Anthony Burgess pasó años hablando mal de su editor estadounidense. El señor Eric P Snowsen le había hecho dos alteraciones a La naranja mecánica (1962). La más jorobada, para Burgess, era el cambio del final de la novela. Snowsen eliminó el último capítulo, en el que el criminal Alex DeLarge se transforma, por aburrimiento, en un sensato hombre maduro. Stanley Kubrick filmó la versión de Snowsen (1971), así que para la mayoría, Alex es un tipo que sigue siendo un antisocial a pesar de la invasiva terapia conductista con la que intentan reformarlo.
Lo otro que tampoco le gustó a Burgess fue que Snowsen agregara un glosario al texto porque le parecía que hacía falta esclarecer las decenas de neologismos que dispara Alex, quien además de ser el protagonista, es el narrador de la historia. Compuesto mayormente por sustantivos y verbos tomados de lenguas eslavas, más varios juegos de palabras en inglés, el nadsat es una jerga adolescente y delincuencial que Burgess creía que se iba absorbiendo a medida que avanzaba la lectura (“es un curso de ruso cuidadosamente programado”, escribió en un prólogo).
La edición de La naranja mecánica que publicó Minotauro en 1976, con traducción de Aníbal Leal, seguía a Snowsen: final trunco y apéndice. Gracias a ese glosario, creo yo, fue posible que, en 1985, Los Violadores compusieran “Uno, dos, ultraviolento”, la más famosa canción del punk en español. O, al menos, que muchos, en épocas sin Google, consiguiéramos descifrar el código en el que estaba cantada. Adivinaron: nadsat.
Entre el viernes y el sábado murió Pil Trafa, el cantante que era veinteañero cuando grabó “Uno, dos, ultraviolento”. En estos días se ha escrito bastante sobre su carrera, y ahora quería recuperar un poco lo extraño de la irrupción de aquel lejano hit.
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Final del verano de 1985 o principio del de 1986. Un salón de maquinitas en un balneario de Canelones. ¿Suena la radio o una rockola? La mayoría es pop argentino: Soda Stereo, Viuda e Hijas de Roque Enroll, Los Twist, GIT. Se escucha mejor que el rock uruguayo, pero también es más liviano, superficial. El pop exige ambigüedad y los rockeros uruguayos -incluso Los Tontos- eran demasiado pospunks para concederla, pensamos ahora. Antes también lo intuíamos, pero sobre todo escuchábamos. ¿Qué? Una guitarra distorsionada que rasguea torpe el “Himno de la alegría”. Desaparece y quedan un redoblante que brilla en reverberación corta y un bombo seco. Esa batería mínima, comprimida y expandida, llena todo. (Una posible historia del rock enfocada en la evolución del sonido de la batería). Una voz poco agraciada grita “¡Uno!, ¡Dos!, ¡Ultraviolento!”. Después, frases ininteligibles y un coro que contesta, infaliblemente, “¡Uno!, ¡Dos!, ¡Ultraviolento!”. Corta una pregunta: “¿Y ahora qué pasa?”. El estribillo contesta: “Pasa uno, dos, ultraviolento”.
Y estamos enganchados. Imposible no. La repetición, la agresividad, la autorreferencia. Si hasta parece que hablara de la nueva forma de movernos a los saltos con la que atravesamos las pistas de baile. Y de algo más, que no entendemos del todo (era nadsat, ya saben). Alcanzamos a captar que no es liviano. Profundo e impreciso: lo mejor de los dos mundos. Entre esos versos confusos hay uno que sí creemos entender: “Sin militsos en la esquina es más fácil para mí”.
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Pil Trafa no habría sido el letrista de “Uno, dos, ultraviolento”, sino el guitarrista Stuka. Según cuentan, la escribió tras haber visto La naranja mecánica en Brasil (en Argentina estaba prohibida). Creo yo que la debe haber completado con el glosario que venía con la edición de Minotauro, porque, ciertamente, la película de Kubrick no es “un curso de ruso cuidadosamente programado”.
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La letra describe una salida destructiva de Alex y su pandilla. En clave, habla de una fantasía de ataque a unas debotchkas (muchachas). Es, si se lo toma literalmente, un plan totalmente reprobable. El asunto es que, además de estar presentado “en personaje” (habla Alex), está volcado en nadsat. El políglota Burgess sostenía que había escrito La naranja mecánica en esa jerga para que no pasara de moda y para que su violencia no resultara pornográficamente directa. Funcionó igual para la adaptación de Los Violadores.
Su uso del nadsat, además de novedoso, fue una necesidad de distanciarse de lo expresado, y no una limitación de estilo. Los Violadores podían ser extremadamente frontales y precisos cuando querían. Así son las letras de su primer disco, un clásico del punk continental, e incluso en el de 1985 (llamado ¿Y ahora qué pasa?) hay una crónica de la Guerra de Malvinas (“Comunicado 166”) que es una microlección de historia plagada de fechas, siglas y geopolítica.
Como la novela Rayuela para generaciones anteriores, “Uno, dos, ultraviolento” fue una puerta de entrada a otras formas de arte, gracias a sus múltiples referencias encriptadas. Y aunque en el caso de Pil y Stuka la fuente fue una sola, hay un momento en que su canción se aparta del espíritu de La naranja mecánica. Es la “parte del medio”, cuando la voz pasa a ser colectiva, y el mensaje, aunque conectado con la terapia de aversión expuesta en la novela, tenía otras connotaciones para quienes hasta hacía pocos meses habíamos vivido en dictaduras brutales: “Nos quieren transformar / No lo lograrán / ¡No, no, no!”.