“El pueblo está en la calle por libertad, trabajo, salario y amnistía. ¿Y nosotros, los cristianos, qué?”. Esta era una de las consignas que evidenciaban el conflicto interno que vivían algunos colectivos católicos y protestantes durante la última dictadura militar: llevar o no el evangelio a la acción política.

Si bien existió una iglesia cómplice de la dictadura, de las desapariciones y la represión, fiel a una tradición reaccionaria y conservadora, en Latinoamérica también se manifestó con fuerza un movimiento ecuménico –integrado por el ala más progresista de la iglesia católica y protestante– más social, asociado a la Teoría de la Liberación, comprometido con la defensa de los pobres y los derechos humanos; convencido de que la transformación sólo era posible desde la política, dicho movimiento se movilizó en diálogo con las organizaciones sociales.

Hoy a las 21.00 en la sala B del Auditorio Nelly Goitiño se estrenará el documental Fe en la resistencia (que irá hasta el 16 en sala B, y del 21 al 26 de setiembre se exhibirá en Cinemateca Pocitos), dirigido por Nicolás Iglesias Schneider, investigador especializado en temas de religión y política. El audiovisual registra el testimonio de algunos referentes que mantuvieron una firme postura de defensa de los derechos humanos, y que se proponían concretar una transformación social. A través de una serie de reflexiones, artículos académicos, materiales de archivo y entrevistas a personas de tradición católica, protestante, judía y afroumbandista, el equipo se propuso nutrir la memoria colectiva y colaborar con la mejor comprensión de la realidad social, política y religiosa que vive el país.

Así, por medio de figuras vinculadas con la iglesia metodista, como el escritor, dramaturgo y ex integrante del Movimiento de Liberación Nacional Hiber Conteris, o los pastores Emilio Castro (miembro fundador del Frente Amplio y colaborador del semanario Marcha) y Ademar Olivera (preso durante la dictadura, presidente emérito del Museo de la Memoria y actual miembro del Grupo de Verdad y Justicia), y líderes que contribuyeron a la creación del Servicio Paz y Justicia Uruguay (Serpaj) y protagonizaron el histórico ayuno de 1983, como forma de resistencia no violenta, el documental reconstruye el entramado entre grupos religiosos, movimientos sociales y actores políticos, desde el que evidencia la distancia del rol social y político que ejercieron algunos sectores religiosos durante la dictadura. En la misma línea, retoma premisas esenciales de los años 60 y 70, como el diálogo cristiano marxista (en el que también participaron dirigentes de los partidos Comunista y Socialista), la legitimidad del uso de las armas y la teología de la no violencia, las denuncias contra la dictadura que protagonizaron organismos religiosos uruguayos, y las reuniones en la cárcel, con ayunos y ritos que, en su momento, configuraron otras formas de resistencia, protagonizada por un grupo de personas de distinto pensamiento que “encontraron un espacio en común para la acción”.

Tensiones internas

Iglesias cuenta que el documental se propuso colectivizar estos testimonios de resistencia, aunque también quisieron consignar la presencia de grupos religiosos que “sostenían y favorecían el discurso militar”: “Sólo queda planteada la tensión interna, la existencia del mecanismo de delación para aquellos que estaban más comprometidos, de que había misioneros espías de la CIA, e infiltración de tiras y agentes que escuchaban los sermones y ejercían presión, pero no fue algo que profundizamos”. Por eso, el eje central de la narración se concentra en la confluencia de distintos actores en la defensa de los derechos humanos.

Para el director, este rol de resistencia de algunos grupos religiosos ha sido invisibilizado a partir de la escasísima mención en los libros académicos, en las reflexiones o el relato sobre el pasado reciente. “Es que por una mala comprensión de la laicidad, que entiende que lo religioso no es relevante para el estudio académico, nunca estuvo presente”, y frente a este panorama, creyó que se volvía necesario registrar el testimonio –en primera persona– de algunos de sus protagonistas.

En cuanto al proyecto, subraya que Fe en la resistencia traslada el clima de la época, las discusiones sobre el uso o no de las armas, y la posibilidad de alcanzar una nueva sociedad. “Todos esos sueños y utopías que estaban en la sociedad también se trasladaban a la iglesia, como el impacto de la Revolución Cubana, y todo lo que generaron esas discusiones y reflexiones en contraposición con aquellos que consideraban que esto era ir muy lejos en la acción política y social de la iglesia”. En sintonía con la época, este movimiento contó con una serie de influencias que motivaron una concepción cristiana y evangelizadora en línea con una “acción espiritual, social, política y cultural”: entre ellas se encontraba la conocida Teología de la Liberación, que proponía un renovado compromiso con los pobres, vinculaba insumos del análisis marxista con elementos de análisis de la sociedad, “en diálogo con la lectura bíblica; también estaban influenciados por la teología de la no violencia; por la revolución, desde un punto de vista pacífico; la transformación social (que proponía Martín Luther King y el Seminario Evangélico Menonita de Teología que estaba en Uruguay en esa época); y la crucial concepción espiritual entre iglesia y sociedad que se dio en América Latina (sustentada por Paulo Freire y una serie de intelectuales uruguayos y extranjeros de primer nivel). Y, en paralelo, había una apertura al diálogo entre los partidos políticos y organizaciones sociales con los actores religiosos. Esto pone en perspectiva que la iglesia era un actor social y político no partidario, que debía atender y discutir los temas de actualidad”, analiza.

Se ha planteado –sobre todo en Argentina– que en la dictadura hubo dos iglesias. Frente a esta idea, Iglesias comenta que siempre han existido diversas posturas frente a los regímenes autoritarios y la violación de los derechos humanos. “Decir que hubo dos iglesias es simplificarlo, aunque en un sentido último uno compruebe que hubo iglesias comprometidas con la resistencia y la defensa de los derechos humanos y otras que no. Y en todo esto también hay muchos matices: las iglesias no actúan como un bloque homogéneo; son muy diversas. La metodista, por ejemplo, tuvo buena parte de sus pastores presos, y también contó con gente a favor del régimen que integraba la iglesia. En el sector católico y evangélico también existió una postura de no injerencia: había un texto bíblico que en ese momento se usaba mucho en algunas iglesias, de que Dios ponía a las autoridades y los cristianos debían orar por ellas [Romanos 13:1-2], legitimando al régimen desde el discurso bíblico. También había posturas indiferentes, de una espiritualidad que no se comprometía teóricamente con lo político, manteniendo un posicionamiento pseudoneutral, que siempre termina sustentando el statu quo. Otros grupos defendían la no injerencia en la política porque se volvía contaminante, y hoy son los que están involucrados con la política desde un punto de vista reaccionario. En el contexto actual, lo religioso sólo se atiende cuando se vincula a lo político, siempre de la mano del ala conservadora neopentescostal y evangélica, y son poco conocidas las expresiones progresistas de pastores y laicos protestantes sobre temas de actualidad, como la ley de salud sexual y el matrimonio igualitario”.

Uno de los obispos brasileños más recordados, Helder Cámara, definía su vínculo con los militares con una recordada frase: “Si doy comida a los pobres, ellos me llaman ‘santo’. Si pregunto por qué los pobres no tienen comida, me dicen ‘comunista’”. Consultado sobre estas ambivalencias propias del régimen –y la lógica capitalista–, Iglesias dice que lo mismo les sucedió a muchos pastores y sacerdotes laicos uruguayos. “Emilio Castro me planteaba que no sólo había que ser el buen samaritano que levanta al caído todos los días, sino que también era necesario preguntarse cuáles eran las condiciones estructurales que generaban esas caídas. No sólo había que tener un rol de asistencia, sino también de transformación social y política, que apuntara a las causas que generaban los problemas”.

Plantea que, en un momento en el que se utiliza a la religión para atacar derechos de grupos vulnerados o excluidos, “es necesario ver que la fe cristiana puede ser un motor de transformación y de unión con los reclamos sociales; como antes fue fundamental en la lucha con los trabajadores, en el período de amnistía, en el trabajo con las madres y los familiares de detenidos desparecidos, sobre todo en solidaridad con los que estaban presos. Por eso, el documental aspira a responder a esa consigna de qué están haciendo, hoy, los cristianos, frente a la defensa de los derechos humanos”.