¿Cuántas veces los que usamos el transporte público le hemos prestado especial atención a los números de los boletos buscando “el de la suerte”? Recuerdo esa manía de buscar los tan codiciados boletos capicúas hace unos cuantos años, cuando los que éramos del interior visitábamos la capital, teniendo en cuenta que en nuestras ciudades no tomábamos un ómnibus ni por asomo.
¿Y qué es esto del capicúa? Esta palabra proviene del catalán cap i cua, “cabeza y cola”. Capicúa es, a su vez, sinónimo de la palabra palíndromo, de origen griego y que viene de la construcción palin dromein, es decir, volver atrás, recorrer a la inversa, palabras o frases simétricas que se pueden transitar en ambos sentidos. En matemáticas también se les denomina números palíndromos o capicúas a los que se pueden leer igual de izquierda a derecha que de derecha a izquierda, como por ejemplo 212, 313 u 8008.
Pero aparte de la cuestión de esta búsqueda uruguaya de la fortuna, el fenómeno “capicúa” forma parte de la variedad del español rioplatense.
Andrés Saab, lingüista argentino, investigador del Conicet y discípulo de la reconocida lingüista Ángela Di Tullio, ha dedicado tiempo de estudio al análisis gramatical de este fenómeno y lo define así: “Para un gramático, una construcción capicúa se describe superficialmente como un esquema cuya forma básica responde al patrón V (verbo) FRASE V (verbo). Puede ser respuesta a preguntas parciales, a respuestas sí/no e incluso puede ocurrir en inicio de discurso: “A: ¿Qué compraste? B: Compré un auto, compré. A: ¿Compraste un auto? [contexto: abriendo la puerta para irse] B: (Sí), compré un auto, compré. A: Me voy al cine, me voy.”
Siguiendo el análisis gramatical, el autor aprecia un tipo de movimiento de predicado a la periferia izquierda de la oración, cuyo resultado más notable es la pronunciación de dos copias del mismo verbo y con un marcado descenso entonacional de la última. Este carácter capicúa o sánguche de duplicación verbal es posible si los verbos involucrados están en una relación de antiadyacencia, y codificarían simplemente un énfasis en la oración.
Para un hablante del español del Río de la Plata una construcción capicúa se define como un modo de pertenencia social, y se han encontrado evidencias de lo mismo en el portugués europeo y en el italiano, como en: mangia la pizza, mangia. Roberto Arlt lo registraba como propio de un tipo social en Argentina, correspondiente a los inmigrantes de origen italiano con asiento en el puerto de Buenos Aires y alrededores: “Comunicábame un distinguido erudito en estas materias que los genoveses de La Boca, cuando observaban que un párvulo bostezaba, decían: ‘tiene la fiaca encima, tiene’, y de inmediato le recomendaban que comiera, que se alimentara”.
Concepción Company Company (lingüista de la UNAM) ha expresado siempre su grado de sorpresa por la capacidad de creación lingüística que tienen los hablantes de esta zona, dada por construcciones como el lunfardo, el vesre o el capicúa, entre otras. Algo que la autora atribuye a la creación tardía del virreinato, a diferencia del mexicano, que fue anterior y en donde las estructuras españolas de la corona, incluidas las del lenguaje que se quería imponer, tuvieron más fuerza y prescripción entre la población.
A pesar de ser un elemento identitario, Andrés Saab señala que las construcciones capicúas se ven despectivamente en su país, donde se las asocia con “cosas de bailanteros, chorros y bosteros”, y, en general, con hablantes con poca educación.
Mirando para esta orilla, podemos decir que así como el boleto está siendo reemplazado por la tarjeta STM, cada vez menos detectamos las construcciones capicúas en el habla cotidiana, aunque las reconozcamos probablemente como identitarias. Cuando le pregunto por su uso, apelando al dato generacional, mi hija de 21 años me pregunta quién las usaría.
¿Seguiremos en esa línea de abandono del uso de estas formas, dejando como única en su especie a la “niña capicúa” Anina Yatay Salas, de Sergio López Suárez? ¿Correrán las formas capicúas la misma suerte que los boletos de la suerte, valga la redundancia?