Desde una de las ventanas del gran edificio del Teatro del Odeón, en pleno corazón de París, un actor enardecido recita con voz áspera algunos pasajes del soneto 66 de William Shakespeare: “El arte amordazado por gobernantes déspotas / la idiotez, investida de sabio, censurando / el talento; la honradez, mal llamada ‘simpleza’; / y el bien, del mal cautivo, al servicio de su amo”. En la entrada, sobre la estatua de Racine, flamea una bandera de la Central General de Trabajadores del Espectáculo y otra de la Unión Nacional de Sindicatos de Artistas del Sector Musical mientras se organiza la asamblea diaria en la entrada del teatro.
Todo comenzó el 4 de marzo, cuando decenas de artistas de las artes escénicas y la música decidieron ocupar el recinto, en reclamo al actual gobierno de Emmanuel Macron de la reapertura de los lugares de cultura, la prolongación de los derechos sociales de los artistas en el seguro de paro y la supresión de la reforma de las jubilaciones por considerarla perjudicial para los trabajadores del sector cultural en particular y para todos los trabajadores precarizados en general.
Al Odeón, emblemático por haber sido también epicentro de la movilización de artistas durante el mayo del 68, se le sumaron rápidamente el Teatro de la Colline, actualmente dirigido por el director y dramaturgo Wajdi Mouawad, y el Teatro Nacional de Estrasburgo. Si bien los primeros en llegar fueron los estudiantes de los conservatorios nacionales, preocupados frente al cese total de las actividades y un futuro profesional que se avizora incierto, las ocupaciones recibieron el apoyo de las direcciones de ambos teatros, así como también de algunas autoridades locales. “La primavera está llegado. La juventud está acá. Ella toma la palabra y con ella la esperanza. La Colline apoya [...] nuestro deber es escucharlos...”, escribía Mouawad el miércoles 10 de marzo en un comunicado publicado en la web del teatro.
Pero lo que podría haber sido considerado como un evento fugaz localizado en lugares de cierta notoriedad no ha dejado de crecer en los últimos días, extendiéndose como una mancha de aceite sobre el mapa del territorio francés, de Lille a Nantes, de Rennes a Niza, de Limoges a Lyon.
El sábado a la mañana se contabilizaban ya más de 20 lugares ocupados a lo largo y ancho del territorio nacional, entre teatros, óperas y salas de música (se puede ver la actualización del mapa siguiendo el hashtag #occupationpartout), y esa cifra sigue creciendo, ganando adhesión en otros sectores, como el cine. En el caso del cine, por ejemplo, ciertas salas propusieron abrir las puertas siguiendo los protocolos sanitarios y proyectar películas gratis este fin de semana, en apoyo a ese primer gesto lanzado por las artes escénicas y la música.
Respecto de los intercambios entre el sector cultural y el gobierno, Rémi Vander-Heym, secretario general del Sindicato Nacional de Profesionales del Teatro y la Acción Cultural, afirmó el 8 de marzo en Les Inrockuptibles: “Hace un año que el sector está parado. Fuimos recibidos en diferentes reuniones y tuvimos muchas discusiones, pero hoy constatamos que pocas de esas palabras se transformaron en actos”.
La postura de la actual ministra de Cultura, Roselyne Bachelot, en el cargo desde inicios de 2020, no ha colaborado con el buen entendimiento, al calificar las ocupaciones de “inútiles” y “peligrosas” y acusarlas de poner en riesgo el “frágil patrimonio cultural”.
Por otra parte, la ministra advierte no poder asegurar la reconducción de los derechos sociales de los trabajadores del sector (la excepcional “intermitencia” francesa, una indemnización mensual durante un año a partir de un mínimo de horas trabajadas y declaradas) y afirma que desde el gobierno se prevé una reapertura para el segundo trimestre de 2021, medida que, sin embargo, se encuentra sujeta a la evolución de la situación sanitaria.
Los artistas encuentran esta respuesta insuficiente, teniendo en cuenta la paralización drástica de toda la actividad desde el 24 de marzo de 2020, el cierre ininterrumpido de todas las salas de espectáculo y la prohibición de eventos públicos desde octubre pasado. Pese a que el jueves el gobierno liberó una partida presupuestal de unos cuantos millones de euros en apoyo al sector, la movilización no cesa. “Nos tiran limosna como si fuésemos mendigos”, se indigna una de las ocupantes de la ópera de la ciudad de Rennes, y agrega que las ocupaciones seguirán hasta que las medidas sean satisfactorias.
Los teatros ocupados, más allá de exigir un calendario de reapertura, retoman también otros reclamos de las movilizaciones prepandemia en rechazo a las reformas públicas y al recorte de los programas sociales del gobierno de Macron, que han tocado varios pilares del Estado francés, como la salud pública, la educación, los ferrocarriles, entre otros. Se vuelve a hablar de una “convergencia” de luchas. En este sentido, el sábado 13 de marzo el sitio de información independiente Mediapart esbozaba la idea bajo un titular que preguntaba: “¿Y si ocupamos también las fábricas que despiden trabajadores y las universidades?”. À suivre.