Aunque no haya lugar para ella en el nombre compuesto, en PorSuiGieco –aquel primer supergrupo del rock argentino más acústico–, siempre hubo una mujer. Por era Raúl Porchetto, Sui eran Charly y Nito, y Gieco era León. María Rosa Yorio, la mujer del grupo, era por entonces la pareja de Charly García, así que debía estar implícito que alcanzaba con nombrar su grupo, y no arruinar entonces un bautismo que mejoraba el de su obvia referencia dentro del rock anglosajón, el mucho más literal Crosby, Stills, Nash & Young. Así eran las cosas en los primeros tiempos del rock argentino, y del rock en general. Y de eso habla inevitablemente el flamante libro de memorias de María Rosa Yorio, que luego de debutar como cantante en PorSuiGieco formó parte de Los Desconocidos de Siempre, el grupo de Nito Mestre después de Sui Generis, y ya en los 80 se presentó como solista pop de la mano de un joven llamado Miguel Mateos. En el libro que se acaba de editar en Buenos Aires con el título de Asesínenme: rock y feminismo en los años 70, Yorio revive –con un candor y espíritu de confesión que esconde su caprichoso título– aquella primera época de canciones que a esta altura son casi monumentos, a los que desarma y vuelve a armar en sus páginas, dejando caer casi al pasar recuerdos y referencias inéditas. El “Me echó de su cuarto gritándome: no tienes profesión”, son Charly y su madre, cuenta María Rosa, por ejemplo.

“Ay, qué hermoso cachorro” es lo que sabemos ahora que dijo una joven Graciela Borges cuando se cruzó por primera vez con Charly, y uno de los mayores logros del libro es ese retrato del joven artista cachorro con el que convivió su autora, ella también cachorra en ese entonces. Eran dos chicos escapados de su hogar familiar, viviendo juntos en una pensión, persiguiendo un mundo de canciones. “La bohème” bautiza Yorio uno de sus mejores capítulos, en el que se retrata con Charly, tirada en la cama, escuchando un recién salido Artaud o Dark Side of The Moon. Hay muchas escenas de ese tipo en Asesínenme, como el “Pequeñas delicias de la vida conyugal”, ese tema compuesto mucho antes del último disco de Sui Generis, y que retrata aquellos mejores días. Pero también hay confesiones de una vida que se pretendía libre pero no lo era tanto, en la que la tan idealizada dieta de sexo, drogas y rock tenía sus contraindicaciones sentimentales e incluso prácticas.

María Rosa confiesa todas sus limitaciones al respecto, y, al no pretender convertirse en la heroína de su historia, el libro deviene revelador al tiempo que desmitifica: el relato de cómo la madre del hijo de Charly termina refugiándose en brazos de Nito Mestre suena casi lógico. De hecho, habría que agradecerle a esa herejía, dentro del imaginario del amor libre-pero-no-tanto de este rock de cachorros, que un libro semejante pueda existir. María Rosa lo debe de haber escrito para liberarse de una vez por todas del fantasma de aquel anónimo pasajero de un colectivo que, al reconocerla, le gritó: “Vos sos la hija de puta que separó a Sui Generis”. Y que, aunque sabía que era una acusación injusta y horrible, recuerda que entonces no pudo responder.

De todo eso escribe María Rosa Yorio, y por eso es que el dinámico y fluido Asesínenme es un libro fascinante, incluso en sus silencios y vaguedades.

A pesar de un título confuso, una portada sin gracia y un subtítulo que resulta forzado, porque la reflexión sobre el rock y el feminismo de la época sólo es inevitable después de su lectura, nunca antes, en sus páginas María Rosa demuestra ser capaz de sumergirse en sus infiernos y retratarse sin anestesia, pasada de rosca, junto a un librero de Plaza Italia, buscando respuestas mientras abría al azar, durante toda la noche, los libros acumulados en su casa-depósito. Una gélida postal de las décadas posteriores a aquellos idílicos comienzos, y que tal vez explique por qué su hijo Miguel (“tiene manos de marfil y teclados de Taiwán”) terminó prefiriendo vivir con su caótico padre. La redención llegará recién cuando, al conocerla, Mecha –la joven pareja actual de García– le confiese: “Pienso que sos una genia”. Y entre esos dos extremos, la acusación gratuita en un transporte público y el tardío reconocimiento de su última sucesora, es que descansan las virtudes de un libro indispensable para reconstruir aquella época en que Charly aún se escribía Charlie en el sobre interno de sus discos, y el rock de todos todavía era un territorio por descubrir.

Martín Pérez, desde Buenos Aires