¿Qué hace buena a la cubierta de un libro? Quien la diseñe debe saber deconstruir lo planteado por el escritor o realizar la labor de traducir: imágenes por palabras. No son los únicos verbos que vienen a la mente. También tiene que ser capaz de simbolizar y abstraerse del texto para no caer en lo evidente. En los últimos años se distingue mayor esmero y dedicación en las portadas de libros uruguayos, sobre todo en editoriales independientes. Hay lugar para el diseño arriesgado e incluso para que florezca el arte. El trabajo de la diseñadora e ilustradora Lucía Boiani para la casa editorial Hum es un buen ejemplo para ver lo lejos que ha llegado el diseño de portadas en el país.
Una muestra en Parque Rodó recorre sus trabajos más significativos y permite apreciar al libro como objeto. En el estudio de Carolina Curbelo –donde las obras interactúan con la decoración del espacio– encontramos 28 libros que cuelgan de las paredes como obras artísticas. En la pared opuesta se distinguen cuatro láminas de 45 por 70 centímetros que permiten perderse en los detalles de cada imagen elegida. Sobre un mueble encontramos los libros a los que pertenecen estas láminas, que se acumulan formando una pila desordenada. Por último, debajo de un vidrio se pueden ver algunos bocetos tempranos de lo que acabaría siendo cada obra y entender su proceso.
Las portadas de Lucía Boiani abundan en metáforas visuales y dejan siempre un lugar para el misterio. Son como una pregunta abierta. Uno quiere meterse en el libro y bucear entre las palabras para entender su significado. Encontramos una casa sumergida en el mar, un gato furioso con ojos y dientes amarillos envuelto por un lápiz con forma de serpiente, un cuerpo desnudo que flota sobre el denso humo de un cigarro, un cráneo roto en medio de un charco de sangre o una víbora roja custodiando un huevo que brilla en lo oscuro como si fuera una perla. Hay también lugar para cabezas de vinilo, casas que se desarman como viruta o una manzana que se enciende cual si fuera dinamita sostenida por una mano femenina.
No sólo debe desarmar el libro para encontrar significados; a la hora de crear una portada el diseñador también tiene que captar la forma de escribir del autor, cómo se vincula con el lenguaje. Así, esa manzana roja encendida remite a la prosa despiadada, mordaz y provocadora con la que Iris Play elabora sus columnas. Y de la misma manera que Amanda Berenguer juega con el lenguaje y el orden de las palabras en sus poemas, la portada de Donde anida el rayo parece un crucigrama en el que las letras se funden. Las criaturas violentas y monstruosas de Polleri las resuelve con un collage donde se adivina cierta agresividad sin caer en lo obvio. Y también están las plantas y frutas voluptuosas en las obras de Marosa di Giorgio, donde se adivina el erotismo de sus textos en figuras que pueden remitir tanto al sexo femenino como al ojo de un reptil.
En diálogo con la diaria –y volviendo a los verbos– Boiani explicó que para ella el artista debe adaptarse al universo creado por el autor. “Tengo que hacer que una ilustración, una imagen, hable sobre la obra en mi idioma. El lenguaje es inherente a mí, pero en realidad tiene que ser una ventana a ese libro, no a mi obra”. Después de experimentar con colores, formas y estrategias, la diseñadora e ilustradora siente haber encontrado su identidad. “Hoy, creo, estoy logrando un estilo más contundente, conmigo y con la editorial”, dice.
Lo que más valora de sus años de trabajo en Hum es la libertad que le otorgan para presentar sus ideas, que luego decantan en la tapa mediante un proceso de intercambio y pulido con el autor. Su mayor aprendizaje fue la importancia de establecer un vínculo con los escritores: “Creo que muchas veces hay cosas que son parte de la obra y no están explícitas, o son emociones, trasfondos que no aparecen escritos literalmente, pero que están ahí y está buenísimo que salgan con un diálogo”.
Paletas y camuflajes
Cuando uno se enfrenta a esa pared de libros que se erigió para la muestra, lo que hace destacar a unos sobre otros es el uso del color. Así, el cielo amarillo de Noite nu norte, de Fabián Severo, resalta con ese trazo rústico que remite a un grabado en madera. También se distingue Las lenguas de diamante, de Juana de Ibarbourou, con un rosa que parece diluirse en un mar turquesa. “El color tiene la capacidad de mostrarnos emociones que están escondidas sin la necesidad de una palabra. Mi apuesta generalmente tiene que ver con el color, con resaltar algo, con cómo se vinculan los elementos entre sí por el destaque o uso de una misma paleta”, dice Boiani.
Aunque la ilustración es el recurso con el que se siente más cómoda, también echa mano de otras herramientas, como el tratamiento de las fotografías. Así fue el caso de La insumisa, de Cristina Peri Rossi, en donde una imagen en blanco y negro de la autora es intervenida con una línea roja que cubre sus ojos y con una cruz, también roja, que cubre su boca. “Es narrativa, pero de alguna forma también autoficción, habla de ella y de su vida, por eso lo mejor era que estuviese su cara. Entonces buscamos una foto buena. Encontré una que me gustó mucho y busqué la forma de que el recurso gráfico hiciera alusión a esa insumisa. Esa foto y tapa fueron bastante icónicas. Al libro no le cambiamos más la portada, y ya lleva como siete, ocho ediciones”.
La obra que crea Boiani es parte de un mundo en el que convive con la narrativa del autor, y en esa vía debe reinterpretarlo. Como ejemplo trae la novela Herodes, de Damián González Bertolino, cuya cubierta muestra una casa en penumbras junto a un monte en una noche brumosa: “Generé una imagen oscura que tenía que ver con el universo que era la obra, la escritura del autor y las referencias, aunque nunca se fue de mi estética”, asegura. Y luego de darles vuelta a verbos y definiciones, parece llegar a una conclusión sobre su trabajo: “De alguna forma, lo que hago es camuflarme en la obra de cada autor”.
Arte de tapa. De Lucía Boiani. En Tomás Giribaldi 2278 hasta el 30 de junio. Coordinar horario comunicándose al 098 624 287.