del hogar, se pudo concluir que, a pesar de una crianza similar, ciertos colores se repetían mayoritariamente a la hora de hablar de conductas agresivas.

Los resultados aseguran que los más agresivos serían los gatos calicó y carey; ambos muestran un pelaje blanco con manchas marrones, negras o anaranjadas en el caso de los calicós, y de todos los tonos mezclados prácticamente por igual en el carey.

A la inversa, los gatos que mostraron comportamientos más serenos eran en su mayoría monocromo, fueran blancos, anaranjados, negros o grises. Sin embargo, cuando estos se combinaban, aparecían comportamientos más agresivos.

Estas variantes comportamentales podrían deberse al desarrollo embriológico del animal, ya que las diferentes partes del cuerpo se desarrollan a partir de distintas capas o estirpes celulares. Las capas que forman los tejidos dérmicos y el pelo son las mismas que dan lugar al sistema nervioso central de ese embrión. Pero, además, también comparten rutas bioquímicas más complejas. A la hora de sintetizar o producir los pigmentos que darán las tonalidades al pelo intervienen los mismos procesos bioquímicos utilizados para sintetizar algunos neurotransmisores como la dopamina, mensajero químico de gran influencia en el comportamiento del animal.

Si bien no son concluyentes y no se debe elegir a un gato de acuerdo al color de pelo, son datos que comienzan a tomar forma y quizás puedan ayudar a prevenir algunos trastornos del comportamiento.

Lo que si está claro cuando hablamos de colores y gatos es que no todos los gatos de tres colores son hembras. Como toda regla, deben existir excepciones. Uno de cada 3.000 gatos de tres colores es macho.

En el mundo canino también el color puede influenciar en el comportamiento agresivo. En la raza cocker se ha documentado que los de coloración dorada son 60% más agresivos que los negros o con manchas. En ellos los niveles de serotonina –neurotransmisor que controla e inhibe las conductas agresivas y sociales– son significativamente más bajos si se los compara con individuos de la misma raza, pero de distinto tono capilar.

Esa predisposición admite dos explicaciones. Por un lado, la melanina (responsable del color del pelaje) es bioquímicamente similar y comparte las vías donde se sintetizan los neurotransmisores implicados en el comportamiento agresivo. Otra explicación se basa en el fenómeno denominado pleiotropía, que implica a un único gen como desencadenante de dos características diferentes en la misma raza. En este caso sería responsable de darle color al pelo y por otro, de una mayor tendencia a desarrollar agresividad.

Queda para un próximo articulo analizar si existe relación entre el color de pelo y la aparición de ciertas enfermedades.