El sábado y el domingo Julio Chávez se presenta en Montevideo con el espectáculo Yo soy mi propia mujer. Esta es la tercera vez que Chávez interpreta a Charlotte von Mahlsdorf (1928-2002), travesti alemana que atravesó el nazismo y los años de “socialismo real” sin ocultar su identidad. Sobre esta aguerrida personalidad, el estadounidense Doug Wright escribió una obra que se estrenó en el Off Broadway en 2003 y que llegó a Buenos Aires en 2007 con dirección de Agustín Alezzo. En 2016, Chávez y Alezzo reestrenaron el espectáculo, que ahora llega a nuestra ciudad con dirección del propio Chávez. La visita coincide además con el reciente estreno de Cuando la miro, su debut como director cinematográfico. Aprovechando estas circunstancias, la diaria conversó, vía telefónica, con este creador polifacético, que también tiene una importante trayectoria como artista visual.
Hace siete años Débora Quiring te entrevistaba para la diaria a propósito de Red, una obra teatral sobre la vida del pintor Mark Rothko. Acabás de estrenar tu primera película como director y también interpretás a un pintor. Siendo que vos mismo sos un artista plástico, ¿cómo vinculás esos dos tipos de actividades en una misma obra?
Mirá, en principio lo vinculo a que soy un atrevido, y me tomo el atrevimiento sostenido por muchas décadas de trabajo. Estoy en un momento de la vida en el que empiezo a atreverme a hacer que todo ese oficio que tengo como pintor, como actor, como autor y como director se unan en algo. Y el cine es muy generoso en ese sentido de poder reunir muchos lenguajes. Y cuando escribíamos con Camila [Mansilla] este guion me encontré deseoso de poder ocupar varios lugares dentro de la película. Javier [el personaje que interpreta Chávez] es un pintor, pero en principio no pensé que yo iba a producir la obra de Javier. Sin embargo, cuando ya estaba el libro escrito y apareció la producción real, me encontré proponiéndome producir la obra pictórica de Javier. Me encontré invitado y deseoso de ocupar varios roles dentro de esta ópera prima mía.
Soy una persona que hace muchas décadas viene ejercitando y pensando a través del ejercicio de estos lenguajes, y como artista plástico tengo mi recorrido. Y con el diario del lunes te diría que agradezco haber tenido ese atrevimiento, porque me encontré muy articulado. Tanto en el cine, como en el teatro, como en cualquier actividad en que se juntan dos seres humanos, es muy difícil articular puntos de vista. Sobre todo cuando pende sobre la cabeza de nosotros la idea de que hay que ser democrático en las decisiones. Y yo creo que en el arte eso no funciona. Creo que funciona escuchar, creo que funciona aceptar, pero creo que en la obra de un realizador la mirada debe ser la del realizador. Y en ese sentido tuve mucha dicha en Cuando la miro. Y con respecto a la producción de Javier en la película, decidí no producir lo que estoy trabajando en este momento, ni lo que produje históricamente. Hice una obra que es casi una instalación escultórica-fotográfica jugando a ser Javier e imaginando qué es lo que haría él [Javier, el artista protagonista de Cuando la miro, produce una serie de figuras antropomórficas que fotografía ordenadas de distinta forma en el espacio; esas fotografías son las que conformarán la instalación]. De manera que hice una experiencia muy particular, una experiencia muy alada, muy complicada y demandante, pero muy hermosa para mí.
Y cuando tuve que hacer a [Mark] Rothko en Red también fue una experiencia muy enriquecedora. Como actor, involucrarme en la experiencia de un “otro” pintor y utilizar sus conceptos, sus ideas, era sentir que la obra me estaba dando lenguaje a mí mismo y al mismo tiempo yo le estaba dando cuerpo a la obra. Y un cuerpo que tenía un oficio también en relación a la pintura. Tan es así que el personaje en la función, durante un minuto, hacía un boceto a crayón, a lápiz de cera. Hicimos 370 representaciones de la obra, de manera que yo tenía 370 bocetos hechos en un minuto. Años después hice una exposición que se llamaba 57 segundos [57”], que era más o menos el tiempo que duraba esa escena entre que agarraba el crayón hasta que terminaba el boceto. Elegí 57 bocetos de los 370 e hice una exposición en Rubbers. Se ve que la impertinencia mía ya es histórica [risas].
Y a su vez en la película Javier está filmando un documental sobre su madre. Hay otra continuidad de roles ahí también.
En verdad, él no lo toma como un documental: él quiere tomar un registro de la madre. Javier supone que su madre es una mujer que en cualquier momento se toma el colectivo, ¿no? Y quiere tener un registro de esa mujer, porque la considera una experiencia única. Y por otro lado, él no quiere ser el comunicador de esa experiencia a través del lenguaje, o de la explicación, o del relato, porque él siente que modificaría la naturaleza del objeto en el mismo momento en que lo empieza a contar. Y como quiere tener un registro justo de la vivencia, decide directamente filmar a su madre. La intención no es un gesto artístico, entonces, sino que quede un registro de esa experiencia tan fuerte y fascinante.
En un momento de la película, Javier le pregunta a su madre por qué le cuesta tanto aceptar que a él le gustan los hombres. La Charlotte de Yo soy mi propia mujer también en un momento habla de la dificultad de que la familia acepte su orientación sexual.
Yo relacionaría más a la Charlotte con la madre de Javier, porque la madre es un ser absolutamente inédito, con una moral muy particular y unos atrevimientos muy particulares, y por eso mismo para Javier es un objeto muy atractivo de mostrar. Yo creo que en todo caso Javier está más en relación con el personaje del escritor de teatro [Doug Wright] que está en Yo soy mi propia mujer. Porque él cuenta que es la historia de una fascinación. Él, cuando conoce a la Charlotte, queda fascinado, y decide hacer una obra de teatro con ella. Javier está fascinado con su madre y decide filmarla. De manera que encuentro más vínculo entre Charlotte y la madre de Javier que entre Charlotte y Javier. Porque la identidad sexual no es la particularidad de Cuando la miro, lo importante y particular de la película son dos elementos fundamentales: la particularidad de la madre, del “objeto”, y la particularidad de la mirada de Javier, el “mirar”.
Describiste varias veces a Yo soy mi propia mujer como una partitura que tiene distintas lecturas según la época en que se interpreta, porque la sociedad cambia.
Y cambio yo como intérprete. Pero sí, en relación al cambio de la sociedad hay sobre la mesa, sin lugar a dudas, algo muy importante que es que el tema, el problema, interpela a muchos más seres humanos que hace 16 años. Hace 16 años ese asunto estaba en boca de los que necesitaban ponerlo sobre la mesa y los que por algún motivo estaban decididos a que eso no sucediera. Y eran sin lugar a dudas una fracción de la sociedad muy menor a la de hoy. Sin formar parte de ningún movimiento a favor o en contra de la diversidad, de todas maneras estás interpelado, porque el asunto ya se transformó en un tema de la sociedad. De hecho, la marcha del orgullo gay, al menos acá, integra a muchas más personas que se sienten invitadas a participar que las que integran el movimiento. Y estoy seguro que así como pasa eso, también se sienten muy interpelados a estar en contra muchos que no lo dicen pero que lo están [risas]. Creo que así como aumenta la adhesión, debe, por otro lado, aumentar la tensión de quienes hoy no hablan porque políticamente no es correcto.
Pero esperá a que aparezca una mínima posibilidad y vas a ver cómo somos Italia en dos minutos. Porque lo que pasa en Italia está pasando en el mundo, no les pasa a los italianos porque se comieron un spaghetti en mal estado. Eso está pasando y tiene que ver con algo que dice Charlotte en la obra: cada día hay una nueva amenaza. Dice: “Volvió el antisemitismo y también la homofobia, están quemando a las mujeres turcas fuera de su casa, y los yugoeslavos que piden asilo son golpeados en la calle”. Bueno, tenemos un [Jair] Bolsonaro que de alguna manera está diciendo: “Señores inmigrantes, manténganse en el molde”. Y un pueblo que lo apoya que no es el quince por ciento. Lo que quiero decir es que simplemente, así como aparece mucha más adhesión y mucha más gente que está involucrada, también aparece algo que tiene que ver con el fascismo, algo que se alimenta de los gritos de libertad, así como los gritos de libertad se alimentan de la prohibición.
¿Y cómo te interpela a vos como intérprete?
Me interpela en el espacio de ejecutante y amante de mi oficio. En estos siete años que pasaron desde la última vez que la hice me encuentro un intérprete diferente. Me doy cuenta de que transito el espacio y el tiempo y la articulación de la palabra de forma un poco mejor, creo yo. No digo “excelso” porque eso es soberbio y tal vez mentiroso, pero sí un poquito mejor de lo que era. Me doy cuenta porque hay muchos espectadores que vuelven a ver el material y se sorprenden porque había muchas cosas que no habían terminado de comprender. Y no se acercaron a ver el material porque no lo habían entendido, sino porque querían volver a ver lo que habían entendido. Y ahora que lo vuelven a ver advierten que el material está mejor comunicado. Y creo que es porque yo estoy un poquitito mejor como intérprete y como relator.
Tiene que ver con cosas muy hermosas del oficio, tiene que ver con el relato, y tiene que ver con ganarte al espectador. Hoy ganarte un espectador para mi espectáculo desde el punto de vista del tema tal vez es más fácil, pero desde el punto de vista del dispositivo teatral es más difícil. Porque el espectáculo está pidiendo serenidad, escucha y colaboración. Y una escucha activa y una colaboración activa, porque se debe escuchar para poder imaginar lo que el espectáculo te está invitando a imaginar. Sin celulares y sin fuegos artificiales. Eso hoy es otro atrevimiento. Y me alegra enormemente lo que pasa en la sala, porque hay un hermoso silencio, que es un silencio activo. De golpe hay 400 personas en la sala y llegás al final del espectáculo y es un silencio hermoso, porque el espectador está realmente involucrado en la ceremonia teatral. En definitiva, vuelve a ser algo antiquísimo, hay una tribu y hay un relator que relata a la tribu para que la tribu imagine.
Sos una persona que se dedica a la docencia también ¿Cómo se nutre el intérprete de esa instancia de compartir su experiencia con otras personas que van a estudiar con él?
Para mí es un espacio de diálisis diario, por eso nunca lo he abandonado. Empecé a colaborar con el entrenamiento de otros y otras cuando tenía 24 años, imaginate que han pasado muchas cosas. Y después de 42 años no he abandonado un solo año mi trabajo como entrenador. Lo considero un espacio absolutamente revitalizador para pensar sobre el oficio, un espacio de encuentro hermoso entre el hacer, el ejercitar, y el pensar qué se está ejercitando. Y eso a mí me ha ayudado y me ha nutrido y me ha sostenido. He aprendido muchísimo de ese espacio, soy mi alumno más interesado, salgo de ahí feliz como un chico [risas]. No es un lugar donde voy a hablar sobre lo que sé hacer, sino que es un lugar donde voy a pensar sobre lo que hice, lo que hago y lo que quiero hacer. Incluso a veces sobre lenguajes teatrales que yo no atravesé, ni atravieso, ni atravesaré, pero que pueden ser pensados por los otros; es un espacio fundamental para mí.
Con el estreno de Togo en Uruguay, se ha vuelto a hablar de Adrián Caetano, y justo se cumplen veinte años de Un oso rojo, una película icónica porque da cuenta de una sociedad argentina que estaba quebrada.
Mirá, la película se terminó de filmar en 2001, y se filmó porque la produjo Lita Stantic. Si ella no hubiera estado al frente de ese proyecto no se hubiera podido terminar, así que yo relaciono Un oso rojo más a Lita Stantic que a Adrián Caetano, si bien, obviamente, él es el autor y el director. Pero, por la experiencia que he tenido, ahí hay un talento de producción muy particular que tiene que ver con Lita. En un momento era como cuando estás en el viaje Buenos Aires-Colonia y en el medio del viaje se complica y no sabés si volvés a Buenos Aires o seguís a Colonia [risas]. A mí me pasó eso en un Buquebus, paró en la mitad del viaje en la noche. ¡Dios mío! Eso fue horrible [risas]. Y Lita tomó la decisión de seguir adelante, en una situación en que estábamos con el corralito, no había un peso circulando en la sociedad... era todo un desastre. Y Lita la llevó adelante e hizo de Un oso rojo una hermosa historia. Fue una película para mí importantísima, porque yo no creía que la iba a poder hacer, y no sabés cuánto aprendí haciendo esa película.
Y en relación a la Argentina que planteaba, casi te diría que era como una especie de boceto de Disneylandia de lo que vivimos ahora. Hoy no podrías hacer un homenaje al Far West con lo que está pasando acá.
¿Y cómo vivís, como artista, la situación de polaridad y de crisis económica que atraviesa Argentina?
Ahí la verdad es que soy un ciudadano confundido. Hoy por hoy me asiste la confusión. Y no soy opinólogo. Intento mirar hacia muchas otras Argentinas que son hermosas y que no están polarizadas, ¿sabés? He visto un personal médico y de enfermería y de investigación del Conicet [Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas] durante la pandemia que me produce mucha admiración. Y mucha gente, mujeres y varones, jóvenes y no tan jóvenes, salen a buscar algo que les dé fe. Y hay cosas que pueden dar fe y esperanza, sólo que hay que buscarlas. Después hay toda una situación, que parecería que es la única realidad, que es de lo que estás hablando, de la polarización, etcétera. Es una realidad, pero no es lo único que pasa.
Yo soy mi propia mujer. De Dough Wright. Dirección y actuación de Julio Chávez. Teatro El Galpón. Sábado 19 y domingo 20 a las 21.00. Entradas en venta en Tickantel.