La 75ª edición del Festival de Cannes, la primera pospandémica, tras la suspensión de la edición de 2020 y el desarrollo mediatizado por la covid-19 el año pasado, se presentaba como la ocasión de cierta celebración especial. Lo cierto es que este “Mundial” del cine –en el que, por cierto, el cine latinoamericano está casi ausente– arrancó con mal pie. En la jornada del lunes, la previa a la inauguración oficial, el festival colapsó. Una caída de las redes informáticas del certamen inhabilitó su respiración orgánica: las acreditaciones quedaron congeladas y la web de reserva de entradas para la prensa estuvo fuera de servicio durante seis horas.
Ese gigante que es Cannes mostró así una fragilidad insólita para un certamen de semejante entidad y presupuesto. En su conferencia de prensa, el director artístico, Thierry Frémaux, achacó esa situación, que llegó a ser dantesca por las filas inmensas à plein soleil de representantes de medios e industria, a un ataque hacker. Según Frémaux, el caos habría sido consecuencia de las acciones de un ejército de robots que se habría hecho con todas las entradas para los pases del festival.
Sin querer dudar de sus explicaciones, otras fuentes del certamen habían aludido antes de la conferencia de prensa de Frémaux a que la caída de las redes había sido provocada por los miles de entradas para personas acreditadas. Pero esta versión dejaría muy mal parada a la organización del festival, que conoce al detalle y desde hace tiempo el volumen de personas que necesita gestionar. El hecho es que, bien fuese por la actuación de hackers y robots hipercinéfilos o por una mala planificación, Cannes se congeló en sus venas mientras nosotros nos derretíamos en su infierno.
Así, con la fauna festivalera sometida a un estrés espeluznante antes del comienzo del show, la inauguración se preveía irremediablemente chovinista, con la selección para la apertura de un film sobre un equipo de rodaje francés que hace una película de zombis japoneses, Coupez! (¡Corten!), que es, además, la remake de una película japonesa de 2017, One Cut of the Dead (dirigida por Shinichirô Ueda), que tuvo un pequeño hype entre los seguidores más acérrimos del cine de terror.
Coupez!, dirigida por Michel Hazanavicius –un realizador bastante mal visto por la cinefilia, aunque a mí me parece estimable en su afinamiento de la fórmula comercial pero casi digna de The Artist (2011) o en su iconoclasta burla del tótem llamado Jean-Luc Godard en Le Redoutable (2017)–, es una traslación bastante fiel al original. Es terror gore pero en clave de humor, y una trama de cine dentro del cine dentro del cine: un equipo de rodaje de films de serie Z que prepara una película sobre zombis que se ve invadido por una plaga real de muertos vivientes. Sembrada de juegos metacinematográficos y de guiños al cine de género, hilvana un carnaval de chacinería, una sucesión de secuencias de desmembramientos carniceros en la que Romain Duris ‒un habitual de las comedias francesas más populacheras‒ y Bérenice Bejo se empapan de hemoglobina y vómitos fluorescentes, él sobre su camisa hawaiana y ella en su rostro acostumbrado a empresas artísticas más refinadas.
La selección, para un lugar tan emblemático como la gala de inauguración, de una comedia como Coupez!, sólo se explica en clave interna. El cine europeo vive una situación agónica en la asistencia a salas comerciales (se habla de casi 40% menos de entradas en comparación con el mismo mes del año en tiempos prepandémicos). Y la película se estrena en las salas de toda Francia de manera simultánea a su exposición casi urbi et orbi en La Croisette. Lo cierto es que el festival logrará que se vendan muchas entradas en los cines para ver el film. En Cannes, donde han sido películas de inauguración Los pájaros o Amarcord, apostar por este baile de los mareados muertos vivientes como postre de la alfombra roja más fotografiada en el universo del cine, es, por lo menos, arriesgado.
O tal vez sea esto una metáfora de que el cine en salas comerciales vive en estado de coma, casi de cadáver. Y Cannes acude como equipo de reanimación, aun a costa de verse lastrado con dos estigmas: el de inaugurar con una película impropia para representar el sello del certamen y el de un chovinismo que mira al consumo interno.
La ceremonia inaugural, organizada con extremo cuidado, tuvo varios puntos fuertes: el brillante discurso del presidente del jurado, Vincent Lindon, que leyó un texto inteligente y político que nos estremeció; la inesperada intervención del presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, en directo en la pantalla del Palais; y por último, el emocionante momento en el que Vincent Delerm en el piano hizo cantar a los 2.300 espectadores de la ceremonia la inolvidable canción de Johnny Halliday “Que je t’aime”.
Alejandra Trelles, desde Cannes.