A los 42 años, Hugo Pratt hacía poco que había terminado de dibujar su obra maestra, pero era un desempleado. Sgt. Kirk, la pequeña revista genovesa donde habían aparecido las gloriosas páginas de La balada del mar salado –junto con un rescate de lo mejor de su producción realizada en Argentina, aún desconocida en el resto del mundo– ya no existía, por lo que no había ninguna publicación esperando sus dibujos. Sólo tenía por delante un encuentro en París con el editor del semanario juvenil francés Pif Gadget, dedicado a las historietas, y hacia allí se dirigía en tren desde su hogar en Venecia –en Malamocco, para ser más precisos–, sin tener una idea clara de lo que iba a proponerle. Era enero de 1970, y Pratt confiaba en que algo se le ocurriría durante aquel largo viaje. O al menos eso es lo que asegura Thierry Thomas, que elige aquel momento que parte al medio la carrera del autor de Corto Maltés como punto de partida para su fascinante documental Hugo Pratt: trazo a trazo, que acaba de estrenar el canal Film & Arts, y que se emitirá por última vez el domingo 28 a las 12.00.
Lo que se le ocurrió a Pratt durante aquel viaje realizado hace exactamente medio siglo es lo que terminó de convertirlo en el mito que hoy encarna: tomar uno de los personajes de la extensa saga que había publicado en aquella humilde revista que acababa de cerrar, y convertirlo en el protagonista de las historietas autoconclusivas de no más de 20 páginas que fue estrenando en el popular semanario francés, y a partir de entonces se reimprimieron y multiplicaron en revistas y libros en todo el mundo. Así fue como el Corto Maltés –el “anti-Tintin”, según se puede leer hoy en Le Monde– comenzó su carrera a la fama, y también fue como Pratt pudo dejar, para siempre, de buscar trabajo. Hacer centro en ese recuerdo es también la clave del funcionamiento de un lírico documental que va y viene libremente por la vida, obra y recuerdos de un artista que fue protagonista fundamental de la revolución de la historieta europea de la época, indispensable para que el género pudiese adquirir la mayoría de edad que hoy ostenta.
Narrado por la voz del actor francés Lambert Wilson, el trabajo de Thomas desgrana claves en la vida del nacido originalmente como Ugo Prat, nombre con dos letras menos: al comienzo y al final. Esa circularidad se repite en el recuerdo de un buzo evocado como su primer dibujo y regresa en los primeros cuadritos de Mu, la última historia de su personaje. Hijo de un padre fascista pero añorado, y una madre a la que le inventó rasgos de adivina que nunca tuvo y que en realidad siempre eligió ignorar, el autor del Corto sufrió una insolación de pequeño que le hizo perder la memoria, por lo que Thomas desliza que tal vez por eso su personaje sufra una y otra vez el mismo destino en sus historias. A partir de un impresionante archivo de dibujos, fotos y filmaciones, Hugo Pratt: trazo a trazo recorre el camino que llevó a su protagonista a la historieta, escapando de un posible destino de podólogo apuñalando los pies de su primera clienta para terminar huyendo de la pobreza de la posguerra italiana respondiendo a una oferta de trabajo que lo terminó depositando en Buenos Aires para aprender a hacer lo que más le gustaba.
Hay perlas de todo tipo en el documental, ya sea deslumbrantes imágenes de Pratt disfrutando de la fiesta que fue su larga aventura porteña, como la poderosa presencia de sus mujeres, tanto con la aparición de Anne Frognier –su segunda esposa, modelo para la protagonista de la Ann y Dan, su primera historieta con guion propio– y la colorista Patricia Zanotti, que terminaría comandando la póstuma reedición de su obra, como en la sufrida evocación de Gisela Dester, su colaboradora en Ticonderoga, que nunca fue a reunirse con él en Londres. Desquiciado aventurero, el documental también evoca su experiencia con los indios xavantes en Brasil, que insistían en hacerlo dibujar todo el tiempo, y donde tuvo un amor y dejó un hijo. Porque lo mejor que hace Thomas es dejar que la historia fluya, y con ella también la comprensión del personaje, aun si eso termina dejando casi afuera el nombre de Héctor Germán Oesterheld, con el que Pratt gestó sus primeros héroes inmortales, como Kirk y Ernie Pike, o su vínculo con la masonería. Pero permite la revelación de que, por ejemplo, su fascinación por los cementerios tal vez se deba a que recién logró descubrir la tumba de su padre en Etiopía cuando ya estaba en la mitad de su vida. Un detalle que –como muchas de las precisiones históricas del programa– indudablemente proviene de los indispensables volúmenes de Dominique Petitfaux, El deseo de ser inútil (1991) y A la sombra del Corto (1992).
Autor de documentales dedicados a las figuras de Roland Barthes, Marcel Proust o François Mauriac, Thomas llegó a conocer a Pratt personalmente durante su adolescencia, cuando soñó con dibujar historietas y fue a visitarlo a Malamocco con su carpeta bajo el brazo. Guionista de la aceptable adaptación animada de Corto Maltés en Siberia, realizada en 2002, terminó originalmente este apasionante trabajo sobre Pratt en 2016. Cuatro años después, la novedad es que Thomas convirtió aquella inmersión en la obra del genial autor veneciano en un libro. Nacido a partir de la poderosa voz en off del documental, y bautizado con exactamente el mismo título, acaba de ganar en Francia el premio Goncourt 2020 a la mejor biografía.
Hugo Pratt: Trazo a trazo (Hugo Pratt: Line for Line, 2016). Dirigida por Thierry Thomas. Documental. El domingo 28 por Film & Arts.