Ocurrió hace casi cien años en una pequeña isla chata y triangular del Mar del Norte llamada Helgoland (que significa “isla sagrada”), mencionada por James Joyce en el Ulises como poseedora de un único árbol, perpetuamente atravesada por los vientos, la misma que en 1947 se convertiría en un campo de tiro en el que la armada inglesa detonaría seis mil setecientas toneladas de dinamita, material de guerra abandonado por el ejército alemán. A ese sitio inhóspito, en junio de 1925, fue a pasar unos días en soledad un joven alemán de 23 años, a quien en medio de una madrugada sólo intervenida por el ruido de las olas en la costa, le cayó la ficha, como se dice, tuvo una iluminación, un brote de inspiración o un rapto divino. El joven que en aquella remota madrugada logró construir la estructura matemática de la mecánica cuántica, la llamada “teoría de los cuantos”, se llamaba Werner Heisenberg (1901-1976) y es el protagonista de Helgoland, el flamante libro del físico teórico y uno de los fundadores de la llamada “gravedad cuántica de bucles” Carlo Rovelli, nacido en Verona en 1956 y autor del impresionante El orden del tiempo (2018), aparecido, al igual que el volumen que acá se comenta, en la prodigiosa serie Argumentos de la editorial Anagrama.
Pocas tareas intelectuales deben ser tan complejas como la escritura de un libro de divulgación, un texto destinado al lector de a pie, digamos, que no posee la especificidad de la disciplina tratada y que debe aprehenderla sin caer en el reduccionismo o la generalidad. Un texto de divulgación debe ser preciso en sus conceptos, alcanzando el papel luego de haber sido desbrozados aquellos del más denso ramaje teórico, pero sin perderse en el camino la precisión y el alcance de los términos manejados. En ese sentido, Helgoland cumple con creces el cometido, pues si bien en el centro de la obra se encuentra la teoría cuántica, Rovelli establece interesantes nexos (con elementos tan disímiles como el pensamiento oriental, el cubismo o la filosofía), expone fórmulas que descompone con didáctica precisión y se vale de diversas historias que interconectan el todo a partir del relato detallado de sus partes. Además de Heisenberg y su epifánico momento en la isla de Helgoland, atraviesan la primera parte del libro –“Contemplando un interior de extraña belleza”– nombres igual de importantes en el desarrollo de la ciencia en la primera mitad del siglo XX como los del físico danés Niels Bohr (1885-1962), el físico y filósofo austríaco Erwin Schrödinger (1887-1961), el matemático y físico alemán Max Born (1882-1970) y, por supuesto, el de Albert Einstein (1879-1955), padre espiritual de la teoría cuántica.
Uno de los abordajes más interesantes presentados por Rovelli en su libro ocurre en la tercera parte –“La descripción no ambigua de un fenómeno incluye los objetos a los que el fenómeno se manifiesta”–, cuando disecciona la vida y el pensamiento del médico, filósofo, economista y político bielorruso Aleksandr Bogdánov (1873-1928) a partir de su conflictivo vínculo con Vladimir Ilich Uliánov, Lenin, y su perspectiva filosófica llamada “empiriocriticismo”. El relato de Rovelli incluye una minuciosa aproximación a las ideas del físico y filósofo austríaco Ernst Mach (1838-1916), que inspiró el comienzo de las dos grandes revoluciones de la física del siglo XX, la relatividad y la teoría cuántica, además de desempeñar un papel directo en el surgimiento de los estudios científicos sobre las percepciones, ubicarse en el centro del debate político-filosófico que llevó a la Revolución Rusa e influir directamente en los fundadores del Círculo de Viena.
Al momento de desentrañar los orígenes y alcances de la teoría cuántica, Rovelli viaja en el tiempo hacia el siglo II para desentrañar la filosofía de Nāgārjuna (150-250), el filósofo indio y monje budista que, junto con su alumno Aryadeva, fundó la escuela madhyamaka (“camino medio”), de importancia central en el desarrollo del budismo mahayana. Rovelli se interna en las entrañas del Mūlamadhyamakakārikā (algo así como Versos sobre los fundamentos del camino medio), la obra más conocida de Nāgārjuna, cuya tesis central “es simplemente que no hay cosas que no tengan existencia en sí mismas, independientes de cualquier otra cosa. La afinidad con la mecánica cuántica es inmediata”.
El estilo de Carlo Rovelli es ameno y siempre preciso; no duda en incorporarse como personaje para deslizar alguna anécdota personal que le permita acercarse a un concepto afín (de hecho, el disparador de este libro fue una conversación que mantuvo con un colega durante un congreso en Hong Kong), y en cada página late el mismo encantamiento inicial, el rapto primigenio que lo llevó a inscribirse en la Facultad de Física: “Las preguntas de la adolescencia que me llevaron a matricularme en física, hace muchos años –comprender la estructura de la realidad, comprender cómo funciona nuestra mente, cómo consigue entender la realidad– permanecen abiertas. Pero aprendemos. La física no me ha decepcionado. Me hechizó, asombró, confundió, aturdió, inquietó, me dejó noches enteras con los ojos abiertos en la oscuridad pensando: ‘¿Pero es realmente posible? ¿Cómo vamos a creerlo?’”. En épocas en que la educación es tan manoseada por burócratas como convertida en elemento utilitario por el mercado, este libro acomoda los tantos sobre el valor del conocimiento en sí mismo y la siempre necesaria, indispensable actitud de dudar ante todo porque todo se encuentra siempre en permanente transformación.
Helgoland. De Carlo Rovelli. España, Anagrama, 2022, 216 páginas. Traducción de Pilar González Rodríguez.