Hace pocos días entró en funcionamiento BuenCine (buencine.com.uy), un sitio web dedicado al streaming de cine alternativo y autoral, que tiene una doble afiliación: es una nueva rama de la distribuidora uruguaya Buen Cine, especializada en ese tipo de films, cuyo coordinador, Gabriel Massa, también es el programador de la Sala B; y, por otro lado, es el brazo uruguayo de un sistema internacional llamado Eyelets, que opera según el mismo esquema. No funciona por suscripción, sino que se paga por título (se requiere tarjeta de crédito internacional), y el costo varía, según la película, entre uno y tres dólares. Desde el momento en que se alquila, el film queda disponible para el espectador durante 48 horas.
El sitio se inauguró con un modesto repertorio de 100 películas, pero cada jueves se agregan tres estrenos absolutos para Uruguay, junto a 15 incorporaciones de películas nuevas, con lo cual la oferta va a crecer mucho rápidamente. Hay películas de los cinco continentes y, junto a una gran mayoría de cine reciente, hay películas del siglo XX (incluso alguna muda). El diseño permite buscar por modalidades (comedia, drama, etcétera) o por nacionalidad, con una sección aparte que destaca las incorporaciones nuevas. Hay para distintos gustos, y la selección es bastante buena. Si uno estuviera condenado a ver una película elegida en forma aleatoria, las chances de encontrarse con un bagayo en BuenCine son muchísimo más bajas que en Netflix. Por ejemplo, la selección de cine brasileño, que por ahora es de sólo cuatro películas, es formidable. Están la justamente consagrada Aquarius (2016, de Kleber Mendonça Filho) y las interesantísimas Benzinho (2016, de Gustavo Pizzi) y Los buenos modales (2017, de Juliana Rojas y Marcos Dutra). La cuarta (Trabalhar cansa, 2011) no la vi, pero es de los mismos realizadores de Los buenos modales, lo cual es prometedor.
La programación incluye realizadores que cuentan entre los más interesantes de la actualidad, como los franceses Claire Denis, Philippe Garrel, Olivier Assayas, Laurent Cantet y Stéphane Brizé, el alemán Wim Wenders, el polaco Paweł Pawlikowski, el rumano Cristi Puiu, el coreano Hong Sang-soo, el chino Jia Zhangke, el colombiano Ciro Guerra. Está la deliciosa y sensible película de animación Virus tropical (2017), de Santiago Caicedo, sobre dibujos de la colombiana-ecuatoriana Power Paola, y hay clásicos de Charles Chaplin, Orson Welles, Frank Capra, Michael Curtiz, Frank Borzage, William Wellman, René Clair, Vincente Minnelli, Roger Corman, Satyajit Ray, Stanley Kubrick, Agnès Varda, François Truffaut, George Romero, Peter Bogdanovich, Francis Coppola, Leonardo Favio y Krzysztof Kieślowski. La única uruguaya, por ahora, es Mr. Kaplan (2014, de Álvaro Brechner).
En mi breve experiencia con el sitio, me parece que queda por ajustar algún aspecto de la estructura, ya que a veces el usuario se ve atrapado en un círculo vicioso (el intento de entrar a la película devuelve a la ventana para hacer login, aunque este ya se haya efectuado). Finalmente logré ver la película, pero al segundo intento ya no recordaba cómo era, porque no es evidente.
Los estrenos
Los tres estrenos de esta semana incluyen una película excepcional. Hacia la luz (Hikari, 2017, de Naomi Kawase, Japón/Francia), fue exhibida en Uruguay únicamente en el Festival de Cinemateca. La protagonista, Misako, escribe descripciones de películas para personas con discapacidad visual, y está haciendo los testeos para el texto de un film de arte relativamente complejo. El proceso involucra cuánto decir, cuánto dejar librado a la imaginación, cómo dar cuenta del clima de una imagen sin interferirla con componentes subjetivos y sin acotar su potencial de significaciones. El proceso será afectado por dos líneas emotivas de Misako: las visitas a la madre con Alzheimer en un precioso pueblito en las montañas, y el involucramiento con Nakamori, un fotógrafo famoso que quedó casi ciego y atesora su vieja Rolleiflex porque es, dice él, su corazón. La concepción visual nos acerca un poco a los personajes ciegos: Hacia la luz está tomada mayormente en planos muy cercanos a sus rostros, que valorizan cada tensión de cada músculo, cada parpadeo y cambio en la dirección de la mirada. Nos zambullimos en la belleza de esos rostros (su interioridad) y también en la belleza de los retazos de imágenes alrededor de ellos. Los muchos crepúsculos se nos comunican sobre todo por la luz reflejada en las pieles, en las miradas extasiadas, y es como si la película nos comunicara la tibieza de los rayos del sol. Hay frases poéticas (“La luz del prisma aterrizó en su mano”) y sentimientos inefables. Como siempre, Naomi Kawase es delicadísima, y esta obra tiene el efecto purificador de una sesión de meditación.
Las otras dos películas son totalmente inéditas en el país. Maravilloso Boccaccio (www.buencine.com.uy/pelicula/maravilloso-boccaccio/) es una buena oportunidad de retomar el contacto con el cine de los hermanos Taviani, y Cigarrillos y chocolate caliente (https://buencine.com.uy/pelicula/cigarrillos-y-chocolate-caliente/), de Sophie Reine (2016), es una comedia francesa con el cada vez más popular Gustave Kervern.
Maravilloso Boccaccio, de los Taviani
Tras la muerte de Vittorio Taviani en 2018, es conmovedor encontrarnos con una obra, inédita entre nosotros, de la entrañable dupla de directores que formó junto a su hermano Paolo durante más de 60 años.
Es difícil contornear el hecho de que los realizadores tenían, respectivamente, 85 y 83 años cuando terminaron esta película: hay rasgos que podemos apreciar negativamente como anacronismos, o positivamente como supervivencias de glorias pasadas del cine italiano. Los Taviani siempre fueron buenos directores, pero su período de mayor proyección fue en las décadas de 1970 y 1980. La música original hiperdramática parece venir de aun antes, de cuando las músicas cinematográficas italianas seguían impregnadas de herencia operística (y, de hecho, esa música original está complementada con fragmentos de Rossini, Verdi y Puccini). Hay algunos recursos visuales medio vetustos, como el uso alevoso de filtros degradados para embellecer paisajes, y la noche americana para planos de establecimientos nocturnos. La paleta de colores es apastelada, la mezcla de las voces no se inserta en el espacio en forma naturalista, lo que recuerda las voces dobladas que caracterizaron al cine italiano hasta el establecimiento del cine digital. Hay un culto amoroso a los paisajes naturales y al aparentemente infinito repertorio de preciosas locaciones históricas que proporciona la Toscana. Y está el hecho de que es una adaptación del Decamerón (hacia 1350), de Boccaccio, lo cual, necesariamente, trae a colación el clásico de Pier Paolo Pasolini, El Decamerón (1970).
Por supuesto, es imposible adaptar en forma integral el libro original, que es un rejunte de 100 cuentos, dentro de un marco narrativo de diez jóvenes que se refugian en una propiedad rural para escapar de la peste y acuerdan, para entretenerse, que cada uno contará diez historias a los demás. Pasolini adaptó diez de las historias. Los Taviani adaptan sólo cinco, con duraciones de entre 10 y 20 minutos. Obviamente, eligieron otros cuentos, pero entablaron un vínculo-tributo: uno de los cuentos (el de la abadesa) estaba aludido en la película de 1970, resumido por un cuentacuentos callejero.
Maravilloso Boccaccio no se parangona con el antecedente de Pasolini, que era mucho más interesante y transgresora en su estilo, en su encare de la sexualidad y de los cuerpos pobres. A diferencia de Pasolini, que simplemente apiló las diez historias sin ningún tipo de transición entre ellas, los Taviani incluyen el marco narrativo y le dan un especial relieve. Y todo bien con que los personajes sean jóvenes opulentos, pero cada uno de ellos (que aquí, por algún motivo, son sólo nueve) tiene una facha que lo candidatearía a trabajar de modelo. Esto es más desubicado aun cuando lidiamos con personajes populares: los “niños de la calle” son, en forma alevosa, “niños bien” vestidos con harapos y con unas manchas de suciedad maquilladas en la cara. Los pocos cuerpos desnudos, que se ven en forma fugaz, lejana y velada, son esculturales. La alevosa, obscena o cómica sexualidad del libro del siglo XIV y de la película de 1970 (en pleno proceso de liberación sexual) contrasta con el velo de pudor de esta nueva producción, a tono con el tratamiento cauteloso del sexo heterosexual en el cine del siglo XXI. Los actores (mayormente no actores) de Pasolini actuaban mal debido a la actitud rosselliniana, antinaturalista, de preferir lo psicológico y priorizar la fisicalidad de personas traídas al cine desde la vida misma, y no desde las escuelas de teatro o del cine profesional. Aquí los actores (salvo, justamente, aquellos muy bien establecidos) actúan mal porque en el casting se priorizó la belleza modélica.
Más allá de ese aspecto, las historias de Boccaccio son a prueba de balas, y sencillamente verlas transcurrir frente a nuestros sentidos es un goce, cada una a su manera; las hay trágicas, cómicas y agridulces.
El otro atractivo mayor de esta película tiene que ver con lo del inicio de este texto, es decir, la recuperación del sabor de un cine basado en imágenes quietas pero impactantes en su contenido, su grafismo o su montaje. Toda la voluptuosidad que falta en las representaciones del deseo y del sexo está presente en la forma increíble en que la cámara de los Taviani abraza los paisajes, las arquitecturas, los movimientos de los personajes en el cuadro: el joven contaminado que se tira desde lo alto de un edificio, el halcón en vuelo (imposible no pensar en Kaos, 1984), las plumas cayendo en cámara lenta, o el travelling que pasa por los jóvenes dormidos rodeados de flores. En la sección introductoria, nuestra última visión de Florencia es el rostro de un niño con preciosos ojos claros que mira a la cámara en un primerísimo primer plano. Su rostro se fusiona con la imagen casi abstracta de frutos rojos que vemos entonces, en planos sucesivamente más lejanos, alrededor de un árbol, y el árbol en una campiña, estableciendo así el ambiente en que se narrarán los cuentos. Algunas de las imágenes parecen inspiradas en la iconografía medieval y renacentista: cuando la primera muchacha empieza su cuento, la puesta está claramente basada en la portada de la edición veneciana del Decamerón de 1492.
Maravilloso Boccaccio, dirigida por Paolo y Vittorio Taviani. Basada en el Decamerón, de Giovanni Boccaccio. Con Riccardo Scamarcio, Kasia Smutnak, Carolina Crescentini. Italia/Francia, 2015. En BuenCine.