Durante octubre y noviembre, Pablo Stoll filmó en José Ignacio su próxima película, titulada El tema del verano. Es no solamente su regreso al cine después de algunas experiencias televisivas, sino que será la concreción de un sueño de muchos años: filmar una película de zombis. En conversación con la diaria, el director habló del proceso de una década antes de prender la cámara, de los desafíos que implica esta clase de historia y si tienen o no un “coreógrafo de zombis”.
Que hayan pasado diez años desde la primera versión del guion hasta ahora, ¿tuvo que ver con la temática de la película?
Tuvo que ver con que la película en un momento llamó la atención de unos productores brasileños que querían hacer una película grande. Hubo un proceso de buscar financiación para una película bastante más grande que la que tenía en la cabeza y que la que estamos haciendo ahora. Ese proceso finalizó cuando me cansé de esperar cuatro años en los que no parecía que sucediera nada y que implicaba cambiar mucho la película, como que fuera en Brasil con un equipo brasilero. Ese freno y vuelta en U implicó cambios, temas contractuales, cosas bastante complejas. Hay un agregado de unos años que tuvo que ver con una decisión mía de seguir un recorrido que cuando vi que era trunco reculé y volví a un armado productivo más conocido y más parecido a las películas anteriores. Volví a los orígenes. Hice 27 versiones de guion, de las cuales muchas son en Brasil, pero de eso no quedó nada de lo que tenemos hoy. La historia siempre fue la misma: tres chicas que roban en verano a jóvenes incautos, y esta vez cuando van a dar el golpe resulta que hay zombis. Ese fue el storyline con el cual empecé a trabajar con la primera versión de guion y sigue hasta hoy.
Las películas de zombis suelen venir con mensaje; los zombis como representación de algo más. ¿Eso está presente?
Yo creo que sí. Lo que no está es una cosa que tienen las películas de zombis que a mí me aburre un poco y que llegó al paroxismo en la serie The Walking Dead, y es esa alegoría de la microsociedad humana enfrentada a un enemigo externo implacable, y cómo eso hace aflorar lo peor y lo mejor de nosotros, bla bla bla. Todo bien, me encanta, pero no lo tiene. Y el punto de vista está puesto un poco más en los zombis. Estos zombis se van haciendo de a poco, tienen recuerdos y no pierden el habla del todo hasta la última fase. Como que van alejándose. La película tiene esa parte de cómo hacemos para vivir zombis y cuánta diferencia hay entre una cosa y la otra.
¿Cómo cambió la filmación con respecto de tus otros proyectos?
Hay mucho más tiempo de maquillaje. El maquillaje es un factor superimportante que implica tiempo, dedicación y un equipo grande. Después, a la hora de filmar, está el coordinador de efectos visuales (VFX) que te dice: “Para este plano y este efecto, si lo filmás así sale 300 dólares el segundo. Si lo filmás de otra forma, sale 45. Vos ves”. Hay veces que necesitamos que sea el de 300 y otras que tenemos que bajar a 45. Estoy poniendo cifras aleatorias. Y a veces no es un tema de cifra sino de dificultad; esto lleva 50 horas hombre y dura dos segundos en pantalla, pero si lo hacemos de otra manera el trabajo de VFX va a ser menor. De esta manera hay un trabajo mucho más colaborativo en el set, porque implica laburar con la dirección de arte, con el fotógrafo... Se habla bastante. Y hay un tema con los actores que tienen que ser zombis y no es una cosa tan común. Hay un trabajo con ellos que es interesante y tiene que ver con el bagaje que la mayoría de ellos y ellas tienen al respecto de haber visto películas o aportar su idea. Yo tengo una idea de cómo quiero que sean los zombis. Ellos van proponiendo y vamos llegando a algo. Lo que siempre tuve claro en la película era volver a [el director George R.] Romero. Si vos ves las películas de Romero, el zombi era un monstruo que implicaba un montón de cosas, pero su factura era bastante barata. Era una persona que caminaba medio raro y tenía un poco de maquillaje. En Dawn of the Dead (1978), la segunda, que es una de las mejores para mí, son azules. Están pintados de un azul eléctrico y no pasa nada. Cada uno se mueve como se mueve y son aterradores igual. La narrativa de la película hace que te den miedo, porque te agarran y te comen.
En la película Cats (Tom Hooper, 2019), el elenco fue a una “escuela de gatos” durante semanas para imitar los movimientos felinos. Imagino que acá no hubo una “escuela de zombis”.
En un momento me contacté con un experto que había trabajado con Fede Álvarez y que nos tiró muchos piques sobre zombis. Fue una especie de miniconsultoría. El tipo nos decía: “Hay que tener un coreógrafo de zombis”. Y a mí me pareció que no, con todo respeto. Es eso: volver a Romero. El zombi es un monstruo barato que se hace de esta manera y no queremos sobreproducirlo. La respuesta es: no, no tenemos coreógrafo de zombis. Me pareció que todos tenemos en la cabeza al zombi. No hay que confundirlo con el robotito, y si estamos ahí, ya estamos. No hay por qué ir al coreógrafo de zombis, que me parecía una traición a Romero y a [el guionista John] Russo, que hicieron la primera [Night of the Living Dead, 1968].
¿Por qué te parece que se están filmando más películas “de género” en Uruguay y en la región?
Si yo hubiera querido hacer una película de zombis hace 20 años, cuando hice 25 Watts (2001), el costo hubiera sido mucho más alto. Que quería, no es que se me ocurrió ahora. La única opción hubiera sido ir al Clase Z. Una opción súper válida, como Bad Taste (1987) de Peter Jackson. Ahora, no solo para mí, sino para todo el mundo, hay un desarrollo tecnológico que hace que puedas tener unos efectos especiales de video y prácticos de una forma mucho más barata y más pro. Se parecen a lo que vos te habías imaginado y no tenés que recostarte en el “lo hacemos por dos pesos”, que sigue siendo válido y se puede usar en algunos casos. La película que yo me imaginaba no era la que hacía eso todo el tiempo, y ahora se puede hacer algo más parecido a lo que te imaginás. Más allá de que te sigue pasando eso de que el muchacho de los efectos le ponga precio a tus sueños, de manera literal.
¿Ayudó que Uruguay se convirtiera en una suerte de polo audiovisual?
Filmar sirve y estar en rodajes da experiencia. Igual, la forma de producción que se dio en estos años con las series es bastante distinta a la producción de una película, y sobre todo de una película uruguaya. Acá volvemos un poco al trabajo artesanal o amateur, en el sentido de que todo el mundo está cobrando, pero está cobrando mucho menos de lo que cobrarían en otro laburo, entonces están poniendo mucho amor. Esa es una característica permanente de las películas uruguayas, de la más grande a la más chica: nunca es un buen negocio.
¿Cómo será el proceso de posproducción?
La montajista ya está trabajando. Le vamos mandando dailies [el metraje sin editar] y ella va montando, lo cual está buenísimo, incluso para ver errores y cosas que podés rehacer en el mismo rodaje. Después, el proceso de posproducción va a ser largo por todos estos efectos, porque la idea es hacerlo bien. Mi idea sería que la película saliera el año que viene, pero ahí empieza un mundo nuevo de fondos para posproducción. Y esos diez años empiezan a pesar de vuelta, porque hace diez años que estoy y el tiempo que se viene es un tiempo normal de cualquier película, pero venir con diez en la mochila te pesa un poco más.