Cuando se anunciaron nuevos capítulos de Curb Your Enthusiasm (HBO), la épica misántropa de Larry David, a cualquier fiel seguidor de la serie le surgieron un par de preguntas de cajón: ¿con qué o quiénes se va a meter ahora? ¿A qué santuario políticamente correcto va a entrar para profanarlo, arrasarlo sin piedad y no dejar más que risas y quejas a su paso? Porque esa es su esencia, y no puede con su genio, que en estas épocas de hipersensibilidad se hace cada vez más necesario pero, al mismo tiempo, irresistiblemente peligroso.
Repasemos: Larry David cayó al mundo en 1947, en Brooklyn, y tiene el ADN inherente al comediante judío neoyorkino, de estructura neurótica, no muy afín al trato con el prójimo y con el agregado de una aptitud obsesiva para analizar y poner en jaque las reglas implícitas de la vida en sociedad, por más nimias que sean. Algo de eso lo explotó al hacer stand-up y escribir escasos guiones para Saturday Night Live, con una abrumadora falta de éxito. Pero en 1989, junto con su amigo –también comediante, también judío y también neoyorkino– Jerry Seinfeld creó la sitcom titulada como el apellido de este último, y lo demás es historia. Vaya si la pegó.
Seinfeld (1989-1998) se despegó de cualquier otra comedia del momento gracias a lo que se puede resumir con la regla de oro de Larry, cabeza creativa de la serie: “No hugging, no learning” (“sin abrazos, sin aprendizajes”). Así, los cuatro personajes principales, Jerry, George –basado en Larry–, Elaine y Kramer se convirtieron en antihéroes de la televisión: no representan lo que todos queremos ser sino lo que somos. Egoísmo, paranoia, miseria, avaricia, falta de empatía, acidez y neurosis varias fueron algunos de los movimientos que hicieron de la serie una sinfonía misántropa única.
Esa esencia se trasladó a Curb Your Enthusiasm, con mucha más libertad para expandir los límites de lo que “no se puede hacer”, ya que HBO, al ser un canal de cable, siempre tuvo una política laissez faire más fuerte que cualquier cadena de televisión de aire yanqui. Curb... vio la luz a fines de 2000, o sea, hace 20 años, pero sólo van diez temporadas –de diez capítulos cada una– porque Larry se toma su tiempo con mucha tranquilidad, otra cosa que sólo en HBO le permiten; de hecho, en la década que terminó hace tres meses sólo hubo dos temporadas, la octava (2011) y la novena (2017).
Incorrecto
Curb Your Enthusiasm –que en uruguayo se podría traducir como “aflojale al entusiasmo” – no es una sitcom en lo formal, ya que no se filma en un estudio sino en escenarios reales, no tiene risas de fondo, sus capítulos pueden durar media hora o más y no se atan a ningún guion. Esto último es de lo más destacable de la serie, porque al ceñirse sólo a una pequeña historia que funciona como disparador, se deja a los actores –la mayoría, comediantes– un espacio para que improvisen a placer. Eso a veces regala momentos hilarantes y sorpresivos, incluso para los involucrados.
Larry es el protagonista excluyente y acapara toda serie, en una versión semificcionada de sí mismo: el cocreador de Seinfeld, que anda medio retirado y nadando en millones –y aun así es un tacaño de campeonato–, al que no le queda otra que hacer de las suyas con sus amigos y enemigos (muchos de ellos también basados en la vida real de los propios actores, como Ted Danson, otrora estrella de la sitcom Cheers). Gracias a su honestidad brutal, su pulsión irrefrenable y casi infantil hacia la curiosidad y su pericia para embarcarse en empresas absurdas sólo por detalles neuróticos, Larry siempre se ve envuelto en situaciones totalmente embarazosas, que muchas veces lo hacen ver peor de lo que realmente es.
El mejor ejemplo de esto es el final del capítulo de “The Doll” (2001), de la segunda temporada: una serie de hechos desafortunados hacen que Larry termine en el baño de damas de un cine ocultando una botellita de agua en su entrepierna, para que no se la quiten al entrar a la sala. Cuando está por salir justo se cruza con una niña, hija de un productor televisivo, con la que tuvo un encontronazo por cortarle el pelo a su muñeca. Después de muchas idas y vueltas, Larry pudo arreglar su macana, por eso ella se lo agradece y lo abraza, pero en ese momento la niña nota algo raro y sale corriendo al grito de: “¡Mamá, el pobre tipo está en el baño y tiene algo duro en sus pantalones!”. Acto seguido, la cortina musical de la serie –esa comiquísima tonada grecoitaliana– y el malogrado protagonista intentando escapar por la minúscula ventana del baño.
Larry se ha cansado de decir en entrevistas que su versión ficticia es en realidad lo que él sería si no estuviera encadenado por las normas sociales, es decir, si simplemente lo dejaran ser. Por eso deja abrir su imaginación para armar escenarios bélicos en los que ametralla el corazón de lo políticamente correcto. Vale la pena repasar algunos de esos momentos que dejaron los capítulos de las temporadas anteriores a la que hoy nos ocupa.
Le regala una máquina de coser a un niño porque es ostensiblemente afeminado y además le enseña a dibujar esvásticas. Le avisa a un ciego que su novia, que dice ser modelo, no sólo no lo es sino que además es feota. Confunde a un paciente oncológico con un skinhead. Se hace pasar por discapacitado –severo– para que no le alquilen la oficina de al lado. Sospecha que su vecino de arriba, el actor Michael J Fox, se escuda en su enfermedad de Parkinson para molestarlo a puro zapateo. Le pide a un carpintero que le ponga una mezuzá sobre la puerta de la casa y le explica que “es algo judío” que se coloca ahí “para que los antisemitas del barrio” sepan dónde vive, “en caso de que quisieran incendiar la casa”. Y un largo y políticamente incorrecto etcétera.
Es ahora
Con este prontuario fue que a mediados de enero arrancó la décima temporada de Curb, que tiene, como es típico en todo lo guionado por Larry y sus secuaces –que vienen de trabajar con él en Seinfeld–, un arco narrativo que la atraviesa. En este caso, nuestro protagonista pone una cafetería justo al lado de la de su enemigo Mocha Joe, sólo por despecho y venganza, cansado de que el tipo sirva café frío, scones blandos que parecen muffins y que sus mesas se tambaleen –lo que hace enervar al neurótico promedio, obvio–.
Dado semejante catálogo de incorrecciones anteriores, parecía que quedaban pocas vacas sagradas a las que hincarle el diente, pero Larry siempre se las arregla. Además, teniendo en cuenta la novena temporada, que fue la más floja de la serie, el entusiasmo estaba más que moderado en esta oportunidad, pero a medida que pasan los nuevos capítulos hay que decir que a sus seguidores en fieras batallas –contra lo políticamente correcto– de entusiasmo sublime inflamó.
Gracias al oficio de Larry hay sellos de la serie que nunca fallan: las distintas historias en cada capítulo se siguen entrelazando con la misma naturalidad que el contrapunto en una fuga de Bach, y hay martillazos a las convenciones sociales. Por ejemplo, en el primer capítulo de la nueva temporada ya se queja de que a mitad de enero le deseen “feliz año nuevo” y obviamente tira su propia regla: hay que hacerlo no más de tres días después del primero de enero, y además, pregunta, en clave de un Zaratustra amateur: “¿Por qué todo tiene que ser feliz?”. Charlando con Jeff, su amigo y mánager, Larry le cuenta que tuvo sexo mañanero con la hermana de su ex esposa y subraya que le encanta hacerlo en ese momento del día; en cambio, de noche “está muy cerca de la hora de dormir”. “¿Por qué hacerlo antes de dormir? ¡Debería ser al revés!”.
Pero vamos al grano: ¿con qué se mete esta vez? Luego de una serie de malentendidos con su secretaria por unos comentarios sobre un tatuaje y por limpiarse los lentes con su blusa, Larry es acusado de acoso sexual. Entonces, para estar bien seguro, cuando tiene una cita toma su celular y con el permiso de la muchacha en cuestión pasa a “documentar la noche”, en caso de que hubiera “alguna discrepancia” con las versiones de cada uno, dándose el siguiente diálogo-cuestionario, con un tono de suficiencia irritable por parte de Larry: “–Ella es Rita. –¿Estás acá voluntariamente? –Sí. –¿Nadie te obligó? –Así es, nadie me obligó. –¿Te estás divirtiendo? –Sí. –¿No pasó nada malo ni nada sin tu permiso? –Para nada”. Así las cosas, Larry pasa a la otra fase: “Y ahora quiero tomar la mano izquierda que ya conoces, ponerla sobre tu muslo interno y avanzar lentamente, como si fuera un cangrejo”. Obviamente, la mujer se niega y ahí termina todo.
Siguiendo con la historia, Larry arregla con su abogado y la secretaria que lo acusó para donar dinero a una organización de víctimas de abuso sexual y además participar en una charla sobre eso. Una de las oradoras es una mujer trans negra... Cuando Larry se la cruza antes de la conferencia, charla va, charla viene, le lanza: “¿Puedo preguntarte algo acerca de la transición? Soy donante de órganos. En mi licencia de conducir dice que soy donante. ¿Se le puede donar un pene a alguien que está en transición? ¿Y un blanco en transición puede recibir un pene negro?”.
El viejo y el final
Ahora bien, van 20 años de Curb y hay algo que se debe tener en cuenta en pos de la verosimilitud, más allá del pacto tácito de que sabemos que es ficción y todo eso. Cuando arrancó la serie Larry era cincuentón y su personaje estaba casado; ahora tiene 72 y es divorciado –en la vida real también–, y si bien sigue tan flaco y desgarbado como antes –o incluso más– y se viste “informal con onda”, puede resultar un poco raro verlo de cita en cita, siempre con mujeres más jóvenes que él –faltaba más– y con la actitud de un treintañero. Pero bueno, es Larry, está más allá del bien y del mal y se lo perdona.
No así al comediante Richard Lewis, uno de los roles recurrentes en la serie como amigo de Larry, que también tiene 72 pero el tiempo le pasó más facturas, incluso en sus movimientos; por lo tanto, verlo con una novia joven al lado causa la misma desazón y ternura que observar al personaje interpretado por Robert de Niro en El Irlandés, cuando a duras penas le puede pegar al almacenero ese que se metió con su hija. Pero estos son detalles neuróticos que incluso podrían ser del mismo Larry David si estuviera viendo la serie de otro.
El domingo terminó la nueva temporada con una resolución hilarante e inesperada en la cafetería de la venganza, que tiene mesas que no se tambalean y un baño en que se prohíbe cagar –sí, esa función natural no está muy bien vista por Larry si la hacés en un lugar que no sea tu casa–. Fue uno de los mejores finales de temporada de Curb, no hay duda, pero la gran incógnita es el final total: cuándo y cómo terminará la serie. No hay información oficial de HBO sobre otra temporada ni que esta sea la última, como suele pasar, ya que todo depende del humor de Larry.
Dada la irreverente falta de empatía que desprende la serie, y al ser como un Seinfeld pasado de rosca, es imposible que haya un final del estilo “se-casaron-y-vivieron-felices-para-siempre-qué-lindo-todo”. Por eso, en términos narrativos clásicos, de largada, curvas, chicanas y llegada a la meta para subir al podio, levantar la copa y bañarse en champagne, la serie puede terminar ayer, nunca o después, pero lo único seguro es que el final no será feliz. ¿Por qué todo tiene que ser feliz?
¿Dónde la veo?
Como toda serie original de HBO, Curb Your Enthusiasm está disponible en su servicio de streaming, HBO GO y también en los servicios de televisión cable para los que abonan el paquete de HBO.