Cada composición de Roger Ballen se transforma en una señal inquietante que atraviesa territorios interiores y parece habitar fuera del tiempo. Es que, después de verlas, sus fotografías continúan rebotando incansablemente, persiguiendo al espectador con un mundo tan perturbador como fascinante: en sus obras coincide un plástico cruce de blanco y negro, animales, seres impensados, dibujos, videos y un marco de extrañamiento que hace foco en lo excluido, y le confiere un sistema propio de existencia.

“No hago fotos con un propósito, las hago para mí; no estoy ahí para hacer declaraciones políticas, mi trabajo es puramente psicológico. No hago fotos para cambiar el mundo, para mostrar lo bueno que hubiera podido ser. Hago fotos para mostrar el reflejo de mí mismo”, dijo hace un tiempo a The Guardian. Y si bien en su obra se pueden identificar distintas vertientes (de lo documental a lo más introspectivo o, como él prefiere llamarlo, “ficción documental”), Ballen sigue su instinto, y no le incomoda lidiar con la virtualidad de lo real. “Voy a donde me lleva el viaje. Una cosa es importante: la fotografía está muy por delante de mi mente consciente. Pasan años antes de que averigüe de qué se trata realmente una imagen”, dice.

Ballen nació en 1950 en Nueva York, se formó como geólogo y psicólogo, y después de la muerte de su madre, que trabajaba en al agencia Magnum y fundó una de las primeras galerías fotográficas de Estados Unidos (The Photography House Gallery, en 1968), lo que lo acercó al mundo de la fotografía y a muchos de sus referentes, como Henri Cartier-Bresson, André Kertész y Elliott Erwitt, en 1973 emprendió un viaje por Europa, Asia y África. En esa época decidió instalarse en Sudáfrica (Johannesburgo) y, en paralelo, comenzó a recorrer y retratar la realidad de sus pequeños pueblos y sus zonas más excluidas, llevando su trabajo hacia una impronta más cercana al documental. En la década del 90 desarrolló lo que catalogó de “ficción documental”, que luego devino en un majestuoso ecosistema propio al que llamó Ballenesque, una estética ominosa y surrealista centrada en la expresión y la textura de collages, objetos, animales y personas sobre los que no se suele enfocar la mirada. Aunque, para él, en verdad se trate de crear una realidad que exprese la vida a través de la fotografía, y por eso a “aquellos interesados en el arte y la fotografía” estas imágenes “los llevarán a un lugar dentro de sus mentes que es desafiante”.

Si bien su obra integra colecciones de museos como el MoMA de Nueva York, la George Eastman House de Rochester, el Victoria and Albert de Londres o el Pompidou de París –entre muchos otros–, algunos lo conocieron por su vínculo con los músicos sudafricanos Die Antwoord, a los que no sólo inspiró, sino que además se encargó de varios de sus videos, como el de “I Fink u Freeky” (2013), que posicionó a la banda a nivel mundial y trascendió los alcances de su propia obra (el video tuvo 78 millones de visitas sólo en su cuenta oficial).

Exposiciones

En el subsuelo del Centro de Fotografía (CdF) se exhibe The Place of Ballenesque, una muestra que, según su curadora, Montserrat Rojas Corradi, es una oportunidad para descubrir cómo el autor interviene el estatuto de “verdad” en la fotografía, “transformándola en un híbrido que perturba y fascina al mismo tiempo”, ya que en su obra conviven objetos en desuso, animales abandonados y sujetos catalogados como “raros”. La curadora plantea que, para lo mayoría, “esto es sinónimo de lo descartable o desechable”, característica que Ballen utiliza como “excusa para plasmar a través de la imagen los ‘despojos’ de la sociedad de consumo. Él reutiliza lo que el poder y la hegemonía ‘desechan’. Su imagen, al reivindicar a cada uno de estos excomulgados de la sociedad, se transforma en una ecología de la memoria”.

En paralelo, el Centro Cultural Kavlin presenta la muestra Ballenesque –coorganizada junto con el CdF–, otra selección de su trabajo que, para Rojas Corradi, apunta a transmitir un clima “ambiguo y sublime” que por un lado exacerba el despliegue de “lo raro” y por otro le asigna una nueva dimensión, ofreciendo al espectador un “espacio performático activo, tomando parte de la posición del artista frente al mundo y la fotografía”.

Ballen, que ofrecerá un encuentro el 6 de marzo, a las 19.30, en la sede del CdF (además de dictar un taller para el que aún no están abiertas las inscripciones), admite que sólo con el transcurso de los años logra desarrollar una aproximación a ese mundo retratado. Es que, como él mismo advierte, sus fotografías son poderosas porque acceden al inconsciente. “Lo que las personas consideran ‘feo’ se basa en juicios culturales y no necesariamente en un juicio del valor intrínseco. Es algo determinado culturalmente, así que no significa que tenga algún valor material”, decía hace unos años, y por eso proponía que se debía regresar a las palabras que muchas veces categorizan a una obra como “oscura” o “perturbadora”: “Esto es dicho usualmente por individuos a quienes este trabajo les afecta o desestabiliza, porque creo que les muestra emociones o pensamientos reprimidos con los que no han podido lidiar. Ellos ven esto como oscuro o perturbador porque no han hecho contacto, tal vez, con esa parte de ellos mismos que las fotos evocan”.