En el cine de Xavier Dolan se puede encontrar trifulcas hogareñas devenidas en comerciales de perfumes, escenas iluminadas por un neón rojo tan fuerte que parece cocinar al espiedo a los actores que están dentro de cuadro, “Bang Bang My Baby Shot Me Down” sonando mientras dos amigos empuñan sus respectivos regalos como si fueran lustrosos revólveres prontos a ser desenfundados en un duelo. También un querubín de rulos dorados que usa los lentes de corazón de Lolita sin que se pueda precisar si es boludo o se hace, la bijouterie ruidosa de las madres, el animal print como un tejido canceroso que invade habitaciones, la punta de un zapato acharolado tan brillante como un arma blanca. Y hay aún más: se baila Céline Dion con la misma onda con que se baila The Knife; la música sigue sonando en un auto tras un accidente de tránsito; un joven problemático, en pleno eslalom de longboard, abre los brazos y literalmente empuja el formato cuadrado del film a uno panorámico en el que todo se vuelve más vasto, lleno de aire, como esa nueva vida que parece abrirse ante él y nosotros.
Xavier Dolan ha tratado de hacer con Pedro Almodóvar lo que Quentin Tarantino hizo en toda su carrera con Sergio Leone y Robert Aldrich: una expansión operística de su mundo y sus recursos, con una confianza ciega en que en esa suerte de aceleracionismo se puede encontrar algo que quedó perdido. No siempre funciona a la perfección, pero cuando Dolan maneja más minuciosamente su mundo (como en Los amores imaginarios, 2010) o cuando explora y expande su universo emotivo (como en Mommy, 2014, o Laurence Anyways, 2012) parece acariciar –y, por qué no, rasguñar– este objetivo.
Quizás por esta razón la cautela de Matthias & Maxime, el último estreno de la plataforma Mubi, parece un despropósito: cada tanto vemos detalles de esta estética e iconografía de Dolan, pero todo es tan cuidado, tan moroso, tan perfil bajo (al menos en comparación al estilo del artista) que logra hacer dormir la trama como un brazo que durante toda la noche quedó debajo de la almohada.
Una de las razones de esta morosidad puede provenir del accidentado desembarco del director de Quebec en el cine estadounidense. Luego de The Death & Life of John F. Donovan (2018, con críticas encontradas y poca acogida de público), Matthias & Maxime se muestra como un proyecto mucho más pequeño, un lugar seguro donde cerrar filas y volver a aprovisionarse. El octavo film de un director que apenas una década atrás, y con sólo 19 años, debutaba a lo grande con Yo maté a mi madre, se centra en el romance contenido de dos amigos que luego de participar en un cortometraje experimental –en el que tenían que besarse por indicación de una directora– descubren sentimientos inconfesados por largo tiempo.
Así, la película a veces se siente como lo que hubiera sido Y tu mamá también (Alfonso Cuarón, 2001) si hubiera tenido una segunda parte. Luego del beso en cuestión, Matthias (Gabriel D’Almeida Freitas) intenta huir de su deseo, buscando refugio en la vida correcta, exitosa y, sobre todo, heterosexual que tenía delineada desde mucho tiempo atrás, mientras que Maxime, que está próximo a irse a vivir a Australia, tiene más claro sus sentimientos, pero por orgullo o cautela tampoco atina a romper las barreras que levantará su amigo de toda la vida.
Dicho así, no parece más que el clásico molde de película de despertar sexual que suele desfilar por un montón de festivales. Sin embargo, el principal problema no estriba tanto en alguno de los lugares comunes que aparecen, sino en lo que se hace con ellos.
En este sentido, el cine de Dolan nunca fue, por así decirlo, sutil, pero justamente en esa superposición grandilocuente de imágenes simbólicas y clichés impactantes y estrambóticos se acercaba a una textura interesantísima, que llegaría a su máxima expresión en Mommy. La clave para entender el estilo híbrido y algo lavado de Matthias & Maxime se puede encontrar en un diálogo que mantiene la pretenciosa realizadora del cortometraje con ambos amigos: con su constante jerga anglo, la hermana de uno de sus amigos en común afirma que intenta dar con algo que sea tan impresionista como expresionista. El personaje interpretado por Xavier Dolan le dice: “No es que sepa mucho de cine, pero creo que no se puede hacer ambas cosas al mismo tiempo”, y se siente casi como si el director rompiera la cuarta pared, nos desplegara su plan de acción sobre la mesa y advirtiera: “No sé bien qué va a resultar con esto, ojo que puede salir mal”.
Sin su marca
Matthias & Maxime es la mezcla exacta entre la imaginería expresionista del director y su anhelo por lograr mantener los sentimientos a raya, en un estilo apenas delineado, muy diferente a esos otros personajes de sus films que son guiados por sus emociones.
El experimento sale a medias: hay, desperdigada por ahí, mucha de la magia de Dolan, como esa mancha de nacimiento en el rostro de Maxime, que parece una lágrima roja que se terminó por convertir en un auténtico continente, o las charlas hiperquinéticas de los amigos filmadas con una metralla de planos, contraplanos y zooms cortos que a veces amenazan con romper la ley de los 180 grados. O la escena de las dos manos entrelazadas que se traslucen –como en la escena de la ventana empañada de Titanic– en el nailon de un cuarto de herramientas; esos operísticos generados por los efectos step printing de Wong Kar-wai; la manera en que Maxime rompe un espejo en el que se miraba sin que la cámara pierda su rostro, como si su imagen imperfecta –y el odio a sí mismo– fuera algo de lo que no puede escapar.
Sin embargo, una vez que se instala el drama, no hay mucho de original o distinto que parezca decir el director. La situación y las emociones se dilatan y los personajes no cuentan con mayores vectores emocionales que el del avance o la estática, tan diferentes a los de otras de sus películas, en las que se entremezcla el amor, el odio, la pasión, el resentimiento, el miedo, la lástima, la empatía y el desprecio.
En Matthias & Maxime parece haber arrojado las cartas desde muy temprano, y todo lo que no sea eso, lejos de aportar capas, molesta. Quizás una de las líneas más claras de esto es cómo el resto de los amigos, que son tan graciosos al comienzo del film, comienzan a resultar fastidiosos y prescindibles ya a partir del segundo acto.
En su totalidad, este sería un film más que correcto en manos de cualquier director joven, pero dentro de la cinematografía del canadiense se vuelve algo deslucido y olvidable. Uno parece irse de la película pidiéndole más, buscando alguna otra paloma debajo de la manga, o como si –por darse el lujo/exceso de citar a Dirty Dancing– uno irrumpiera en plena ceremonia de baile y, al verlo cohibido en un rincón, le agarrara la mano, mirara desafiante a su alrededor y gritara: “¡Nadie pone a Dolan en una esquina!”.
Matthias & Maxime. Dirigida por Xavier Dolan. Con Gabriel D’Almeida Freitas y Xavier Dolan. Canadá, 2019. En Mubi.