Partiendo de su propia experiencia como madre, la directora argentina Amparo Aguilar realizó esta película que reflexiona sobre la maternidad. El título, Malamadre, es la contracara de la pregunta que abre y cierra el film, y que queda, en ambas ocasiones, sin respuesta: “¿Qué es, para vos, ser una buena madre?”.

Aquí la maternidad se presenta procesada por la modernidad, es decir, insertada en la estructura social conformada por familias nucleares, en las que hay gran cantidad de madres y padres solos, y en la que es muy común que, aparte del rol de madres, las mujeres que tengan hijos lleven una vida profesional. La perspectiva feminista que asume la directora contribuye a relativizar las idealizaciones vinculadas a la maternidad como destino ineludible, como bendición o como fuente suficiente de realización. Los distintos testimonios que recoge la película, y el relato de la propia Amparo, enfatizan los componentes de agobio, frustración, enajenación, las experiencias no siempre ideales del parto, y los sentimientos de bronca, desesperación, rabia (contra una misma, contra las circunstancias e incluso contra los hijos), que guardan poca similitud con la ternura dulce y plena que transmitían las elefantas de Dumbo (1941) cuando las cigüeñas les traían sus elefantitos.

Sin embargo, aquel modelo de madre ejemplificado en el dibujo de Disney, establecido en la época de las “amas de casa perfectas”, sigue depositado en el superego de muchas mujeres, ocasionando, para acentuar los problemas, conflictos de conciencia y la frustración por ser incapaz de cumplir con esa supuesta “normalidad”, por no ser suficientemente buena en cualquiera de las dos acepciones: la de eficacia y la de bondad. Uno de los sentidos en que la película puede incidir es como algo análogo a un grupo de apoyo, que permite constatar que, en la práctica, esas supuestas falencias suelen ser la regla, cuando quizás sean inevitables (probablemente también lo eran en la época de las perfect housewives, pero era vergonzante acusarlo).

El abordaje de Malamadre es múltiple, y presenta tres líneas principales: por un lado, las entrevistas a una docena de madres que nos cuentan sus experiencias; por otro, el relato personal de Amparo; y, por último, las entrevistas o diálogos de Amparo con sus dos hijos. Cada uno de esos tres ciclos (que se van alternando) apela a un estilo distinto, lo que aporta mucho al dinamismo del film.

Los testimonios son tipo cabezas parlantes, en un blanco y negro claroscuro, en el que todas las mujeres están vestidas con tonos oscuros, que se registran como negro. En total, los testimonios ocupan más de 40 minutos, de los 70 que dura la película. Este planteo podría ser el terror de esos montajistas, directores y productores histéricos que parten de la premisa de que es aburrido ver gente hablando. Para nuestra suerte, ninguno de esos destructivos especímenes intervino en este proyecto. Los planos de los testimonios duran en promedio un minuto, y el más extenso de ellos llega a casi cuatro. Lejos de producir aburrimiento, esa extensión es la que permite redondear ideas, dejar aflorar las emociones, entender cada contexto. E, incluso, llegamos a configurar algunas de las entrevistadas como personajes.

A lo largo del film se confirma que Amparo pudo generar un clima de confianza, y la sensación que tenemos es de una conversación franca. La fotografía es preciosa, la iluminación muy cuidada, y, dentro del rango restringido de opciones estilísticas (blanco y negro, oscuridad, cabezas parlantes), se cuida un rango de variedad: el rostro puede aparecer muy cerca de la cámara o a una distancia mediana, y ocupando, en cada caso, una zona distinta del encuadre. A veces el fondo es un negro pleno, otras veces una tela manchada en distintos tonos de gris, y hay efectos puntuales muy expresivos con el flare y el foco, en especial, un momento muy sutil en el que un ajuste gradual de foco condice con un momento de introspección y duda de la entrevistada. La filmación traduce un amor y un respeto especiales, y produce el efecto secundario de evidenciar la diversidad de formas de belleza de esas mujeres, de sus rostros, maneras de ser, timbres vocales, acentos (junto a las uruguayas y argentinas, hay un par que parecen oriundas de otros países).

Herencias compartidas

Malamadre. Foto: Difusión

Malamadre. Foto: Difusión

Foto: Difusión

Los relatos personales de Amparo apelan a construcciones visuales fantasiosas, con siluetas (casi todas de la propia Amparo) intervenidas con dibujos, efectos sonoros y unas pocas imágenes de archivo, y las técnicas visuales empleadas recuerdan algunos trabajos clásicos de la agencia canadiense Office National du Film (Len Lye y Norman McLaren). El espíritu juguetón incluye un uso casi pictogramático de algunas imágenes (sombrero, bebé, carretera), y además de describir a la maternidad de Amparo, esas secciones se extienden hacia atrás, a los modelos contrastantes que la directora heredó de sus dos abuelas, una como “madre perfecta” y otra medio abandónica, pero que le legó un modelo de independencia, de búsqueda a ultranza, de realización.

Hay un motivo importante, y algo enigmático, en torno al caballo, que tendremos que ir descifrando a lo largo del metraje. El primer sonido que escuchamos es el de un galope, y suena tan desubicado que tendemos a desestimarlo, como un accidente no significativo. Pero ese sonido regresa en distintas circunstancias, a veces funciona como transición entre secuencias, y pronto se suma el dibujo animado de un caballo a galope. Poco a poco iremos construyendo el vínculo histórico y simbólico entre el caballo y la abuela Carlota (la “mala”), y la asociación que la directora asimiló entre la cabalgata y cierta fantasía de liberación. Al final de Malamadre, el dibujo aparece enriquecido por una imaginación de Juan (el hijo de Amparo), referida a una mujer con rasgos diabólicos, algo que en el contexto feminista blasfemo no es negativo, sino más bien heroico, épico.

Si el relato que hace Amparo de la maternidad recae un poco en la demencia, la irritación y la exasperación, las situaciones con sus hijos muestran una cara bastante más positiva. Los niños son articulados, se expresan bien, parecen tener buen contacto con sus emociones, interactúan en forma fluida entre ellos y con su mamá. Parecería que la conciencia de los aspectos feos de la maternidad no impide una relación amorosa, responsable y saludable con los hijos.

La mayoría de las entrevistadas parece integrar un entorno no muy alejado del de la propia directora, y me consta que al menos un par de ellas trabajan en cine; en general, parecen ser mujeres capitalinas de clase media. Hay una sola que, por su aspecto, forma de hablar y relatos, inferimos que viene de un contexto menos favorecido, y su historia involucra problemas más graves (padre violento, suegro abusador), pequeño vislumbre de maternidades aún más complicadas.

Otro aspecto expresivo de la película es el confinamiento. Casi todas las imágenes son en interiores, lo que contribuye a la intimidad confesional, pero también genera un efecto de encierro. Cuando, hacia el final, tenemos una única secuencia rodada al aire libre y escuchamos los sonidos de un jardín o parque, tenemos la sensación de una liberación, que es análoga, en cierta medida, a la vivencia de quien cría un hijo chico y de a poco, en la medida en que crece, va ganando la facilidad para acceder a mayor libertad, como quien va disponiendo de salidas cada vez más largas y más lejos de una prisión.

Malamadre se concentra expresamente en lo femenino: Cata, la hija de Amparo, aparece bastante antes que su hermano, a quien vemos recién a la media hora de metraje. Hasta cerca del final, en la secuencia del parque, en que aparecen otros niños; Juan va a ser el único varón que aparece en cámara, ya que aun los que están en las pocas fotos que ilustran los relatos de Amparo tienen sus imágenes pintarrajeadas, privadas de individualidad. La voz de Juan seguía siendo aguda cuando se hizo la filmación, así que no llega a aportar un contraste en lo vocal.

Esta opción es interesante. A pesar de que, en un par de ocasiones, se insiste en la consigna feminista de que la maternidad no es una identidad sino una tarea, la película parece partir de la premisa opuesta y se ocupa de la condición de “madre”, casi omitiendo el papel de los padres. Es fuerte el aire de “conversación entre mujeres”. Los varones, necesariamente, miramos desde el otro lado los tópicos que tienen que ver con las especificidades biológicas (embarazo, parto, leche materna), y aquellos que no son padres, o que lo son desde el rol más tradicional (más lejano de la crianza que las mujeres) tendrán una buena oportunidad de tener una mejor perspectiva de los problemas que implica. Aquellos que sí ejercieron o pretenden ejercer plenamente la tarea de crianza y cuidado de los hijos pueden, incluso, sentirse plenamente identificados con varias de las situaciones, dudas y ansiedades que se discuten.

Malamadre. Dirigida por Amparo Aguilar. Documental. Argentina / Uruguay, 2019. Vimeo (en sistema de video a demanda, https://vimeo.com/ondemand/malamadrefilm)