Varda por Agnès se estrenó mundialmente el 13 de febrero en el Festival de Berlín, donde participó fuera de concurso. La directora Agnès Varda murió un mes y medio después. Cada uno de los últimos documentales de esa gran cineasta octogenaria (había nacido en 1928) tuvo un aire crepuscular y elementos retrospectivos, que podían sugerir una posible despedida del público (había un poco de eso en Los hurgadores y yo, 2000, y mucho en Las playas de Agnès, 2008, y en Visages villages, 2017, codirigida con JR). Pero esta, que resultó ser su última película, está totalmente dedicada a eso: es un repaso de su obra y un autorretrato como creadora.

Continuando con el espíritu de hurgadora y recicladora que puso de relieve en su entrañable documental del año 2000, Varda por Agnès está hecha de fragmentos de sus propias películas y de filmaciones de una serie de conferencias que brindó en los últimos tiempos, en distintas salas, siempre llenas de gente (sobre todo jóvenes), en las que discurrió sobre su obra. Quizá esa serie de conferencias haya surgido luego de la popularidad de Visages villages, empujada aun más por el Oscar honorario que Varda recibió en 2017. El público de las conferencias no parece ser de fanáticos, sino de curiosos: en un momento ella pregunta cuáles de los presentes vieron su película más famosa, Cléo de 5 a 7 (1962), y se alzan unas poquitas manos, menos de 10%. Pero ella parece consciente de su figura: la señora petisa con el corte de pelo beatle blanco arriba y teñido en las puntas, y con un nombre bien plantado, en la historia del cine es, quizá, más conocida que su obra misma, y para ese público hace su exposición. Así que esta película funciona igual de bien como retrospectiva y como introducción.

En Varda por Agnès sus películas se presentan en un orden que no es cronológico, sino más bien asociativo. No le parece interesar tanto lo evolutivo o la puesta en paralelo de su obra con la historia general del cine, y es más: a diferencia de otras instancias, aquí omite las referencias a sus colegas de la Nouvelle Vague (si no me falla el recuerdo, los únicos directores nombrados son su ex marido Jacques Demy y, fugazmente, Alain Resnais, por su papel de montajista del primer largometraje de Varda, La pointe-courte, 1955). Lo prioritario parece haber sido el proceso creativo y la actitud frente al arte, que la directora concibe como intemporales. Cléo de 5 a 7 trae a colación los aspectos documentales de sus películas, que engancha entonces con Daguerrotipos. La mención a la “minoría silenciosa” se asocia con la minoría enfurecida, y pasamos a Black Panthers, en la que la militancia de los negros estadounidenses recuerda la lucha de las feministas por el aborto, trayendo Una canta, la otra no. La amistad de las dos personajes de esta obra contrasta con la soledad de la protagonista de Sin techo ni ley, y así por delante (la cronología de ese segmento del periplo sería 1962, 1975, 1968, 1977 y 1985).

Descrito así, Varda por Agnès puede parecer un mero documental pedagógico y una oportunidad compacta de curiosear en la obra de la directora, o de rememorar grandes películas, lo cual, tratándose de una autora de tal magnitud, es de por sí muy importante. Pero es mucho más que eso. Para empezar, Agnès Varda fue una mujer de una cultura, una sensibilidad poética, una calidez humana y una capacidad de verbalizar excepcionales. Escuchar sus comentarios, además de ser iluminador y enriquecedor, es como recibir el abrazo cariñoso de una abuela adorada. Dice cosas como “Nada es banal si lo hacemos con empatía y amor” (una frase quizá banal, pero llena de empatía y amor), que la música de Georges Delerue traduce un “dolor dulce”, y que filmar no es “detener el tiempo”, como dicen algunos, sino “estar con el tiempo”. Más allá de lo poético, es muy valioso oírla describir la estructura a veces rigurosa que guio algunas de sus realizaciones. Me resultó especialmente sorprendente constatar cómo, justamente, la película llamada Sin techo ni ley sigue una “ley” formal muy estricta. Por otro lado, vemos cómo esa mentalidad formalista convive con un espíritu juguetón, abierto a la sorpresa, a la improvisación, a la fantasía libre, a sacar provecho de las casualidades.

El rotundo fracaso de taquilla de Las 101 noches (1995) puso fin a su carrera como cineasta de ficción, y pauta el inicio de la primera parte de este documental (en la televisión europea fue transmitido en dos capítulos de poco menos de una hora cada uno). La segunda parte muestra cómo fue posible, para ella, renacer como cineasta gracias a la tecnología digital, con la que siguió filmando documentales de costo modesto y en forma aun más personal que antes. También entramos a una parte de su producción menos conocida por los cinéfilos: su asombroso trabajo como fotógrafa, del que apreciamos una muestra formidable, y de ahí vamos a su veta de artista visual con una serie de instalaciones increíbles, muy aptas a reconsiderar la prevención que sienten muchos por el arte contemporáneo.

A su vez, hay apuntes sobre su militancia política, vinculada al feminismo y a otras causas, que propician el momento más especial de cine autónomo de este documental (un doloroso montaje de escenas de violencia sacados de archivos).

Agnès nos cuenta que cuando cumplió 80, en 2008, se asustó bastante, porque era como si se le acercara un tren que la iba a pisar. Frente a ese temor fue que hizo Las playas de Agnès. Pero en una de las conferencias, cuando acaba de cumplir 90, dice que está muy bien. Ya no tiene miedo.

Hoy, Cinemateca festeja su primer año en las salas nuevas, que pasarán a llamarse Manuel Martínez Carril, Walther Dassori y Sala de los Socios.

Varda por Agnès. Dirigido por Agnès Varda. Francia, 2019. En Cinemateca.