I

En la foto que su hijo Sebastián postea en Facebook, Hugo tiene una expresión serena. En su mano derecha, restos de pintura de distintos tonos delatan su actividad reciente, y es inevitable asociar ambas cosas. Hugo Alíes, que hizo del proyecto visual su proyecto de vida, falleció la semana pasada a los 74 años.

II

Hugo era un tipo entrañable, de gran vitalidad y vastísima cultura. Tenía un sentido del humor irónico que podía irrumpir en cualquier momento y que podía cumplir varias funciones, desde asentar algún conocimiento hasta airear la densidad de una charla cargada de información. También era un gran conversador, podía estar horas hablando de alguno de los temas que lo apasionaban, que eran muchos y diversos, con una terminología que por momentos podía llegar a exceder a su interlocutor, pero que siempre enganchaba y fascinaba.

III

En Uruguay fue el primero en sistematizar un curso de diseño gráfico con dinámica de taller, que fue modificando a lo largo de los años. Encaró la docencia como un desafío creativo, con premisas similares a su obra artística: constante revisión, evitando el anquilosamiento, los atajos y los facilismos. Gran parte del alumnado le llegaba por el boca a boca, y las recomendaciones eran entusiastas. El taller de la calle Minas era un espacio cálido, con paredes de ladrillo a la vista, mesas de madera y hierro, estantes con libros de diseño y una colección de botellas viejas y sifones. Bocetábamos nuestros ideogramas escuchando a Tom Waits, Miles Davis, Ali Farka Touré, Caetano, Morphine.

En pantalla grande, con sesiones temáticas de proyector, descubríamos material que con su colega, un jovencísimo y precoz Alejandro Schmidt, preparaban en aquella época de internet incipiente. Durante esos años, vía el taller, descubrí o profundicé conocimientos sobre diseñadores, ilustradores, artistas y teóricos de la comunicación, referentes hasta hoy en día.

En paralelo a enseñar a hacer, Hugo enseñaba a mirar, a separar la paja del trigo. A valorar la estética que surge del buen uso de los recursos, de la expresividad, incluso feísta. Aprendíamos que el valor de una imagen podía ir mucho más allá de sus aspectos técnicos o de sus cualidades estéticas. Descubríamos su potencial polisémico, metafórico, poético.

IV

Impacta ver el arco de su obra artística. Personalísima, densa en el buen sentido, sin concesiones comerciales que acotaran su libertad creativa, poblada de cruces, filtraciones, diálogos, metadiscursos y guiños a los múltiples terrenos de la imagen, el lenguaje, la comunicación (y su teoría) y hasta la ciencia (ilustración científica y taxonomía). Los cambios formales son enormes, sin embargo hay una coherencia que atraviesa toda su obra, ciertas premisas que parecen estar siempre presentes: el cambio de foco, la exploración de posibilidades técnicas en paralelo a las posibilidades semánticas, las distintas capas de lectura de opacidad variable, series temáticas encaradas con el entusiasmo de un niño ante un juguete nuevo. “Lo válido es lo que está en permanente revisión”, decía en una entrevista de La Pupila.

En su obra temprana se percibe la influencia de Carlos Fossatti y una tendencia al grotesco bastante común en artistas nacionales en los años 60 y tempranos 70, en sintonía con la actitud rupturista propiciada por la crisis social de la época. Luego vendría la excelencia técnica de las detalladas texturas de trama, aplicadas a la línea sofisticada de la época del Dibujazo, una de las más políticas en su universo temático. A partir de los años 80, el trazo se vuelve más suelto y gestual, y el dibujo más arriesgado. Comienza a integrar recursos del diseño gráfico, del cómic y hasta de manuales técnicos en imágenes que aluden a las fronteras de la comunicación humana, a lo cotidiano y sus fracturas. Gradualmente, e incorporando primero a la fotografía, se irá acercando al mundo digital, con un encare minimalista aunque exhaustivo de las sutilezas geométricas y cromáticas que ese universo le permitía. Gran parte de su producción de esta etapa fue generada con el limitado software Paint, aprovechando con meticulosidad las posibilidades de la grilla pixelar.

VI

En 2011 un ACV lo sorprendió en su casa. En un principio, la mejora fue lenta y parcial, aunque no llegó a recuperar nunca la movilidad del lado derecho. Al año siguiente logró inaugurar las dos muestras que venía preparando al momento del accidente, una en el museo Blanes y otra en la sala Sáez del Ministerio de Transporte y Obras Públicas. Siendo diestro, con el tiempo logró dibujar y escribir con su mano izquierda.

VII

Un día de sol, sobre el final de una clase, entró al taller su hijo menor, Camilo, que en ese entonces no tendría más de cuatro años. Se abrazaron con efusividad y alegría, estaban contentos de verse. Fue un momento fugaz, pero tal vez en el que vi a Hugo más genuinamente feliz. Ese día u otro cercano, Hugo nos contó de una vez en que alguien se dirigió a Camilo con el típico hablar ñoño que algunos adultos utilizan para intentar generar empatía. Camilo, que desconocía ese “lenguaje”, le preguntó desconcertado a Hugo si a esa persona le pasaba algo. A otra escala, salvando las distancias, Hugo tenía un modo similar de tratar a su alumnado. Evitaba la sobreprotección, elogiaba poco y con mesura, prefería el camino de exigir siempre más, sin subestimar jamás el potencial creativo individual. Era exigente con los demás, pero antes, consigo mismo. Y el rigor tiene sus costos, pero da sus frutos.