Lo tomamos con normalidad, pero lo que Marvel Studios hizo con sus primeras 22 (sí, veintidós) películas es un hito en la historia del entretenimiento masivo. Primero a los ponchazos, después con un plan y finalmente con una estructura too big to fail nos presentó una saga cósmica dividida en porciones fácilmente digeribles que brindaban una aventura autoconclusiva a la vez que avanzaban (a veces poco, a veces demasiado) en esa gran narrativa que terminó en una recompensa para los fanáticos llamada Avengers: Endgame.
Pasaron las tres fases que conformaron ese arco y comenzó la Fase Cuatro del Universo Cinematográfico Marvel. Porque la maquinaria no se detiene, en especial si cada película ronda los 1.000 millones de dólares de recaudación y si el catálogo de personajes de la editorial Marvel sigue ofreciendo potenciales protagonistas de films y (ahora también) series de televisión.
La Fase Cuatro arrancó después de dos años sin estrenos debido a la pandemia, y enseguida surgieron los detractores. Porque siempre están los que sueñan con ver caer al que está arriba, porque los productores prometen una conexión entre entregas que sigue sin aparecer... y porque el nivel de esta fase ha sido sensiblemente inferior.
Viuda Negra pareció llegar demasiado tarde y no aportar mucho, Shang-Chi y la leyenda de los diez anillos trajo otro origen superheroico (y van), Eternals no logró que el público se encariñara con sus protagonistas, mientras que Doctor Strange en el Multiverso de la Locura quedó a medio camino entre un capítulo de este gran universo y una película de Sam Raimi. Sólo se salvó Spider-Man: sin camino a casa, porque el Hombre Araña es el ícono indiscutido de la editorial. Tanto, que Marvel Studios y Sony se pusieron de acuerdo para que sus universos se solaparan cuando Peter Parker entra en escena.
Lo que sí agradecieron muchos, y me incluyo, fue una intención de abandonar la homogeneidad estilística, desde la imagen, pasando por la banda de sonido y el tono de las películas, algo que había comenzado en la Fase Tres. Y sí, mencioné que a Raimi no le perdonaron salirse de la norma, pero yo aplaudo el esfuerzo. Una norma que había sido acribillada en 2017 con Thor: Ragnarok, en la que el director neozelandés Taika Waititi demostró que era capaz de jugar en un arenero ajeno y darle humor (¡y color!) a una historia que lo necesitaba.
¿Qué pasó entonces con Thor: amor y trueno? Waititi repite al mando de una nueva aventura del dios más superheroico de Asgard, que es interpretado por Chris Hemsworth por octava vez. Reaparecen aliados anteriores, además de personajes del vastísimo universo cinematográfico. El villano de turno, en manos de Christian Bale (¡Batman!), es un asesino de dioses surgido de una de las mejores aventuras de Thor en la historieta. Sin embargo, el resultado final parece como si un grupo de universitarios hubiera robado los rollos para grabar de nuevo el audio con la mayor cantidad posible de chistes.
Lo que pone en movimiento las piezas de esta partida de ajedrez que comenzó hace 14 años tiene como protagonista a Gorr (Bale). Este pobre hombre un día descubre que el dios al que le reza lo considera menos que una alimaña, y casi en simultáneo se cruza con una espada capaz de matar dioses. Gorr representa una amenaza para los sobrevivientes de Asgard, que actualmente viven en la Tierra. Esto obligará a Thor a regresar a nuestros pagos, donde se reencontrará con su antiguo amor, quien en medio de un tratamiento contra el cáncer se convierte en la nueva portadora de Mjolnir, el martillo mágico que supo estar en manos de su expareja.
Acción superheroica y subtrama romántica con un villano que, como pocos, justifica bastante sus acciones. El problema es que Waititi no se encuentra a sí mismo. Por momentos parece estar jugando a ser James Gunn, el artífice de Guardianes de la galaxia, especialmente en el uso de la música. Pero mientras que su colega encontraba el instante correcto para las canciones que le gustaban, algo que también hizo en El escuadrón suicida, aquí los temas de Guns n’ Roses terminan actuando de separadores. Y si funcionan es porque son hits de Guns n’ Roses.
Peor es cuando el neozelandés parece parodiarse a sí mismo. Las películas de Marvel siempre tuvieron momentos de humor, siguiendo aquella consigna discutible de Joss Whedon que rogaba descomprimir las escenas dramáticas con un chiste. En Thor: amor y trueno casi no hay tiempo para el drama, porque los chistes aparecen y siguen apareciendo y nunca se detienen. Lo sufre Thor, que pierde cualquier evolución de las películas anteriores (excepto “adelgazar”), y lo sufre Gorr, que parece sacado de otro universo.
El punto máximo de la locademización llega cuando los protagonistas, que en su mayoría están para hacer avanzar la trama y levantar centros, piden ayuda a un concilio de dioses encabezado por Zeus. El Zeus de Russell Crowe es una mezcla del personaje de John Belushi en Colegio de animales y Súper Mario. Y no lo digo como algo bueno.
Por supuesto que la película logra su cometido de entretener, tiene escenas emotivas y funciona como unidad, al tiempo que nos prepara para futuras entregas. Y por supuesto que la ametralladora de chistes funcionó mejor con gran parte de la audiencia que conmigo. Quizás si los tituladores mexicanos, que tanto daño nos han hecho, esta vez le hubieran puesto Una loca película de dioses, mi experiencia hubiera sido mejor.
Thor: amor y trueno (Thor: Love and Thunder). Dirigida por Taika Waititi. Estados Unidos-Australia, 2022. Con Chris Hemsworth, Christian Bale, Tessa Thompso, Natalie Portman, Russell Crowe. En varias salas.