Stranger Things parece ser un éxito. No tenemos muchos datos de audiencia porque Netflix los divulga con cuentagotas y de forma demasiado caprichosa (“esta nueva película fue la más vista un sábado de tarde”). Sin embargo, las redes sociales se alborotan con la llegada de cada temporada y dividen las aguas entre aquellos que solamente quieren comentar ese tema musical y aquellos que jamás verán la serie porque se hartaron de que hablen de ella.
Esto significaría que la creación de los hermanos Duffer triunfó más allá de su público objetivo, que son (somos) los nacidos en los últimos años de la década del 70 y los primeros de la década del 80. En este caso, más que nunca, deberíamos ser llamados “público subjetivo”, ya que parte de la magia es sentirse como si estuviéramos tomando chocolatada y mirando una ficción de aquella época en esa época.
Sí, esta serie acerca de niños que fueron lo que nunca pudieron ser también es disfrutada por esos que Les Luthiers llamaba “los jóvenes de hoy en día”, que tan bien lo pasan. Y en el caso de Parchís, el documental, en una escala más pequeña, podría decirse que funciona en personas que no experimentaron el furor del grupo español formado por cinco niños y una puerta giratoria (ver recuadro al fin de la nota). ¿Cómo puedo afirmarlo? Basado en que me enganchó muchísimo y casi no tengo recuerdos directos de Los Parchís.
Creo que en casa había un casete (esas cajitas de plástico que venían con música adentro y se rebobinaban con una lapicera) y mis primos más grandes tuvieron un póster colgado durante algunos años, pero casi no tuve contacto con la música y los films de esta banda durante su período de gloria, que fue desde 1979 hasta 1985.
En esos años se centra el documental que estrenó Netflix hace algunos días. Y cuenta cómo, hasta ese momento, la música para niños en España era cantada por adultos. Hasta que alguien tuvo la brillante y millonaria idea de armar un grupo con niños, que comenzó de la forma menos orgánica y natural posible: con un casting.
Para los fanáticos
En Parchís..., durante 106 minutos veremos cómo cinco (o seis) niños se convirtieron en amigos a la fuerza, fueron abusados por la disquera, lograron una fama inusitada, sufrieron un poco las consecuencias de esa fama, y un día colgaron el traje de colores y se dedicaron a tareas más o menos mediáticas, dependiendo de cada uno. No hay interés en revelaciones polémicas, más allá de pequeños excesos de alguna de las estrellitas; Parchís, el documental está hecho como una especie de premio para los fanáticos de aquella época, que también puede ser disfrutado por otros públicos.
Un elemento fundamental para el éxito de esta pieza es el material audiovisual, que por suerte es abundante. Durante unos pocos segundos veremos a algún seguidor veterano recordando aquellos tiempos, pero para qué recordarlos si hay horas de video de sus presentaciones, sus películas y el resto de sus aventuras.
Eso sí, los realizadores las complementaron con entrevistas a sus integrantes icónicos: Tino (la ficha roja), Yolanda (amarilla), Gemma (verde), Óscar (azul) y David (el dado, porque les gustó tanto que agregaron un quinto componente). En 1981 entró Frank en lugar de Óscar, y también es entrevistado por su participación fundamental en la conquista del mercado hispanoamericano.
Por supuesto que no todo fueron rosas, pero es que casi nunca van a encontrar una historia así. Sin ninguna clase de morbo y con bastante franqueza, los artistas y varios integrantes de su entourage van recordando, en forma muy ordenada y concisa, el arco de popularidad que recorrieron.
Como suele ocurrir cuando una empresa se encuentra con un hitazo entre las manos, Discos Belter intentó exprimir aquella gallina de huevos de oro, por lo que los pequeñines sufrieron una explotación laboral tradicionalmente reservada para los adultos. Actuaciones continuas, viajes agotadores y semanas sin hablar con los padres fueron el costado oscuro de su meteórica carrera, que les dio poder y durante un tiempo no hubo quién los mantuviera a raya.
Es cierto que algún objeto voló por la ventana de algún hotel, pero los verdaderos culpables fueron los adultos, que organizaban giras interminables y luego se encargaban de que el dinero no llegara a sus familias (los padres de varios de los niños también se encuentran en la categoría de adultos culpables).
Se menciona que Tino fumaba y chupaba siendo menor de edad, y que tuvo su despertar sexual con algunas de las miles de fanáticas que seguían a la banda. También se habla de los adultos que revoloteaban a las aun niñas Yolanda y Gemma, sin que concretaran sus parafilias. Y hasta alguno de los Parchís adultos menciona que sufrió después de haber dejado la banda. Son apenas menciones, que no les quitan importancia a esos momentos pero evitan que el documental se convierta en un capítulo de E! True Hollywood Story. Además, ninguno de ellos parece haberse convertido en Corey Feldman o Corey Haim.
La caída tampoco es estrepitosa, sino que se explica por los ciclos que tienen algunos productos musicales, aunque acelerada por chanchullos y rencillas internas. Incluso aquellos que no supieran cuándo terminó la era de oro de Parchís intuirá el desenlace por la (de nuevo) muy clara narración.
El cierre del documental es tan limpio y optimista como el resto, con los integrantes veteranos reunidos alrededor de una mesa recordando aquellos momentos. Al igual que el director Daniel Arasanz en su selección, prefieren quedarse con los momentos buenos.
Parchís, el documental, de Daniel Arasanz, producido por Netflix. España, 2019
La puerta giratoria
El primer cambio en filas parchisinas se debió a los problemas de Óscar y su familia para lidiar con la fábrica de chacinados que en 1980 llegó a editar seis discos, y que fue responsable de siete largometrajes estrenados entre 1980 y 1983. Frank llegó para quedarse, al menos por un tiempo, porque a diferencia de Óscar Tabárez, los productores no les tenían miedo a los cambios.
Dentro de esta época dorada, el documental menciona (brevemente) a Chus y a Michel, dos hermanos que ingresaron en 1983 y 1984 en reemplazo de Tino y David, respectivamente. Para marzo de 1985 ya no quedarían integrantes originales en la formación.
Por la banda pasaron Marimar, Gemma, Kary, Ana, Choni, Silvia, otra Gema (España debería dedicarse a las piedras preciosas), Olga, África y Mey. Gemma y Frank tuvieron breves regresos.
Y eso solamente contando hasta 1992, año en el que el grupo se disuelve “definitivamente”. Además, hubo una banda paralela, llamada justamente Parchís 1992, que debutó en 1987 y heredó el nombre original luego de la disolución, y se mantuvo hasta 1997. Sin mencionar a Los Parchís Argentinos, activos entre 1995 y 2000, y una última generación de explotaditos producida en España a comienzos de esta década. Así que hay material para diez documentales más.
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