Los lectores fieles y atentos se podrán extrañar: ya salió una nota sobre el “Festival de Cine Europeo” hace dos meses. Es que, increíblemente, son dos muestras que tienen precisamente la misma denominación. El presente festival, que se extiende hasta mañana en el Movie Punta Carretas, es una iniciativa de la Unión Europea, y cada película llega auspiciada por el país de procedencia. La mayor atracción es la española Dolor y gloria, ansiada nueva realización de Pedro Almodóvar, con Penélope Cruz y Antonio Banderas. Es el único título de un realizador de gran renombre, y se exhibe en forma especial (única función mañana a las 19.30). Pero también hay otras películas muy buenas.

Louise en invierno (Louise en hiver, de Jean-François Laguionie, Francia/Canadá; hoy a las 15.50). Es una preciosura: una animación en 2D, con fondos que parecen pintados con acuarela sobre cartón, los personajes delineados y un único matiz de sombra. Técnicamente, luce hasta rústica comparada con la animación mainstream actual, pero cada imagen es de una belleza increíble. Tiene muy poco diálogo, aunque escuchamos constantemente la voz interior de Louise (un texto lleno de poesía, tremendamente bien dicho por la voz de Dominique Frot). Lidia con una viejita que se pierde el último tren al terminar la temporada de un balneario que, a partir del otoño, suele quedar aislado por la subida del mar. Como se enmarca un tiempo antes de la llegada de los celulares, ella queda atrapada allí hasta el siguiente verano. Se arregla con la soledad inventándose actividades, urdiendo estrategias para pasarla lo mejor posible, y perdiéndose entre recuerdos de su juventud (que vemos en flashbacks). En el correr del metraje nos damos cuenta de que este aislamiento no debe ser tan radicalmente distinto del de su vida cotidiana: parece ser de esas ancianas que ya no tienen a nadie muy cercano y a las que nadie en particular echa de menos. Los personajes son encantadores, los climas que genera la película son formidables (hay que ver la tensión de esa tormenta, la placidez de esa playa, la manera en que se relata el paso del tiempo), y hay un fino poder de observación en la captación del estilo del balneario en sus distintas épocas, además de que la música es formidable. Hay alusiones explicitadas a la situación de naufragio (vemos un volumen de Robinson Crusoe), y algunos puntos en común con esa otra belleza de la animación francesa que es La tortue rouge (Michaël Dudok de Wit, 2016). Bien puede ser la mejor película sobre la soledad de la vejez desde Umberto D (Umberto de Sica, 1952). Tan sólo esta película ya justifica el festival.

Ventanas

Sameblod (Amanda Kernell, Suecia/Dinamarca/Noruega; hoy a las 18.35). Una de las cosas lindas de las muestras de cinematografías con las que tenemos poco contacto es que funcionan como “ventana al mundo”. Y, aunque suene a cliché, es cierto: de pronto uno se encuentra con una ficción interesante, entretenida o conmovedora, que aporta indicios sobre cosas que ni siquiera sospechábamos de alguna sociocultura o episodio histórico. Y aunque no se trate de información formalizada o que tenga un sello académico o periodístico de (relativa) confiabilidad, muchas veces la ficción cinematográfica presiente cosas que las exposiciones ensayísticas no suelen incluir. Sabía de la existencia de los lapones o samis, y podía reconocer sus atuendos y peinados característicos, pero no tenía ni idea de su condición de “indígenas” (bárbaros, salvajes, nómadas) de Escandinavia, con su forma de vida primitiva, y mucho menos de los prejuicios tremendos con que son tratados en Suecia (presumiblemente, ocurrirá lo mismo en otros países en los que viven). La película (cuya directora también es de origen sami) nos muestra eso a través del coming of age de una adolescente sami en la década de 1930. Queda claro por qué Elle-Marja prefiere hacer de cuenta que es de etnia sueca, escaparse a Uppsala, tratar de integrarse y seguir sus estudios. Pero también está el sentimiento culposo con respecto a su condición de renegada. La obra nos da una visión terrible de una estructura de fuertes prejuicios étnicos, que deriva en trabas legales y burocráticas de tipo segregacionista (al menos en aquella época en que la ideología nazi salpicaba hacia otros pueblos supuestamente “arios”, como los suecos). Son terribles las escenas de la biometría, o aquellas en las que las antropólogas, con supuesta buena onda, le piden a Elle-Marja que cante un yoik. Buena parte de la fuerza de la película se debe a la formidable actuación de la joven Lene Cecilia Sparrok, quien tenía 17 años cuando la rodó, y que en la vida real es una pastora sami de renos en Noruega.

Rudar (Hanna Antonina Wojcik Slak, Eslovenia; hoy a las 22.00) es una ficción libremente inspirada en el caso real del pozo minero de Barbara, donde en 2009 se encontró más de un millar de osamentas de personas que fueron enterradas vivas hacia el final de la Segunda Guerra Mundial. La película dramatiza ese descubrimiento en un pozo ficticio y lo combina con un comentario desencantado sobre el neoliberalismo y la precarización laboral. Sobre todo, trabaja la indiferencia de los jóvenes (“sólo a los perros les interesan los huesos viejos”) y las trabas puestas por distintos sectores sociales influyentes que no quieren “revolver el pasado”. La situación es compleja, porque en este caso las víctimas de la barbarie fueron los “malos”, es decir, integrantes de milicias fascistas y civiles considerados traidores, y quienes los mataron fueron los partisanos yugoslavos. El minero (Alija) que encuentra el pozo e insiste en exhumar los restos, identificarlos y darles un entierro digno (contra la feroz oposición de sus patrones, de los políticos, de buena parte de la sociedad y de la prensa) es un inmigrante bosnio y el único sobreviviente de un pueblo masacrado durante la guerra civil de la década de 1990. A partir de su condición de víctima, la actitud de Alija es considerar a todos los que también pudieron ser víctimas de la violencia genocida. Pero la sociedad está poco interesada en buscar verdades para luego proceder en consecuencia y en función de ideales éticos abstractos: sencillamente prefiere buscar las apariencias de verdad más convenientes para las posiciones ideológicas asumidas. Es muy profunda la actuación de Leon Lučev como Alija, y muy expresiva la fotografía, sobre todo las imágenes en el interior de la mina.

Extraños en el paraíso (Stranger in Paradise, de Guido Hendrikx, Países Bajos; ya no hay funciones). Tres grupos de refugiados en algún país receptor (¿Italia?) charlan, sucesivamente, con un expositor holandés que los prepara para la vida en Europa y evalúa la factibilidad de otorgarles un permiso de residencia en los Países Bajos. En la primera charla, el expositor les demuestra por qué es totalmente inviable que Europa siga recibiendo a más de un millón de refugiados por año. En la segunda, les demuestra por qué sería totalmente viable y, además, justo que lo hiciera. En la tercera, sencillamente sigue los pasos burocráticos prescritos por su gobierno, que sólo otorga el permiso (provisorio) a tres de los más de diez que integraban el grupo. El expositor de actitud cambiante es interpretado por un actor profesional relativamente conocido (Valentijn Dhaenens), y los refugiados son interpretados por refugiados de verdad. Pero hay algo que no se entiende en las reglas de juego de cómo fue filmada esta película: no se sabe si los “refugiados” están actuando o si piensan que lo que se les dice va en serio, y si están actuando, no se entiende si sus parlamentos son guionados o improvisados. Entre estas definiciones estaría lo que permitiría definir esta película como ficción o como documental. Si fuera un documental, se trataría de la filmación de una especie de teatro invisible (en el sentido de Augusto Boal). La indefinición, por supuesto, no deja de ser ella misma una regla de juego, pero a efectos de las repercusiones políticas que la película pretende discutir hubiera sido más útil establecerlo con claridad.

El rey de los belgas (King of the Belgians, de Peter Brosens y Jessica Woodworth, Bélgica/Países Bajos/Bulgaria; ya no hay funciones) es un falso documental alrededor del rey en cuestión, que tiene una apariencia similar a la del rey Felipe, pero el personaje es ficticio y se llama Nicolás III. La coincidencia de una serie de circunstancias graves lo fuerza a huir, junto con su séquito y el cinegrafista de un documental por encargo (que, supuestamente, es el que realiza la película que estamos viendo), de Estambul a Bruselas, emprendiendo un viaje aventurero y muy mundano en ómnibus, camioneta, ambulancia, tractor, a pie y en lancha, en el que pasan por zonas inseguras (Serbia, Montenegro, Albania). La película le toma el pelo a la institución monárquica, los protocolos, los ceremoniales, las hipocresías de las relaciones exteriores, la insignificancia geográfica de Bélgica y su incapacidad de conciliar los eternos conflictos entre valones y flamencos, especialmente irónicos frente a la condición del país de sede del Parlamento y del Consejo de la Unión Europea. Pero el encare no es maniqueo ni destructivo, lo que aumenta su complejidad y les da espesor a las muchas cosas muy graciosas que tiene.

Cuota de riesgo

Mug (Twarz, de Małgorzata Szumowska, Polonia) fue la ganadora del Oso de Plata en el Festival de Berlín. Es una comedia amarga con algunos elementos de humor negro y quirky. A veces es tan amarga que lo de comedia refiere tan sólo a los procedimientos, no al efecto, que es un bajón: un joven y vital obrero de la pequeña ciudad de Świebodzin sufre un accidente de trabajo que lo deja desfigurado y con el habla reducida a unos gruñidos. La película lidia en forma irónica, tendiendo a misántropa, con los prejuicios, hipocresías, supersticiones, egoísmos, xenofobia e indignidades reinantes en ese ámbito provinciano. El estilo visual es peculiar e interesante, pero el guion es un poco deshilachado y las escenas que se pretenden emotivas son de una cursilería atroz.

Los decentes (Austria/Argentina/Corea; mañana a las 15.05) es de Lukas Valenta Rinner, el director de Parabellum (2015). Como aquella, transcurre integralmente en Argentina con personajes argentinos, pero es menos rara que su antecesora. Belén es el eje entre dos ámbitos que son vecinos y antagónicos: trabaja como doméstica en una casa en un barrio privado, e integra la comunidad nudista/new age lindera. El retrato de la alta burguesía porteña no tiene nada de caricatura, y aun así resulta sumamente ácido. En esencia no pasa nada en casi toda la película, que consiste en la suma de episodios que no llevan a ningún lado. Lo único que evoluciona es la integración de Belén a la comunidad: inicialmente muy trancada con su cuerpo, se termina sumando gozosa a las orgías. El desenlace es de una inesperada violencia. El estilo visual es parecido al de Parabellum (basado en simetrías, puntuado por algunas citas pictóricas); y la música, de los coreanos Kim Jimin y You Jongho, es increíble, la mejor que oí en esta muestra.

Fantasmadas

No vi las contribuciones de Chipre, Croacia y Portugal, que ya no vuelven a exhibirse, tampoco la que figura por Suecia (Drifters, de Peter Grönlund), que se pasa mañana a las 17.25. El valor de la mayoría de las películas –y aunque este sea el interés de la polaca y la austríaca– no parece combinar con las bobadas que figuran en representación de dos países con tradiciones cinematográficas tan importantes como Alemania e Italia, que dejan la impresión de que no hubo una curaduría propiamente para la muestra. Y es una lástima, si pensamos que en Uruguay siguen sin exhibirse tantas películas promisorias con participación de ambas nacionalidades (pienso en realizaciones de estos últimos años de Werner Herzog, Lars von Trier o Paolo Sorrentino).

La primera vez de mi hija (La prima volta (di mia figlia), de Riccardo Rossi, Italia; hoy a las 17.40) intenta hacer humor con la situación vetusta de un padre escandalizado porque su hija quinceañera está dispuesta a perder la virginidad.

Phantomschmerz (Andreas Olenberg, Alemania; ya no habrá funciones) es peor, porque ni siquiera hay humor en su historia melodramática basada en coincidencias guiñolescas: el joven quiere vengarse del doctor que dejó morir a su hermano para traficar su corazón, y luego descubre que el doctor es el padre de su amada y que fue ella la receptora del órgano malhabido.