Las biografías de escritores conforman un interesante subgénero en el que conviven metodologías variadas y resultados diversos, estudios exhaustivos con aproximaciones chapuceras y derroteros detallados de la existencia del autor de marras con abordajes exegéticos de cada línea que escribió. En muchos casos, el trabajo puntilloso en la reconstrucción de la vida del escritor (sedimentado en el acceso a sus papeles personales, entrevistas a allegados, revisión de apariciones públicas, etcétera) se ve intervenido, generalmente para mal, por el análisis crítico de sus obras, como si el biógrafo de turno, impulsado por el relato de las circunstancias vitales, se autoerigiera en la voz más capacitada para analizar los textos.
A modo de ejemplo de lo anterior pueden mencionarse acá las sesudas y completas biografías de un par de autores muy diferentes entre sí, hermanados por el modus operandi en que sus biógrafos reconstruyeron sus vidas y pontificaron sobre sus obras: los dos tomos que Brian Boyd le dedicó al maestro ruso Vladimir Nabokov (Los años rusos y Los años americanos) y el pesado ladrillo que Robert Polito edificó sobre el escritor estadounidense Jim Thompson (Arte salvaje). Otros biógrafos, en cambio, han salvado con creces la tentación de analizar la obra para contar la vida, valiéndose de un necesario punto medio en el que el relato de la última no está intervenido (ni entorpecido) por la glosa permanente de la primera. Ahí tenemos, por ejemplo, los imprescindibles trabajos de Douglas Day sobre Malcolm Lowry (Malcolm Lowry. Una biografía), de Gerald Clarke sobre Truman Capote (Truman Capote. La biografía), de Maurizio Serra sobre Curzio Malaparte (Malaparte. Vidas y leyendas) y de Quentin Bell sobre Virginia Woolf (Virginia Woolf. Una biografía), por mencionar sólo algunos.
La reciente aparición en las librerías locales de Agatha Christie, “la biografía definitiva de la Reina del Crimen”, según el rótulo grabado en la portada, de Eduardo Caamaño (1972), revigoriza el panorama del subgénero en cuestión. Se trata de un completísimo repaso de la vida y obra de la famosa escritora inglesa, que ya tiene varias biografías en su haber, desarrollado de manera ágil y amena, con una apabullante profusión de datos y dispuesto como un texto interactivo, poblado de anexos, conexiones, notas de autor, impensados apéndices y abundante (y revelador) material gráfico.
Vida intensa
Las ocho décadas y media que vivió Agatha Mary Clarissa Miller –nacida en 1890, fallecida en 1976– estuvieron atravesadas por diversos acontecimientos personales que volvieron interesantísima su vida, al margen de todos los libros que escribió. Enfermera voluntaria en la Primera Guerra Mundial, viajera incansable, arqueóloga aficionada, especialista en venenos, farmacéutica durante la Segunda Guerra Mundial, dos veces casada –con el aviador Archibald Christie primero, entre 1914 y 1928, y con el arqueólogo Max Mallowan desde 1930 hasta su muerte–, madre de una hija, Rosalind Christie (1919-2004), celosa guardiana de su vida personal y de la de su entorno, Agatha Christie aprendió desde pequeña varios idiomas, estudió y practicó diversos instrumentos musicales, se interesó por la incipiente aviación y fue una de las primeras personas de Gran Bretaña que se subió a una tabla de surf.
En 1926, tras enterarse de que su primer marido tenía una amante y se aprontaba a abandonar el hogar, Agatha Christie protagonizó uno de los casos más sonados de la crónica roja de entonces: durante 11 días desapareció sin dejar rastro, abandonando su auto en las inmediaciones de un lago cercano a la ciudad de Guildford, en el sur de Inglaterra. Diversas hipótesis –suicidio, secuestro, brote de demencia repentina– coparon las primeras planas de los diarios, mientras que un ejército de policías rastreaba el perímetro tras las pistas de quien ya era entonces una autora sumamente popular (su sexta novela, El asesinato de Roger Acroyd, había aparecido ese año con notable suceso crítico y de público). El episodio, profusamente narrado y documentado por Eduardo Caamaño en su biografía, subraya el carácter particular de una mujer que nunca dudó en enfrentarse a la moral y las férreas costumbres de su época, moviéndose siempre con un estilo particular entre las convenciones sociales y lo que le dictaba su propia conciencia.
La popularidad de Agatha Christie como escritora no paró de crecer a lo largo de su carrera, manteniéndose luego de su fallecimiento, tal como lo acreditan las permanentes reediciones que se realizan de sus obras en todo el mundo. Además, sabia conocedora de los entresijos del mercado editorial y de las obligaciones legales (el Fisco la siguió siempre a sol y sombra), dejó varios libros inéditos guardados en cofres bancarios para que se publicaran gradualmente tras su muerte, asegurándole (aún más) un cómodo pasar a sus descendientes, especialmente a su único nieto, Mathew Pritchard (1943), el celoso guardián de su legado que, sin embargo, no dudó en 2014 en autorizar a la escritora Sophie Hannah (1971) a que retomara a Hércules Poirot, el personaje más famoso de todos los que fueran creados por su abuela (que ella misma había matado en uno de sus últimos libros publicados en vida, Telón), para que protagonizara nuevas aventuras.
Ficción intensa
Escritora prolífica, ingeniosa y nada complaciente con el público, Agatha Christie suele ser muchas veces reducida a diestra ejecutante de una fórmula de novela policial, el “Whodunit” (¿Quién lo hizo?), que ensayó de innumerables formas a lo largo de su carrera, aunque no es esa la única riqueza de su escritura. Maestra absoluta en la composición de enigmas de cuarto cerrado, en los que el lector avanza por la trama levantando las pistas que ha dejado el asesino, al igual que el detective de turno, para llegar a la revelación final, Agatha Christie nunca recurrió en sus historias a las salidas fáciles ni a las explicaciones sobrenaturales y jamás, en ninguno de sus argumentos, el asesino es el mayordomo. Desde El misterioso caso de Styles, su primera novela policial, publicada en 1920, hasta Un crimen dormido, aparecida un año antes de su fallecimiento, ensayó diversas variaciones de su fórmula, multiplicando lectores y, con ellos, las cifras de su cuenta bancaria, en un fenómeno que cierta crítica no le ha perdonado jamás, como si ser un bestseller estuviera necesariamente reñido con la buena escritura.
Para llevar adelante su colosal obra de ficción de misterio –más de 50 novelas y una veintena de recopilaciones de relatos (cifras en las que no se incluyen las diversas obras de teatro que redactó, así como las novelas que publicó bajo el seudónimo de Mary Westmacott)–, Agatha Christie se valió de algunos personajes recurrentes que han entrado con creces en la galería de caracteres de ficción de la cultura popular. El más conocido es, sin dudas, Hércules Poirot, el oficial de policía jubilado, de origen belga, que irrumpe con su particular bigote y su rostro con forma de huevo en El misterioso caso de Styles y que protagoniza algunos de los títulos más destacados de la autora, como Asesinato en el campo de golf (1923), Asesinato en el Orient Express (1934), Muerte en las nubes (1935), El misterio de la guía de ferrocarriles (1936) y Muerte en el Nilo (1937). En muchas de las aventuras protagonizadas por Poirot, el investigador es acompañado por el capitán Hastings, testigo y ocasional narrador de los hechos, que guarda una estrecha relación con el personaje del doctor Watson, de Arthur Conan Doyle.
Otro inolvidable personaje creado por Agatha Christie es el de Miss Jane Marple, una apacible solterona residente en St. Mary Mead, un ficticio pueblo de la campiña del sur de Inglaterra, y cuyo instinto y conocimiento de la naturaleza humana la convierten en una investigadora sagaz y persistente. Miss Marple apareció por primera vez en las páginas de Muerte en la vicaría (1930), llegando a protagonizar varias colecciones de relatos y novelas, tales como Un cadáver en la biblioteca (1942), El caso de los anónimos (1943) y la especialmente contundente Se anuncia un asesinato (1950). Con el personaje de Miss Marple, además, Agatha Christie sumó un nuevo hito a su larga lista de récords (la autora más traducida de la historia, la única autora que vendió más de un millón de ejemplares en un solo día, etcétera), aunque se concretaría póstumamente: en 2009, la editorial Harper Collins publicó el volumen The Complete Miss Marple, que compila todas las aventuras de la anciana investigadora en 4.032 páginas, con 32 centímetros de lomo y ocho kilos de peso, lo que lo convierte en el libro más grueso jamás editado.
Sin embargo, hay un personaje que aparece de refilón en algunas de las novelas protagonizadas por Hércules Poirot y en otras que siguen al excéntrico detective Parker Pyne (una creación no demasiado querida por los lectores de la autora), que sólo adquiere especial relevancia en El misterio de Pale Horse, de 1961, y al que todos los biógrafos, incluyendo Eduardo Caamaño, coinciden en señalar como un alter ego de la propia autora. Se trata de Ariadne Oliver, una escritora de novelas de misterio que dos por tres reflexiona sobre el propio hecho de escribir y los siempre tirantes vínculos con los editores y la prensa.
Biografía intensa
Como fuera apuntado más arriba, en las 600 páginas de Agatha Christie, Eduardo Caamaño –que también ha escrito las biografías de Manfred von Richthofen (El Barón Rojo), Harry Houdini y Arthur Conan Doyle– desmonta la estructura de una biografía estándar y construye un texto interactivo, en el que las innúmeras digresiones potencian y enriquecen el relato de una vida y sus circunstancias. Profusamente documentado, el biógrafo realiza la consabida reconstrucción cronológica de Agatha Christie, pero con interesantes insumos que adensan la trama y potencian el conocimiento: hay páginas dedicadas a repertoriar el avance del turismo intercontinental en las primeras décadas del siglo XX, una historia de los seudónimos literarios a través del tiempo, las primeras experiencias en la aviación del pionero brasileño Alberto Santos Dumont, la reconstrucción de las circunstancias políticas que establecieron el trazado del Orient Express y hasta un completísimo (y ordenado alfabéticamente) apéndice de venenos, el arma homicida más frecuente en las novelas de la escritora inglesa.
Agatha Christie. De Eduardo Caamaño. España, Almuzara, 2020, 608 páginas.