La artista visual, docente e investigadora Ana Tiscornia reside en Estados Unidos desde principios de la década de 1990. Por intermedio de Nancy Bacelo conoció a Beisso pocos años antes de partir, y además de encontrarse en Nueva York y Montevideo mantuvieron un extenso contacto epistolar.
Uno podría decir que en la obra de Ulises hay una búsqueda muy ligada a cuestiones identitarias marcadas por su historia personal. ¿Qué recuerdos tenés de Ulises?
Lo recuerdo como un gran entusiasta. No hay duda de que su obra está muy marcada por su historia personal, aunque las primeras obras que le conocí no lo eran tanto, o no lo eran de manera tan evidente. Sus muebles, unas sillas muy ortogonales con unos diseños muy alegres –guardas geométricas con mucho colorido–, que de alguna manera se podrían enmarcar en lo artesanal decorativo-funcional. También recuerdo un animal gordito, hecho con un tronco pintado, también muy policromado; pienso que era una especie de chancho, pero tal vez era un animal inventado, más que inspirado por alguno concreto. Recién cuando fui a su casa, más adelante, conocí otras obras, más relacionadas con la identidad gay. Esas obras estaban hechas con ensamblajes de piezas encontradas con elementos construidos por él e intervenciones pintadas. Pienso que eran menos festivas y más dolorosas.
Podrías comentarnos tus recuerdos de la escena artístico cultural montevideana de la salida de la dictadura en relación a las disidencias sexuales y las artes visuales en particular.
Visto desde el presente, a mediados de los 80, la escena cultural, al menos en relación a las artes visuales, pero seguramente más allá de esa esfera, era francamente machista y homofóbica. Aunque como toda generalización sea injusta con un buen número de artistas que siempre fueron más abiertos, y más activos en la defensa de los derechos humanos, creo que no me equivoco. El fuerte compromiso político con la causa de los desposeídos y la abolición de las clases sociales no estuvo a la altura que le correspondía con los temas de identidad. En otras palabras, fuimos reaccionarios en esta materia. A la salida de la dictadura, a mi juicio, hubo un primer momento de desorientación que tuvo que ver con moverse de una práctica de resistencia a un hacer proactivo. Llevó unos años perfilar en relación a qué era ese ser proactivo, pero lo primero fue aceptar la subjetividad como contenido; creo que esa fue una plataforma desde la cual empezó a tener cabida más fácilmente la disidencia de género y de sexualidad.
¿Te quedan recuerdos de aquellos encuentros neoyorquinos entre ustedes?
Ulises era una persona muy entusiasta, muy vital, y aunque vino a Nueva York a tratarse, no dejó de querer la vida y el arte con mucha avidez. Nueva York era todo un descubrimiento: los museos, los artistas contemporáneos, la dinámica de la ciudad. Era también el tiempo crítico del sida, y muchos artistas trataron el tema. Ross Bleckner fue uno de ellos, y creo que Ulises se sintió deslumbrado e identificado con su obra. Con todas las distancias formales del caso, Ulises encontró en esa muestra una especie de espejo de su alma escondida, que tenía que ver con sus pulsiones y su necesidad de plasmarlas en el arte.
Su temprano fallecimiento y el contexto cultural hicieron que su producción no circulara y que estos trabajos no se conocieran. ¿Qué reflexión te merece ver estas obras 30 años después?
Primero, me alegra saber que la obra finalmente vea la luz. Nos acerca una reflexión sobre nuestra propia cultura y los largos y difíciles tránsitos hacia una integración abierta y libre de todos. También me doy cuenta de que la obra de Ulises era difícil de contextualizar en aquel entonces, no sólo porque la temática estuviera reprimida, sino porque su formulación, su lenguaje formal, también estaba distanciado del canon, por decirlo de alguna manera. Ulises cruzó una formalización que podríamos llamar naíf con una conceptualización temática muy subjetiva y anticipatoria.
Me sugeriste que la obra de Ulises plantea un cruce entre arte, artesanía y una geometría que por momentos es ornamental y otras veces es mística. ¿Cómo te parece que Ulises llega a producir esos encuentros?
Creo que es fácil entender lo artesanal y lo ornamental en su obra, pero detrás de su geometría a menudo hay también una invención de códigos, que a mi juicio constituyen un alfabeto propio a través del cual él pudo vehiculizar su subjetividad. En ese sentido dije lo de “místico”, no en un sentido religioso estricto, sino más relacionado con una suerte de experiencia de revelación de sí mismo. Por cierto, en sus imágenes tampoco estaba exento el dolor. Tengo una piecita que él me regaló, una madera pequeña, muy simple, un volumen rectangular con un frente cuadrado, imperfecto, que tiene pintada una especie de flor de espina. Es muy bella y en su simplicidad encapsula muchas cosas, entre ellas, claramente, erotismo, sexualidad y dolor.