En 1919, Pak Sung-pil, propietario de uno de los principales cines de Corea, decidió dar el paso decisivo de producir películas locales. Lanzó en un doble programa el documental Escenas de la ciudad de Kyongsong y el cinedrama La venganza leal (el cinedrama no era exactamente lo que llamamos una película: era un espectáculo en vivo combinado con proyección cinematográfica; pero aun así esa producción de Pak es algo parecido a una primera película de ficción coreana). Desde entonces el cine coreano se desarrolló muchísimo. Se beneficia de una inteligente y consecuente política del gobierno de Corea del Sur de brindar apoyo al cine nacional, que resulta en unos 200 largometrajes por año, un público afín a su propio cine (es uno de los pocos países del mundo, junto con Estados Unidos e India, en que el consumo de cine nacional supera al de cine extranjero), en el contexto de un país especialmente cinéfilo (la tasa de idas al cine per cápita por año es de 4,66, la más elevada del mundo).

Con la marca especial del centenario del cine nacional, se lleva a cabo por novena vez en Montevideo la Muestra de Cine Coreano, por iniciativa de la Embajada de la República de Corea (Corea del Sur) junto al Korean Film Council, asociados con la cadena Life. La muestra se extiende hasta mañana. Las funciones son en el cine Alfabeta, con entrada gratuita.

En la función de apertura, el embajador de Corea del Sur habló sobre el papel relevante que el cine puede desempeñar en el acercamiento entre dos pueblos. Creo que eso es indiscutible, pero es un camino tortuoso, ya que estamos mejor preparados para el contacto con ciertos cines a los que estamos acostumbrados (los de Hollywood, Francia, Italia) y con ciertos pueblos con los que tenemos afinidades históricas y lingüísticas (los de Argentina o España). Con Corea hay netas diferencias culturales, y no son tantas las películas que tenemos oportunidad de ver. Esa dificultad se incrementa por el hecho de que estas son obras de un tipo popular, destinadas sobre todo al entretenimiento, y que difieren de las películas con un perfil más artístico que suelen circular en los festivales de cine (y que se realizan teniendo en cuenta ese público internacional). Apreciamos, fácilmente, el nivel formidable de la fotografía, del montaje (muy especialmente) y de las actuaciones. Pero, por ejemplo, cuando vemos esa tendencia a una gesticulación que a veces es muy enfática y explícita –cuando los personajes expresan alegría, angustia extrema, o pretenden establecer un contacto simpático con otros y saludan–, no sabemos si se trata de una convención de representación o si los coreanos son así cuando están entre ellos (o si esas características connotan cierto tipo de coreanos –de determinada región, categoría social o franja de edad–).

Ver esas películas es como entrar en una discusión por la mitad y sin conocer del todo a las personas. Es un proceso fascinante, pero no es cómodo. Dos de ellas, El fisionomista (Han Jae-rim, 2013) y Secretamente, grandiosamente (Jang Cheol-soo, 2013), tienen una yuxtaposición de tonos extrañísima. Figuran ambas entre las 50 películas coreanas más taquilleras de todos los tiempos en su mercado interno, así que evidentemente ese aspecto a los coreanos les resulta familiar o fácilmente asimilable. Luego de breves prólogos serios, asumen un tono francamente cómico. El tipo de chistes es, para nosotros, simplón: el tipo tiene diarrea y se baja los pantalones en la mitad de la calle para hacer caca y, para su consternación, justo aparece la vecinita que le gusta; la mujer tetona y con escote generoso se acerca al personaje por el costado y este mira hacia adelante, nervioso pero forzado a controlarse, y se dice (en voz alta, como en un aparte de teatro infantil): “No, eso es para alimentar a los bebés”. Casi siempre esos momentos están subrayados por una música incidental que indica claramente “esto es un chiste”. Sin embargo, luego esas mismas películas se vuelven acentuadamente dramáticas, y terminan en forma trágica, violencia sangrienta de por medio, con cámaras lentas y música sentimental para enfatizar lo lacrimógeno. El fisionomista se ubica en el siglo XV. El personaje principal desarrolló una habilidad sobresaliente en gwansang, el arte tradicional de inferir, a partir de la fisionomía, los rasgos de carácter, estado de espíritu e incluso el destino de las personas. Ese poder lleva al personaje a ocupar posiciones de influencia como asesor de políticos poderosos, en el conflictivo momento en que el príncipe Suyang comandó el cruento golpe de Estado que lo convirtió en rey. Secretamente, grandiosamente (que se puede ver hoy, lunes, a las 19.15) lidia con un espía norcoreano infiltrado en un barrio modesto de la periferia de Seúl, donde él tiene la instrucción de hacerse pasar por bobo mientras aguarda órdenes más específicas. El contraste entre sus habilidades marciales y su inteligencia superentrenada y el personaje tonto que debe vivir en la cotidianidad es parte de la gracia –una exageración del efecto Clark Kent–. Resulta que, mientras tanto, el servicio de inteligencia norcoreano decide abortar el programa y eliminar a sus agentes infiltrados en Corea del Sur. A los que se rehúsan a suicidarse los manda aniquilar. Es aquí que la película gana un matiz netamente político (aunque muy esquemático): los representantes del gobierno norcoreano son asesinos fríos, indiferentes a los sentimientos de los individuos, desleales con sus fieles servidores, que a su vez muchas veces obedecen fanáticamente a las órdenes y, tal como queda claro, estropearon sus propias perspectivas de cualquier cosa parecida a la felicidad en nombre del espejismo totalitario. En cambio, la vida en el barrio surcoreano donde transcurre la acción es apacible, con muchos ejemplos de solidaridad, generosidad y amistad genuina. Los personajes principales son jóvenes y bonitos, y la película tuvo mucha repercusión entre el público juvenil.

Desaparecida (Lee Eon-hee, 2016) es un thriller bastante normal. Trata de una madre soltera, presionada en forma simultánea por las obligaciones profesionales y las acciones judiciales por la tenencia de su hija menor. Justo en ese momento complicado la niñera desaparece con la niña. La película tiene una estructura temporal compleja, llena de flashbacks en los que vemos antecedentes que contribuyen a ir dilucidando algunos de los misterios y motivaciones. El aspecto más endeble es la falta de inteligencia con que la madre pierde el tiempo y, durante buena parte del metraje, se priva de la ayuda policial, con un pretexto muy flojo. El desarrollo termina metiéndose con las circunstancias dramáticas de la vida de la niñera, que es una inmigrante china (espectacular actuación de Gong Hyo-jin, la “reina de la comedia romántica” coreana, aquí con ribetes profundamente dramáticos y a veces levemente siniestros). (Hoy a las 22.00).

¡Adiós soltería! (Kim Tae-gon, 2016) es más original en la temática y en el desarrollo. El tono es ligero, pero ello no impide el surgimiento de matices más sentimentales y serios. Una actriz televisiva famosa, notoria por sus muchos casos sentimentales con jóvenes del jet set coreano, está en busca de un vínculo más estable. En la antesala del ginecólogo conoce a una adolescente con un embarazo no deseado, y desarrolla con ella un vínculo afectivo. La termina convenciendo de no abortar y de cederle el bebé para que ella lo adopte. Hay muchas idas y venidas (escándalo en la prensa, la decisión entre la vida personal y la carrera, tambaleos en la amistad entre las dos protagonistas). Hacia el final, hay una contundente proclama por mayor comprensión y contención para los casos de embarazo adolescente y contra el conservadurismo hipócrita de la sociedad. Hay, además, una asunción franca de la posibilidad de una familia no convencional (la crianza compartida por dos madres de edades disímiles, que no conforman pareja pero viven juntas, mientras cada una de ellas tiene ocasionalmente sus historias sexuales con varones). La jovencísima Kim Hyun-soo brinda otro ejemplo del sobresaliente nivel de actuación en el cine coreano. (Mañana a las 19.15).

Kai (Lee Seong-gang, 2016) es quizá la obra más sobresaliente del ciclo (por desgracia, ya no la dan en los dos últimos días de la muestra). Es una película de animación, con las características técnicas y estilísticas del animé japonés. La historia está basada en el cuento La reina de las nieves, de Hans Christian Andersen, trasladada a un pasado mítico en algún punto de Asia, en el ámbito de un pueblo pastoril de alguna zona fría, que se parece mucho a los pueblos nómades de Mongolia que hasta hace poco estuvieron de moda en el ámbito del world cinema. Al igual que en tantos animés del estudio Ghibli, la mitología incluye una variedad de esas pequeñas criaturas espirituales multiformes, como los kami japoneses. La historia está llena de eventos y mantiene al espectador constantemente en vilo: una niña que se pierde de la familia en una avalancha, fragmentos de un espejo que supo ser poseído por un demonio, una reina bruja que amenaza convertir a toda la región en una árida superficie helada, un pueblo que vive semioculto en los árboles, un reno gigante, lobos feroces. La imagen es preciosa, el desarrollo de los personajes es muy cuidado, y la fantasía nunca bloquea la conexión humana con los personajes.

Todas las películas exhibidas (incluso Sado, el príncipe heredero fracasado, que no pude ver, y que se exhibe mañana a las 22.00) tuvieron mucho éxito, y casi todas fueron reconocidas en los premios Daejong (el Oscar coreano). Son muy reveladoras y es divertido conocerlas. Las funciones a las que fui estaban llenas de gente. Aparte del público con el perfil más habitual del Alfabeta, y de cierta cantidad de coreanos, en varias de las películas había una cantidad de adolescentes, sobre todo de sexo femenino, quizá interesados en la cultura coreana por la vía del K-Pop. Sin perjuicio de ello, en tren de contribuir a establecer el cine coreano entre el público uruguayo, no sé si el criterio de selección de películas es el más efectivo. Para nosotros es mucho más significativo el impacto internacional que el éxito en el mercado interno coreano (o incluso de la crítica nacional coreana). Sería genial, por supuesto, disponer de ambas perspectivas, pero, en los hechos, la muestra viene implicando, en 2018 y lo que va de 2019, cuatro quintos de los títulos coreanos que llegaron a exhibirse en territorio uruguayo. Sólo dos películas coreanas tuvieron exhibición regular en Uruguay en este bienio (estrenos, respectivamente, de Cinemateca y del Cine Universitario). Aparte de esas dos y de las 12 películas que integraron la muestra en sus ediciones 2018 y 2019, la única otra película coreana exhibida fue una de terror (malísima) que dieron en el último Monfic.

Quizá se asuma que las películas que tuvieron repercusión internacional llegarán acá por las vías “normales” de la iniciativa privada, pero en los hechos eso rara vez ocurre. Las películas asiáticas suelen tener precios prohibitivos para un mercado como el uruguayo, una vez que no contemplan (a diferencia de otras ramas del comercio) la posibilidad de costos reducidos para entrar en mercados relativamente pobres, aun si la inversión ya se desquitó ampliamente. Ese factor, combinado con la falta de antecedentes y de costumbre del público, no estimula el riesgo de parte de los distribuidores, exhibidores y programadores de festivales. En ese aspecto sería genial que la Embajada de Corea pudiera intervenir con algún tipo de auspicio o estímulo. ¿Cómo podríamos acceder a Parásito, de Bong Joon-ho, ganadora del último Festival de Cannes (o cualquiera de las tres películas previas de ese gran director); o a Pietà, o a One on One, ambas de Kim Ki-duk, que ganaron premios importantes en el Festival de Venecia en 2012 y 2014, respectivamente; o a la aclamada The Handmaiden, del muy popular Park Chan-wook; o a ese éxito internacional que es Burning, de Lee Chang-dong, de 2018 (y que es tremenda película); o a esa joyita casi desconocida que es Karaoke Crazies, de Kim Sang-chan, de 2016? Estoy seguro de que ninguna de ellas pasaría desapercibida.