El convento fue una fábrica de arte durante el invierno de 2017, pero en la ciudad pasó desapercibido. Montevideo tiene eso: pasan cosas pero parece que no pasara nada. Caminaba por los corredores fríos y gigantes del convento que fue la Casa de las Capuchinas, un domingo gris de invierno. Elegí una habitación, descolgué la cortina.
Luego supe que allí murió la santa.
El espacio laberíntico proponía paisajes completamente distintos: un patio con plantas y colores, un altar intervenido con serpientes rodeando una cruz, un mural con personas con sombreros al mejor estilo mexicano, un área de oficinas marrón capuchino con aire de maquinaria discontinuada, un segundo piso desértico con habitaciones que fueron dormitorios de religiosas. No había casi luz, sólo aquella de los artistas que iban armando su espacio taller y generaban implantes luminosos que eran herramientas creativas.
“Uruguay: Iglesia celebra con júbilo su primera santa”, titulaba el Vatican News el mes pasado. Sansón Ferrari, en la web del Vaticano, reportaba: “‘Acá se respira en el santuario y en la ciudad entera un clima de fiesta’. Así describe la hermana Nora Azanza, religiosa de las Hermanas Capuchinas de la Madre Rubatto, la atmósfera en Montevideo, la capital uruguaya, a pocos días de la canonización de María Francisca de Jesús Rubatto, quien a partir del próximo 15 de mayo será la primera santa de Uruguay”. Lo más curioso es que la hermana capuchina Ana María Rubatto nació en Carmagnola, Piamonte, y llegó a Uruguay cuando tenía más de 40 años.
Mientras la santa era canonizada en el Vaticano, justo enfrente de la Catedral de Montevideo Federico Arnaud preparaba su muestra Sobre pérdidas y paraísos. La exposición, montada en el museo del Cabildo de Montevideo y abierta hasta agosto, propone lecturas decolonizadoras con gestos mínimos como poner en el mismo nivel una copia de la Pietà de Miguel Ángel y la escultura aymara de una madre con su hijo en brazos. El gesto político está en hacer que esas esculturas –consideradas la primera un ejemplo de arte y la segunda, una artesanía– ocupen el mismo plano de importancia, ambos objetos expuestos en una caja de cristal. Las dos madres, con sus hijos muertos, hacen referencia a las vírgenes, según el artista.
La propuesta escultórica de Arnaud transforma los muebles del museo en altares, denuncia los genocidios en América del Sur y enaltece un sinfín de esculturas populares dándoles estatus de arte al ponerlas en el museo. El arte indígena se propone como un nuevo relato sincrónico sobre la colonización.
La muestra de Arnaud propone diálogos entre las diversas culturas que nos conforman. Poner y sacar del altar, así como del museo, tiene que ver con decisiones jerárquicas. El arte siempre es político, y la fe también.
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Sobre fe y arte reflexionamos con el pintor y muralista uruguayo Damián Ibarguren Gauthier, nacido en Fray Bentos. Fue uno de los organizadores del laboratorio-convento que se montó en la Casa de las Capuchinas antes de que fuera demolida, y cuya premisa o disparador fue “mi dios”. “Es decir, qué llevás dentro, qué te motiva, orienta, protege. La fe y el arte han estado emparentados a lo largo de la historia. Si bien soy ateo, reconozco la influencia de diferentes religiones y de diferentes fes en mis trabajos. Me resulta muy grato rescatar los mensajes de respeto y amor que hay en todas las religiones. Rescatar lo positivo de cada situación y abrir nuevos caminos, creo, es parte del desarrollo del arte. Para mí, el arte es arte cuando viaja hacia el interior del artista, no como un manifiesto sino como creación en sí. Luego, los demás serán los encargados de ver en la creación si manifiesta algo o no”.
Damián fue uno de los organizadores de aquella experiencia, y tres años después fue uno de los dos artistas que organizaron Encontrarte con ellos, la muestra que se instaló el año pasado en el museo Blanes, en la que participaron 197 artistas a los que se asignó un desaparecido para retratarlo.
Corría 2017 y para entrar en el convento por una entrada lateral había que mandar un mensaje y esperar a que en algún momento uno de los artistas fuese a abrir la reja. Algunas veces demoraban y éramos varios esperando en la calle.
En pocas semanas el convento se fue transformando, tomado por artistas que comenzaban a intervenir el espacio que habían elegido tras una recorrida general. El lugar, que durante más de un siglo fue dedicado a las actividades religiosas, iba a ser derrumbado, pero antes fue cedido para que artistas contemporáneos lo pintaran. La experiencia duró seis meses, durante el otoño y el invierno de 2017. Participaron 80 artistas que llenaron el viejo convento de murales, instalaciones escultóricas con elementos del lugar, fotografía experimental, audiovisuales, ensayos de teatro y música, performances.
Cuán efímero puede ser el arte. Pero en el caso del arte callejero, no importa cuánto dure sino la transformación que genera.
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El papa Francisco canonizó a Francisca el domingo 15 de mayo. Es una de los diez nuevos santos de la iglesia católica. En el Parlamento, dos días después, se celebró a la primera santa del país más laico de la región sudamericana. Rodrigo Goñi, diputado del Partido Nacional por Montevideo, comenzó el reconocimiento a la fundadora de las Hermanas Capuchinas de Loano, santa Francisca Rubatto, el 17 de mayo, diciendo que era la primera santa uruguaya. Es interesante preguntarse por qué, si vivió en Uruguay sólo 12 de los 60 años que estuvo en este mundo. La hermana Ana María Rubatto nació en 1842, se ordenó en 1886, llegó a nuestro país en 1892 y murió en 1904.
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Sentada en la plaza Matriz, me pregunto hasta cuándo continuarán imponiéndonos santos. Miro hacia un lado y veo la Catedral; del otro lado, el Cabildo. Es en el segundo piso del Cabildo que descubro la obra Paraíso quemado, de Federico Arnaud: dos indígenas yanomamis sostienen un Cristo procedente de la catedral de Montevido. En la visita guiada, Arnaud la presenta como una de las obras centrales de la muestra: “La pieza que sostiene la pareja de yanomamis es del museo; es un Cristo que viene de la Catedral. Tiene características del Barroco (no es barroco, pero la madera está pintada, es un Cristo sangrante) y está siendo llevado por los indios en un mismo martirio. Todo el proceso misionero tiene una doble función, y la más terrible no es la aniquilación, sino el intento de borrar una cultura. Las figuras de los indígenas aparecen en una especie de edén, y tiene relación con la quema del Amazonas, que es una práctica que lo que hace es limpiar el terreno para plantar soja. También tiene una relación con el proceso de expoliación, que no solamente mata personas, sino que mata naturaleza; mata y transforma. Hay dos figuras hechas por mí: representan a dos indios amazónicos yanomamis, que son los que tienen organización política, los que más conocemos como el otro, pero ya en un proceso en que se pueden defender políticamente. Y son los que han sido exterminados como los animales. Cuando se quemó el Amazonas se quemaron personas, se quemaron niños, se quemaron animales. Los animales que están en la obra son artesanía guaraní: una talla de una madera blanda que luego es pirograbada. Están huyendo del paraíso quemado”.
Le pregunto a Arnaud si considera a la fe una herramienta de colonización y me responde que sí, que fue el eje central de la colonización cultural. Es también el eje de la muestra. El artista pone en juego las piezas como había hecho en “El juego de los milagros” (1999; en Ecce Homo), donde los jugadores eran figuras religiosas entre las que estaba Cristo. Arnaud las hacía entrar al campo de juego cambiando sus roles, como si pusiera a los jugadores en otro lado. Ahora presenta a Iemanjá dentro de un mueble estilo colonial, recibiendo a una carabela que muestra en sus velas un cráneo humano.
“Me relaciono con la historia del arte a través del arte sacro. Prácticamente toda mi obra se podría considerar que tiene arte sacro, juego con el arte sacro en un sentido moral, ontológico (que tiene que ver con que nosotros somos hijos de una cultura occidental y cristiana, y yo cuestiono a través de eso las cosas), y me interesa esa potencia del arte sacro, que no solamente es una representación, sino que también tiene un espacio sagrado. Busco que el espectador tenga esa aura. Yo trabajo a partir de una arquitectura sagrada y la deconstruyo, empiezo a construir otro relato; luego de mi ida a México comencé a trabajar en ese concepto. Mi obra ‘Los mártires del corazón’ tiene imágenes de la conquista y tiene imágenes de la dictadura y de manifestaciones; ahí juego con esa arquitectura y puedo plantear mis relatos. Acá, en Sobre pérdidas y paraísos, hago exactamente lo mismo: utilizo los placares, que transformo en altares, y construyo esos relatos que tienen un aura sagrada en clave sacra. Para mí, lo interesante de todo esto es que cada uno se haga su propio cuento”.
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Francisca murió en Montevideo el 6 de agosto de 1904, en el convento que antes de ser derrumbado sería laboratorio de arte. La hermana Rubatto pidió por escrito que la enterraran junto a sus “queridos pobres”, a los que había dedicado su vida, por lo que recibió sepultura en el cementerio de La Teja. Luego fue trasladada al santuario de Belvedere que lleva su nombre. El Vaticano reconoció dos milagros póstumos de la santa (en 1939, en Italia, y uno de 2000 en Colonia, Uruguay) pero seguramente, si alguien hubiera recorrido el convento días antes del derrumbe, con todas esas paredes maravillosamente pintadas, no dudaría de esos milagros anónimos y efímeros que nos regala el arte cuando los artistas se zambullen en la transformación infinita, sin más interés que el de encontrarse con su propio dios.