Francia es la segunda nacionalidad más representada en nuestros cines. Aparte de decenas de presentaciones únicas de varios títulos en festivales y muestras, todos los años se estrena comercialmente en Uruguay más de una treintena de films, la mayoría de los cuales se proyecta en la cadena Life. Como desde hace seis años, esta muestra trae algunos de los próximos estrenos considerados más importantes por los distribuidores. Ocurre simultáneamente en Montevideo (Alfabeta) y en Punta del Este (Punta Shopping), en los mismos horarios. La muestra es despareja e incluye tres títulos que probablemente contarán entre lo mejor del año en las carteleras uruguayas junto a obras mucho menos destacadas.
Las recomendaciones
La guerra silenciosa (En guerre, Stéphane Brizé). Más de 1.000 trabajadores se enfrentan a la perspectiva de desempleo porque se anunció el cierre de una fábrica. El estilo emula un documental observacional. Salvo el protagonista, Vincent Lindon, los demás roles están improvisados por no actores, muchos de los cuales interpretan personajes idénticos a sí mismos, y el efecto de naturalismo es increíble. Vemos discusiones caldeadas entre obreros y la patronal, entre facciones de sindicalistas, enfrentamientos con la Policía; hay unos pocos momentos distendidos. Es siempre asombroso para nosotros constatar la dimensión que tiene en Francia la cultura del debate racional: por más salada que sea la situación, los argumentos se escuchan y se discuten, y aunque las emociones se encienden, eso nunca es causal para patear el tablero. Todo es intenso: la situación es angustiante, el futuro a mediano plazo se ve aun peor, la cinematografía es contundente. Los crescendos casi siempre se aplastan contra planos de pantalla negra y silencio. La película es pesimista y, en todo caso, asume la lucha obrera organizada como única (tenue) esperanza. (Hoy a las 21.45).
Custodia compartida (Jusqu’à la garde, Xavier Legrand) lidia con una ex pareja, recién separada, que disputa la tenencia del hijo púber. El estilo riguroso, distanciado, nunca nos pone (salvo al final) en la perspectiva de alguno de los personajes. Sin música, sin que la cámara nos oriente sobre qué perspectiva tomar, y sin un conocimiento directo de las circunstancias previas (más allá de lo que declaran las abogadas de una u otra parte en la primera secuencia), dependemos totalmente de las situaciones que veremos y de las expresiones vívidas de un trío fenomenal de actores protagónicos (sobre todo el niño, Thomas Gioria). La historia y los personajes atrapan, pero el estilo es la estrella: hay que ver cómo el director Legrand (es su ópera prima) se maneja para pasar una cantidad de información mostrando tan poco, y apreciar la poesía seca inherente a esa opción. Y cómo (¿paradójicamente?), desde esa distancia helada y formalista, muestra tanta comprensión y compasión por los personajes. La tensión de la secuencia final podría servir de lección para muchos realizadores de cine de terror. (Hoy a las 17.15).
Dobles vidas (Doubles vies). Olivier Assayas suele ser un director grave, sesudo. Esta película tiene inesperados elementos de comedia: todos los personajes relevantes, excepto uno, son infieles a sus parejas y lidian con ello en forma más o menos hipócrita; Vincent Macaigne actúa en forma expresamente cómica y Nora Hamzawi es mezzo-carattere (semicómica), y aun el personaje serio, Alain, está actuado por un actor especializado en comedias (Guillaume Canet). Sigue siendo Assayas, así que esa relativa ligereza transcurre sobre un trasfondo serio, muy hablado y muy del mundillo intelectual (los personajes son un escritor, su editor, una actriz, la asistente de un político). Se discute si internet es positiva o nociva para la cultura y el intelecto, si un tuit puede ser literatura, si las series tienen valor artístico, si los biografiados tienen algún derecho sobre sus historias o si estas pertenecen a quienes las narran, sobre verdad y posverdad, el papel de la crítica, si los inevitables cambios tecnológicos hay que vivirlos o sufrirlos, si la vida privada de un político es un asunto público. La mayoría de las personas del mundo intelectual ya hemos discutido hasta el hartazgo todas esas cosas y, desde esa perspectiva, los diálogos pueden lucir incluso banales o esquemáticos, pero cumple observar que no suelen aparecer en películas, y que para mucha gente van a parecer novedosas (o, incluso, para los analfabetos digitales serán difíciles de comprender). Assayas es un increíble director de actores, y la película está hecha en función de las actuaciones, con una cámara ágil y elegante que, esencialmente, sigue, selecciona y enfatiza lo que hacen los integrantes del reparto (que, aparte de los nombrados, incluye a la gran Juliette Binoche). Hay algún toque especialmente ingenioso (un dato que tira Léonard para despistar a Alain, luego Alain lo usa inocentemente en un diálogo con Séléna y termina perjudicando a Léonard). Lo curioso es que todas las cuestiones importantes que parecen ser el cierne temático terminan siendo barridas debajo de la alfombra: la narrativa mira hacia otro lado y se resuelve (y aliviana) como una simple comedia. (Mañana a las 22.15).
Barranca abajo
La muestra se complementa con películas bastante menos valiosas.
Les estivants. Una vez más, la directora y actriz Valeria Bruni Tedeschi hace una película muy cercana a su biografía, en la que interpreta a la directora y actriz italiana Anna, que vive en Francia y está filmando una película muy cercana a su biografía. La madre de Valeria, Marisa Borini, hace el papel de la madre de Anna; su hija, Oumy Bruni Garrel, interpreta a la hija de Anna; la coguionista Noémy Lvosvky hace el papel de la coguionista Nathalie, y la historia procesa la muerte de Virginio Bruni Tedeschi (hermano de la directora) y el divorcio de Louis Garrel. Hasta tenemos unos equivalentes, poco disfrazados y nada positivos, de Nicolas Sarkozy y Carla Bruni (respectivamente cuñado y hermana de la directora). En todo caso, el autorretrato tampoco es muy positivo: Anna es pasional, se humilla frente al hombre que la abandona y queda tan afectada que hace un papelón frente a los productores; es insegura y deja plantada y aislada a la coguionista en distintas ocasiones. Todo está llevado en un esquema muy similar al de La regla del juego (1939, Jean Renoir): un grupo bastante numeroso de personajes veranea en una mansión aislada. Anna tiene un leve protagonismo, pero esencialmente la película se reparte, en forma episódica, casi anárquica, entre todos, y estos incluyen patrones y empleados, hombres y mujeres, viejos, adultos y una niña, parejas, amantes, gente que se quiere y otra que se odia en forma velada o abierta. El resultado parecería que pretende ser una reflexión amplia sobre el poder económico, los hombres y las mujeres, las clases sociales y el arte. Comparar el resultado con la obra maestra de Renoir sería cobardía, pero realmente queda lejísimos, no sólo porque no está el sabor de novedad, sino por el hecho de que las distintas líneas no llegan a amalgamarse, los personajes no son muy interesantes ni queribles, los chistes son medio bobos y la crítica social es timorata, más allá de algunos momentos interesantes. (Hoy a las 19.15).
El emperador de París (L’Empereur de Paris, de Jean-François Richet). La biografía de François Vidocq (1775-1857) es fascinante, y esta es por lo menos la 12ª vez que es llevada a la pantalla. Entre otros grandes actores, fue encarnado por George Sanders, Claude Brasseur y Gérard Depardieu. En esta superproducción lo interpreta Vincent Cassel. Vidocq fue ladrón, golpista, escapó múltiples veces de prisiones consideradas inexpugnables, sobrevivió a diez duelos. Su experiencia con el crimen, su memoria prodigiosa, su ingenio y su fuerza física lo convirtieron en una persona valiosa para la Policía. Sin nunca abandonar del todo los manejos deshonestos, primero fue delator profesional, luego el líder de una banda parapolicial llamada Brigade de Sûreté, responsable oficialmente por unos 16.000 arrestos. Fue también inventor de cosas vinculadas a la seguridad (papel imposible de falsificar, un nuevo tipo de cerradura) y fundó una agencia de detectives privados. Honoré de Balzac y Victor Hugo se inspiraron en él para algunos de sus personajes. Esta película lo idealiza como un hombre recto, perseguido injustamente, capaz de inmovilizar, con su mera presencia y carisma, a decenas de prisioneros deseosos de vengarse de él. La película tiene una obsesión por mostrar el submundo de la París napoleónica como un ambiente a lo Mad Max, sucio y poblado por hombres musculosos, pelados, tatuados y de dientes amarillentos poseídos por una violencia animal. Sin embargo, las muchachas bonitas, aunque se ganen la vida en ese mismo medio como prostitutas, tienen apariencia de estrellas de cine. Los malos son unos sádicos perversos. Cada disparo de pistola retumba como si fuera un cañón. Es, esencialmente, una película de acción sobre un casi superhéroe tipo Batman. Siguiendo la estética actual asociada a los superhéroes, el tratamiento es grave, a veces trágico. Hay mucha violencia, pero no impacta demasiado debido a que el director, en una mala imitación de lo peor del cine de acción de Hollywood, parece más entretenido con la gráfica expresionista de sus movimientos de cámara, primeros planos, montaje veloz y sonido exagerado, tan omnipresentes que el todo se difumina en un ruidoso ladrillo homogéneo. (Mañana a las 17.00).
La última locura de Claire Darling (La dernière folie de Claire Darling, de Julie Bertuccelli) es un melodrama con algún rasgo exterior fuera de lo común para acumular lo que, en el fondo, es una sarta de clichés. Aquí Catherine Deneuve y su hija Chiara Mastroianni interpretan a madre e hija en la ficción. Claire es una ricachona senil que vive en una mansión atiborrada de antigüedades valiosas. Un día se despierta con la idea de que va a morir y decide poner todas sus pertenencias en una venta de garaje a precio de banana, para escándalo de todos sus conocidos. Cada uno de los personajes centrales, al ver esos objetos, tiene reminiscencias, estilizadas en la pantalla con alucinaciones en las que cada uno ve su propio yo muchos decenios antes. Algunas referencias intrigantes del ahora serán explicadas en los flashbacks, y estos, a su vez, darán sustancia para los elementos melodramáticos al acercarse el cierre: perdones por heridas viejísimas, confesiones de amor, cuentas saldadas, revelaciones. El relato está urdido en función de estos momentos supuestamente emotivos, debidamente ambientados en un entorno bonito (jardín, castillo, callecita de adoquines, los objetos que uno suele codiciar en la visita al anticuario). (Ya no habrá funciones en la muestra).
Nadando por un sueño (Le grand bain, de Gilles Lellouche). El nado sincronizado es considerado un deporte esencialmente femenino, así que el equipo que va a representar a Francia en una competencia internacional de la categoría masculina no tiene muchos candidatos y aceptan a cualquiera. Se termina armando un equipo de hombres pasados de edad, sin experiencia, barrigones y torpes. Una de las gracias es ver a esos tipos (algunos de ellos actores muy famosos, como Mathieu Amalric, Guillaume Canet y Jean-Hugues Anglade) haciendo esos gestos que asociamos con Esther Williams y las coristas de Busby Berkeley. Todos, además, son unos fracasados, y entre ellos suman depresión, frustraciones profesionales o desempleo, y problemas familiares de diverso tipo. Pasa lo previsible: al inicio todo parece imposible, luego empiezan a conectarse entre ellos y con las dos entrenadoras, y cuando todo hace clic, la empiezan a meter y meter, y eso tiene un efecto benéfico en arreglar las vidas particulares de cada uno: las parejas se reconcilian y recuperan el deseo sexual, los hijos adolescentes enajenados de pronto sienten orgullo de sus padres y se vuelven compinches, los patrones autoritarios son debidamente humillados, una fumadora deja de fumar, etcétera. La filmación es visualmente ingeniosa, aunque el momento más espectacular, que es el prólogo, de estilo publicitario, parece encajado a prepo, como si hubieran tenido una idea buena y buscado dónde meterla. Los chistes e ironías consisten en, por ejemplo, poner la música de Carros de fuego, con sus connotaciones de hazaña olímpica, para una de las performances toscas del grupo. La banda musical incluye montones de canciones pop famosas en inglés. (Mañana a las 19.15).