Se fue sin homenajes. Al fin y al cabo, no era más que una escalera mecánica. Kilos de metal, engranajes, tuercas, cadenas, peldaños y una goma lisa para apoyar las manos. No hubo discursos o sentidos artículos que hablaran de su destrucción. No fue la primera de Uruguay ni será la última, ni la más grande ni la más alta ni la más hermosa. No tiene una entrada en Wikipedia. Se comenta entre gente cercana a la galería que llegó usada al Edificio del Notariado y que venía de las antiguas tiendas por departamento. El relato parece más bien un mito urbano y no fue posible conseguir documentación que lo respalde, pero el chimento adquiere particular significado a la hora de tejer esta especie de obituario. De ser así, venía del fracaso.
Marca Atlas, de porte más bien pequeño (3,53 metros de altura por 9,20 metros de longitud horizontal), se la podría describir como “de perfil bajo” y “aire modesto”. Se la menciona a veces en singular –“la escalera mecánica del Notariado”–, aunque en realidad eran dos, una de subida y otra de bajada. Fue un gran atractivo cuando se inauguró el edificio, un paseo por el que se deslizaban los alumnos del Liceo Francés, un punto de encuentro y probablemente una piedra en el zapato a la hora de cerrar el presupuesto. Desde hacía tiempo reinaba en una galería semivacía.
De acuerdo a las fotos que tomó la gente de la peluquería Jorge y Ángelo, el desguace comenzó en la segunda quincena de marzo de este año. Las imágenes muestran los peldaños cortados de la escalera y las entrañas metálicas al descubierto. Llegó entera, pero se fue en pedazos.
En los últimos años se la veía estática, algo así como un grifo sin agua o una llave sin puerta. En cualquier caso sería injusto achacarle sólo a ella la imagen de decadencia de la galería.
Punto de encuentro
Encontrarse “en las escaleras mecánicas” fue algo común para quienes transitaban a diario por la Galería del Notariado. “Era una referencia de encuentro”, dice la escritora y escribana Verónica Lecomte. “Lo primero que me viene a la cabeza es la sensación de deslizarse, de subir sin esfuerzo. Pero era más que eso, porque siempre te cruzabas con alguien de una manera diferente a la habitual. Cuando vas caminando, administrás la duración del encuentro; en cambio, en la escalera mecánica veías a una persona en el otro extremo, arriba o abajo, la saludabas y ya te preparabas para el momento del cruce y de repente en ese punto le tocabas la mano... La escalera marcaba sus tiempos, hacía que te despidieras. ¡La de veces que me crucé con conocidos en esa cosa que parecía una alfombra mágica!”.
Juan Antonio Varese, escritor e investigador, recuerda que el edificio se inauguró “recién en 1968”, año en que él rendía su último examen para convertirse en escribano. “Era un edificio renovador para la época. Se pensó en una moderna galería con teatro y salas especiales para que fuera un complejo comercial y cultural. Orgullo de los escribanos en una época en que los profesionales gozaban de una buena posición y consideración. Recuerdo que la instalación de la escalera mecánica generó mucha expectativa. Luego, la utilicé muchas veces, pero las cosas que vemos todos los días no nos dejan recuerdos y terminan por pasar desapercibidas. Las galerías hoy están vacías y las escaleras mecánicas, carentes de repuestos, siguen generando gastos que no se pueden solventar”.
La escalera tuvo unos segundos de gloria en el cine uruguayo, en la película de culto La vida útil (Federico Veiroj, 2010), cuando Jorge Jellinek se desliza hacia la peluquería (justamente la de Jorge y Ángelo, uno de los pocos negocios que permanecen hasta hoy) y se corta el pelo. En ese local abandona la valija, el lastre, para volver a subir con su cuerpo enorme y la liviandad de una ilusión. La cámara lo toma de atrás subiendo por la escalera del Notariado, que según estimaciones técnicas debería moverse a 30 metros por minuto.
“No sabía nada sobre la escalera mecánica de la Galería del Notariado y me apenó muchísimo la noticia”, contesta en un correo electrónico Inés Bortagaray, escritora y coguionista de La vida útil. “Creo que el espacio (las escaleras, esa inmersión en las entrañas de una galería que tiene un esplendor que a mí, que he estado tan poco en Manhattan, me hace pensar en la isla vista por Salinger, en la década de los 40, pero releída 20 años después) es esencialmente ficcional, como si al bajar las escaleras se entrara en un relato, una dimensión distinta, con otras licencias, que se mira con extrañeza y también con deslumbramiento”.
Valor y precio
El 20 de febrero de 2020 la Caja Notarial abrió un llamado a licitación para desmontar y sustituir las escaleras mecánicas. En la memoria descriptiva a cargo del ingeniero industrial eléctrico José Pedro Podestá se señala que las escaleras estaban en “mal estado” y su tecnología era “obsoleta”. Finalmente, una resolución del directorio honorario del 28 de abril de ese año rechazó las ofertas recibidas. Pese a varios intentos, no fue posible conversar con autoridades de la Caja Notarial sobre los motivos que llevaron a eliminar las escaleras mecánicas.
En la documentación pública de la página web de la Caja figura que en 2019 se destinaron 275.364 pesos a la antigua escalera mecánica. En el presupuesto de 2020 se previó destinar 4.240.060 pesos a la escalera, pero el gasto no se ejecutó.
En 2021 se previó un gasto de 3.839.445 pesos para la construcción de la escalera fija, algo menos de 90.000 dólares de acuerdo al cambio actual. El balance que da cuenta del presupuesto real ejecutado en este año aún no se publicó.
Entre el asombro y el olvido
“¿Sacaron las escaleras mecánicas? ¡No puedo creerlo!”, dice Mariano Arana, arquitecto y exintendente de Montevideo, al otro lado del teléfono. De inmediato su cabeza vuela hacia las virtudes del proyecto original del edificio, por entonces un prodigio de modernidad. Días después, en su casa, Arana ha separado un libraco que compendia el trabajo de Estudio Cinco, el equipo que ganó el llamado público hecho por la Caja Notarial en 1962. Entre otras novedades, en el Edificio del Notariado se experimentó por primera vez en Uruguay con la construcción de una fachada vidriada, un sistema curtain wall en carpintería de acero inoxidable y chapa doblada. Fueron los primeros vidrios flotados utilizados por estas tierras, es decir, vidrios que se fabrican sobre una capa de estaño fundido para que quede de un grosor uniforme.
Estudio Cinco dejó su impronta en la arquitectura nacional. Edificios muy conocidos por los montevideanos, como los que alojan el sanatorio de Casa de Galicia, el Centro de Protección de Choferes, Presidencia de la República (en sus orígenes destinado a Palacio de Justicia) o el Notariado, llevan su firma.
Entre las 29 propuestas que compitieron por la construcción del Edificio del Notariado, el jurado consagró el proyecto de los arquitectos Barañano, Blumstein, Ferster, Rodríguez Orozco y Rodríguez Juanotena. En la fundamentación se destacó “la flexibilidad, claridad y equilibrio en la organización de sus partes”. En medio de esas “partes” armónicas estaba la escalera mecánica, a modo de cinta entre el arriba y el abajo. Ninguno de los arquitectos que idearon el proyecto vive hoy, aunque continúa existiendo Estudio Cinco. De haber estado presentes, hubiera sido imprescindible una consulta antes de cambiar la escalera.
Las primeras
“Una escalera mecánica está formada por una cadena de peldaños que se mueven a lo largo de un bucle continuo siguiendo una forma específica determinada por unas guías”, explica un artículo del doctor en ingeniería y experto en diseño industrial Juan David Cano Moreno.
La primera patente de un artilugio semejante la registró Nathan Ames en Estados Unidos en 1859. Luego vinieron otras patentes para mejorar el invento pero, según el artículo citado, a pesar de la gran cantidad de pequeñas variaciones que se registraron durante la evolución de las escaleras mecánicas, el diseño básico no cambió gran cosa en los últimos 100 años.
En Uruguay, Tienda Inglesa se adjudica la primera escalera mecánica que llegó al país. Un folleto comercial de la firma ubica el hecho en 1950 en un local de la calle Juan Carlos Gómez, en Ciudad Vieja.
Las escaleras del Notariado llegaron más de una década después y ni siquiera son las primeras que desaparecen. Otras, entre ellas las que estaban en el Banco Hipotecario del Uruguay, en el local donde hoy funciona la Dirección General Impositiva, también fueron sustituidas por escaleras fijas.
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