El salteño Edinson Cavani escribió “gracias negrito” respondiendo a una felicitación que recibió por Instagram y se desató un pandemónium en Inglaterra ya que, a toda velocidad, se interpretó que su dicho tenía un carácter racista. Cabe recordar que, meses atrás, en Estados Unidos, se desató una ola de protestas antirracistas a raíz del asesinato de George Floyd bajo la rodilla de un policía. Las manifestaciones se extendieron a Europa, continente en el que los africanos y sus descendientes también son víctimas de la discriminación, lo cual ha sido particularmente patente en el fútbol, donde los hinchas manifiestan a los gritos lo peor de cada sociedad. Anotemos el reciente abandono del campo de juego por parte de dos equipos a partir de que el camerunés Pierre Webo (quien jugara en Nacional) fue llamado “negro” por un árbitro, lo cual movió a la solidaridad de sus compañeros y rivales, entre los que figuraban los connotados Neymar y Kyliam Mbappé. No hay que olvidar que Luis Suárez, también salteño, recibió una dura sanción por cómo se dirigió en la cancha al francés Patrice Evra (además de morder un poco y copiar en un examen de italiano). El horno no está para bollos en la otrora metrópoli imperial que tanta civilización impuso por el mundo, sin olvidarse de África. No buscaron mucho los amarillistas británicos, porque de lo contrario habrían levantado aquellas declaraciones en que el Matador ponderaba la fortaleza física de los jugadores africanos cuando analizaba el juego de la selección de Jamaica. Seguramente lo interpretarían de la peor manera y no observarían que utilizó una expresión eufemística –que lo llevó a un error geográfico– para no decir algo así como “estos negros están salados”. Porque el Edi, además de ser un futbolista dedicado y eficiente, parece mostrar, además de sus rasgos amerindios, trazas de ser un ser humano sensible y cariñoso. Porque, de hecho, “negrito” es una forma muy afectuosa de dirigirse a alguien en Uruguay.
Puestos en censores de la lengua, podríamos reprocharle al jugador que le faltaron signos de puntuación en su frase, además de una mayúscula: “Gracias, Negrito.”, así quedaba perfecta, porque dice la Ortografía de la Lengua Española que el vocativo debe separarse con una coma del resto del enunciado. Y explica la Nueva Gramática de la RAE, en el sucinto tratamiento que se hace de este particular, que los vocativos son expresiones que se usan para llamar a personas o cosas personificadas.
Al respecto, resulta interesante detenerse en el valor dialectal, sociolectal y modalizador de estas expresiones, ya que mediante su presencia se pueden inferir informaciones diversas del emisor y de su actitud hacia el receptor. Por ejemplo, no es lo mismo decirle a alguien “che, loco” que llamar a una persona “señora”, “senador”, “doctora”, “amigo”, “amistad”, “flaco”, “doña”, “vo”, “mi amor”, “jefe”, “maestro”, “ñeri”, “compañera”, “compañero” o hasta “cumba” y, en Treinta y Tres, “macho” (al extremo gramaticalizado de que oí mujeres diciéndose “macha”). Los ejemplos que cito rápidamente, lista que podrán ampliar a gusto quienes lean esta nota, pertenecen todos al habla uruguaya (he ahí lo dialectal) y codifican diferentes relaciones entre los interlocutores, desde la distancia y la formalidad, el respeto, la intimidad, hasta la más descarnada confianza amistosa. Anoto que el “compañero” no es lo mismo dicho entre correligionarios frenteamplistas que entre hombres de campo. Ya que estamos, ahora que me acuerdo del Edi con la boina y a los guadañazos.
Así, “negro”, “negrito”, “negra” o “negrita”, con la posibilidad de agregarle el posesivo “mi” o de apocoparlos como “negri”, son oídos en Uruguay como cariñosos, íntimos. O incluso neutros, si considero que mi vecino de frente a casa me dice “negro” cuando conversamos, a mí que soy muy notoriamente caucásico y tengo una relación con él que no va más allá de la convivencia barrial. A los ingleses les falta toda esta información y reaccionan con extrema sensibilidad a una palabra que se ha vuelto un tabú en su país. Me arriesgo a hipotetizar que lograron prohibir la palabra, pero el racismo debe seguir tan campante. Tiendo a suponer que se puede ver allí un rasgo de pensamiento mágico, donde la palabra es la cosa, donde la mera mención de algo lo hace aparecer, como en un conjuro.
¿Por qué se usa este vocativo en Uruguay? No conozco ninguna investigación seria que logre dar cuenta de su origen. Todavía hay mucho para recorrer a la hora de conocer la trama étnica de nuestra sociedad. Basta recordar el duradero y refutado mito de que este es un “país sin indios” para preguntarse cuánto de nuestra cultura se debe a la gente que ya vivía acá antes de los españoles o a quienes vinieron como esclavos o escapándose de la esclavitud en Brasil, personas que, a la sombra del discurso hegemónico, vivían y hablaban, viven y hablan. Existen algunas investigaciones que relevan, por ejemplo, elementos léxicos provenientes de lenguas africanas, como el evidente “candombe” y el transitadísimo “quilombo”, que pasó de ser una comunidad de esclavos escapados en Brasil para ser un prostíbulo en Uruguay y un relajo en Argentina, con todas las connotaciones que hay en esas resemantizaciones. Hay literatura acerca del “che”, un vocativo muy identitario cuyo origen parece ser guaraní, pero tal vez falte un listado y análisis de los vocativos presentes en el habla uruguaya.
Por último, está el tema de la “corrección política”, de la cual alguna gente se queja amargamente. Estimo que el ruido que pueden generar tales restricciones expresivas está dado por el uso hipócrita de las palabras, como cuando se logra controlar el discurso, se dice “afrodescendiente” y se sigue despreciando a la gente de piel oscura. La corrección, por otra parte, es algo que se asocia con mucha fuerza a la lengua: a la mayoría de la gente le preocupa hablar y escribir correctamente e incluso se autopercibe como que “habla mal”. Hay una variedad de lengua que se selecciona como preferible a otras y es la que impulsan el sistema educativo y los medios de comunicación. Recordemos, al respecto, que una profesora daba consejos sobre el “buen idioma” en televisión, labor que se cristalizó en más de un libro. Podríamos considerar también que esos énfasis normativistas son especialmente patentes –y necesarios– en la escritura, mucho más que en la oralidad, la primera mucho más planificada y regulada y la segunda más espontánea, una más propensa a la exposición y otra al diálogo. El problema de Cavani es que las redes sociales permiten un comportamiento oral, en el que se puede contestar rápido y no pensar mucho, pero que queda escrito y se ve de todos lados como un gigantesco orsái revisado por millones de árbitros que lo ven en sus pantallas.