A grandes rasgos, Okupas empieza como termina, y es lo más lógico. No se espoilea nada si se dice que una serie que trata sobre personajes jóvenes marginales en la Buenos Aires de principios del siglo XXI empieza con violencia y termina con violencia, desigualdad, la misma sensación de estallido inminente, de ruinas, de fractura social que se respiraba en la Argentina posmenemista. Okupas es, más que una serie de culto o un fenómeno de Netflix, una obra de arte que da cuenta de un contexto, un documento de época en contenido, en energía, en aire. Hija de su tiempo y a la vez parte de su presente, da muchos mensajes sobre distintos temas que, aprovechando su reestreno, intentaremos dilucidar.
Cambio de siglo y de milenio. No se terminó el mundo, como anunciaban las profecías; sin embargo, en Argentina el derrumbe era inminente. Salvo un leve repunte en 1999, el producto interno bruto no paraba de bajar. El modelo neoliberal menemista había fracasado no sin antes dejar tras de sí un país fracturado, una economía en ruinas, un Estado desmantelado, índices históricos de desempleo, pobreza, criminalidad y corrupción. Con el cambio de gobierno se encendió una luz de esperanza, porque un razonamiento sencillo permitía pensar que ningún gobierno democrático iba a ser peor que la década menemista. Pero cuando se empezó a notar que el gobierno de la Alianza planteaba, en los hechos, más continuidad que cambio y que la economía empeoraba y ninguna receta de las aplicadas funcionaba, la esperanza se fue apagando. Lo que creció fue la desigualdad. Y la rabia: un clima violento que cada vez se caldeaba más, una desesperanza y un resentimiento social nunca vistos y, finalmente, la constatación de que la Argentina del primer mundo prometida en los 90 no era más que una mentira que tapaba la realidad de que el país se había vuelto una casa derrumbada y a punto de caer.
El año 2000 no fue la excepción. Mientras la televisión dedicaba horas a la internación de Diego Maradona en Punta del Este, la muerte de Rodrigo, el suicidio de René Favaloro, los éxitos deportivos del Boca de Carlos Bianchi, el surgimiento de los reality shows y la rápida reproducción de programas de chimentos, el gobierno intentaba un canje con el Fondo Monetario Internacional que no funcionaba. El fracaso de la gestión derivó en despidos de empleados públicos, rebajas de indemnizaciones, recortes en la salud, la educación y las pensiones, entre otras consecuencias. La calle fue tomada poco a poco por los colectivos organizados. Muchos, como la Corriente Clasista y Combativa, cortando las rutas y haciendo piquetes. En la ciudad salteña de General Mosconi un piquete popular fue ferozmente reprimido durante meses y terminó con los asesinatos de los jóvenes Aníbal Verón, Orlando Justiniano y Alejandro Matías Gómez a manos de Gendarmería Nacional. A mediados de año se destapó un escándalo de corrupción que acabó, precisamente en el mismo mes del estreno de Okupas, con la renuncia del vicepresidente Carlos Chacho Álvarez y el comienzo de la disolución de la Alianza UCR-Frepaso.
La calle vuelve a ser un universo común para la interacción social, pero también empieza a ser la locación más corriente en los medios. Los móviles no paran de transmitir, porque en la calle es donde está pasando todo. Y si la calle se transforma en el mundo que copa las pantallas, sus habitantes pasan a ser también personajes. Militantes, manifestantes, organizaciones sociales, y también los residentes permanentes de la calle y la noche, ese sector de la sociedad que durante la fiesta menemista de pizza y champán había permanecido escondido bajo la alfombra. Ahora, además, tienen cara y tienen voz. Comienzan a organizarse, a copar la ciudad. El villero, como el plancha en Uruguay, es visto como una amenaza por las clases medias y altas letradas, dirigentes, empresariales. El fenómeno de la cumbia villera es sólo la punta del iceberg de ese proceso más grande de las clases populares (y no sólo las organizadas, obreras o sindicales, sino también las marginales y lumpen) saliendo a la superficie y tomando las calles.
Okupas nace en ese 2000, y esa convulsión está presente en la serie desde el primer minuto. La historia más repetida de su origen como proyecto de la productora Ideas del Sur, nacida para producir los programas de Marcelo Tinelli y telenovelas como Los Roldán, es que el Comfer, el organismo estatal encargado de fiscalizar los contenidos de los medios, le había puesto a la productora una multa, y cuando Tinelli fue a negociar la deuda con el titular del comité, Darío Lopérfido, quien también era el secretario de Cultura y Comunicación de la Nación, este le dijo que podía pagar la multa o producir contenido, por esa misma plata, para el canal estatal. De ahí habrían surgido Okupas y Todo por dos pesos. Consultado para esta nota, Lopérfido afirmó que se enteró de esta versión y que le da gracia, porque “con lo bajas que eran las multas del Comfer, a Tinelli le habría convenido pagarla y listo”. Asegura que “la serie se da en el marco de gestiones que ya se venían dando entre Tinelli y el canal, porque habían levantado Todo por dos pesos y le comenté que nos interesaba poder hacerlo en la televisión pública. Queríamos dar un salto de calidad y había un plan, para eso, de trabajar junto con productoras independientes. En la reunión Tinelli presentó otro proyecto, que era Okupas, y las autoridades lo estudiaron y dieron el visto bueno porque era un proyecto de calidad y además estaba encabezado por Bruno Stagnaro”.
Bajan
El argumento de Okupas es sencillo: un grupo de jóvenes, algunos que se conocen desde antes, otros no, ocupa ilegalmente una casa en ruinas en Buenos Aires. De hecho, lo que pasa durante los capítulos, en términos de acción, es relativamente poco: básicamente, se meten con gente pesada y se complica la cosa, pero lo más rico y complejo es el entramado de relaciones entre las personas y en torno al contexto. La gran pregunta que parece hacerse la serie es cómo son los vínculos, los intercambios, el amor, el sexo, la amistad, el trabajo, la juventud, la adultez en un lugar en crisis, en una olla a presión que está a punto de explotar. Ese malestar, esa energía, esa pulsión de muerte constante de una sociedad rota hacen que nada pueda ser “normal”. Ahí quizás esté el mensaje implícito y a su vez premonitorio de Okupas, como cuando el clima antes de una tormenta se vuelve pesado y todo mejora cuando empieza a llover: la idea de que hasta que no se pudra todo y explote la olla nada volverá a estar bien.
Hay también otra posible lectura de la serie y tiene que ver con lo dicho antes sobre la salida a la superficie de las clases populares y marginales y la relación con el resto de la sociedad que las había invisibilizado. Casi todo el relato se articula en torno a la figura de Ricardo (Rodrigo de la Serna), un pibe de clase media que dejó la universidad y anda boyando en la vida. A lo largo de la serie, Ricardo experimenta una especie de iluminación o viaje iniciático, descubre, a veces rozando la extrema ingenuidad, que hay gente muy por debajo de gente como él, con formas de habitar la ciudad y de relacionarse muy distintas a la suya, con un grado de violencia sorprendente para su propia percepción. La forma en que se topa con esto es la clave de una posible analogía. Reacciona tanto con sorpresa, rechazo y miedo como con fascinación, casi con frivolidad, banalizando, romantizando la miseria y la violencia en la que otros viven. Perfectamente Okupas puede ser también un gran relato sobre la nube de pedos en que vive eternamente la clase media urbana, y la forma en que, cuando explotan las crisis, se da de frente con una realidad desconocida, a la que luego intenta acercarse, pero siempre por caminos equivocados, como el prejuicio o la romantización burguesa.
Te encontraré en estas ruinas
Uno de los mayores méritos fue la estrecha correlación entre el entorno, la forma de producción y el contenido de la serie. A la manera del neorrealismo italiano, aquella corriente cinematográfica de posguerra que, más allá de las búsquedas estéticas de la época, respondió mucho más a un contexto, a sus carencias y sus posibilidades, el proceso de producción de Okupas fue tan crudo y de guerrilla como la realidad lo exigía. Si bien contaban con una productora importante, el presupuesto destinado y el tiempo con el que contaban eran escasos. Nunca sabremos qué llegó primero, cuál fue la causa y cuál la consecuencia, si lo estético o lo pragmático, pues en procesos urgentes como el de Okupas eso no interesa mucho. Así la cámara en mano, las locaciones gratuitas o baratas (la calle principalmente), el uso de no actores, el arte con lo mínimo, la escasez de recursos técnicos como utilería o vestuario, el uso de la oscuridad como recurso pero también como necesidad pueden ser (y son) tanto parte de las limitaciones que se enfrentaban como una impronta estética que se relacionaba con el universo y con la historia que se quería contar y, por supuesto y principalmente, con la ideología detrás del discurso y la marcada línea autoral de sus creadores.
Dentro de este contexto es preciso mencionar que desde mediados de los 90 se venía desarrollando un cambio en el cine argentino, no sólo en lo generacional o en los contenidos, sino en los modos de producción. El llamado Nuevo Cine Argentino, que comenzó en las escuelas de cine y se terminó de plasmar en primera instancia en la película de Adrián Caetano y Bruno Stagnaro Pizza, birra, faso (1998), y que consagra definitivamente el cambio con otras tres películas clave que saldrían casi consecutivamente –Mundo grúa (Pablo Trapero, 1999), La libertad (Lisandro Alonso, 2001) y La ciénaga (Lucrecia Martel, 2001)–, también se caracterizó por redefinir el modo de producción cinematográfico industrial. Tratando de integrar el modelo del hazlo tú mismo y de filmar con lo que se tenga con el que produjeron sus primeros cortometrajes, con el modelo industrial en el que estaban ingresando, se consolidaron características marcadas, que son las que de alguna forma también se aplicarán en Okupas. Y del mismo modo en que esas variantes marcaron un cambio significativo en la historia del cine argentino, Okupas y su modo de producción establecieron una vía distinta de trabajar también en la televisión.
Al plantear una alternativa, ese cambio permitió que otras propuestas y modos de creación diversos pudieran animarse a producir contenidos. Hasta ese momento había pocas variantes al modelo industrial de gran presupuesto. Los productos que quedaban por fuera simplemente se resignaban a hacer algo de mala calidad y a ser exhibidos en horarios de bajo consumo. Ese modelo se profundizó con la creación de las dos grandes productoras –Pol-ka en 1994 e Ideas del Sur en 1996– que, además de instalar una forma hegemónica de hacer televisión, contaban con la aprobación popular, de los empresarios del medio y hasta de las premiaciones como el Martín Fierro, que se dividían entre ambas. El modo de producción de Okupas, y la forma en que hicieron rendir el bajo presupuesto, con un esquema de trabajo colaborativo y con un aprovechamiento total de la propia carencia, tal como habían hecho programas como Cha Cha Cha, hizo que se abriera una brecha, un nuevo camino que podrían recorrer otras producciones que no quisieran trabajar en el modelo hegemónico. Eran tiempos duros para la ficción que quisiera trabajar de otra forma, pero aparecían esfuerzos aislados. Un ejemplo notorio es el de Por ese palpitar, la serie que surgió también en el 2000 como iniciativa de los propios actores –Emilia Mazer, Carlos Santamaría y Andrea Pietra– ante la falta de trabajo y la imposibilidad de elaborar procesos por fuera de las grandes productoras.
En definitiva, Okupas, sin traer recetas mágicas ni fórmulas novedosas, marcó cambios importantes en el modo de producir y de narrar, mientras afuera el mundo se caía. La mezcla de honestidad, urgencia y, a pesar de todo, ganas de vivir y de decir, y sobre todo el hecho de que todavía hoy esa fractura social no haya sanado del todo, hacen que siga teniendo una actualidad brutal y que se le pueda seguir sacando más jugo que el que se podría extraer de una serie común y corriente. Porque cuando el arte también es parte de un tiempo y condensa dentro de sí la esencia de un instante, es más que arte.
Okupas. Miniserie. Dirigida por Bruno Stagnaro. Argentina, Ideas del Sur, 2000. Reestrenada en Netflix en versión remasterizada y con nueva banda de sonido, a cargo de Santiago Motorizado.