Tanto en sus múltiples libros de poemas como en sus ensayos críticos, incisivos y lúcidos, en libros inclasificables en los que alternan versos y prosas ensayísticas y autobiográficas, como Léxico de afinidades (1994, 2020), en sus memorias mexicanas publicadas bajo el nombre Shakespeare Palace (2018), o en sus múltiples apariciones públicas, Ida Vitale parece dirigirse a sus lectores y oyentes desde una semisombra en la que se encuentra cómoda, acaso porque desde ella puede decidir si mostrarse u ocultarse, como hacen los recuerdos.
Ya desde el título de su ópera prima –La luz de esta memoria, de 1949–, el recuerdo y el olvido aparecen como una preocupación poética, un tema recurrente que atraviesa la obra de la poeta y alcanza en su nuevo libro, publicado en Uruguay y por aparecer en España, una culminación, no en el sentido de fin, sino en tanto uno de los puntos más altos de su reflexión. Tiempo sin claves es un poemario que parece escrito en los intersticios, en momentos de “aire calmo”, de paréntesis, como una aventura por el idioma de ese territorio ambiguo que se abre entre lo dicho y lo callado. Así, Vitale construye a partir de una negatividad, de lo que no existe, de lo que no está: “correr el riesgo” es por eso “Entrar a un nuevo día para ver cómo muere”, una declaración de principios para esta poeta que ha celebrado siempre lo fugaz, lo esquivo, ya sea en el gesto de unos párpados que se cierran de repente o en una melodía efímera.
En un texto sobre la poesía de José Ángel Valente publicado originalmente en Cuadernos Hispanoamericanos y luego recogido en el volumen Resurrecciones y rescates (2019), Vitale anotaba que “La memoria, el recuerdo son rechazados por el que huye del dolor. Pero cuando se les vuelve la espalda, se desamparan muchas cosas: es la vida en su integridad lo abolido”, frase que de un modo condensa la serena actitud de contemplación que marca este nuevo libro, una verdadera búsqueda de las palabras, a las que llama de diversas formas o metaforiza como pájaros, como las esquivas claves que se rinden frente a lo inefable pero a la vez dejan testimonio insistente de esa falta, de ese fracaso sobre el que se ha construido buena parte de la mejor poesía moderna.
En ese detenerse sobre los nombres hay un gesto de recuperar voces, encontrar el canto en lo más ínfimo, como el musgo de Islandia, y de volver los ojos hacia una vida que se contrae y expande con los ritmos de la rememoración. En esta constatación del mundo del ayer (“Ahora la ruta está casi vacía”, dice en “Repaso”) hay una tranquilidad que se transmite por la cadencia de la rima, de los endecasílabos, recursos de la poesía medida que sirven de algún modo como contención para la emoción de algunos de estos poemas. Si en De plantas y animales (2003, 2019) la erudición parecía aparecer como para contrarrestar pasajes más íntimos, en estos versos Vitale maneja con maestría la distancia, como en las múltiples fotos en las que se la ve tapándose la cara con una o las dos manos, entre la exposición y el ocultamiento, el “no está” y “acá está” del juego infantil.
“De Enrique” –ocho poemas en los que evoca al fallecido poeta Enrique Fierro, su pareja por más de 50 años–, en este sentido, es elocuente. Son poemas escritos después del fin, en el borde del lenguaje. “Llegó la aciaga suspensión”, sentencia en un momento, dando nombre a este nuevo tiempo extraño, territorio sin mapa, de espera y revelaciones. De este modo, esos “no contados años” de felicidad compartida marcan como en contraluz esta elegía por el hombre amado, en la que la memoria aparece como un “invernadero / donde creciesen vivos / tus gestos, tus palabras, / las miradas calladas”, un lugar al que volver a recobrar lo perdido, que a su vez da cuenta de un carácter incompleto, de elaboración mental. La pregunta final –“Fuera del paraíso, ¿tanta dicha será / para mí sola, dicha?”–, por eso, condensa la tensión de aceptar la pérdida y rebelarse contra las imposiciones de la muerte.
La cuestión por el Cielo, por ese paraíso que aparece a menudo entre signos de pregunta, relativizado, incierto, se vuelve una discusión sobre el tiempo y la posibilidad de detenerlo, hacerlo saltar de sus carriles, cambiarlo. “Voy por un nuevo reino”, dice en cierto punto y vuelve a ser la niña de la “primera emoción” al encontrarse con la tierra mojada, rodeada de plantas y despierta a la novedad: en este “tiempo sin claves” en el que se decide por la memoria (es decir, por la vida) hay todavía lugar para la creación, para el deslumbramiento, para la poesía.
Tiempo sin claves. De Ida Vitale. Montevideo, Estuario, 2021. 96 páginas.