Radicado en Poitiers (Francia) desde 2017, hace un tiempo Ignacio Dansilio se presentó con un conjunto de fotos nocturnas a un llamado a exposiciones de Casa Arbus –espacio que reúne la enseñanza y la difusión de la fotografía en Montevideo– y fue seleccionado. Más adelante en el proceso se sumaron Lucía Carriquiry y Andrea Conde desde Uruguay en el rol de curadoras, y armaron el recorrido. Apenas uno sube la escalera de entrada de la casa ya se cruza con las imágenes, en las que una ciudad en penumbras contrasta con el gris pálido de las paredes.

En las fotografías de Ignacio Dansilio encontramos una oscuridad que quiere tragarse todo. Las luces artificiales descubren apenas un rincón de la imagen, las formas se funden en el negro y uno debe apelar a su imaginación para completar el cuadro. Ventanas deforman y enmarcan a sujetos en tránsito por una ciudad que parece abandonada. En la noche se adivinan siluetas detrás de vidrios empañados como figuras brumosas que recuerdan a las fotografías a color de Saul Leiter. Los sujetos atraviesan ese paisaje urbano desértico en el que la atmósfera es de tensa calma, muchas veces iluminados por los tubos de la calle que dibujan líneas blancas y crean una luz fría y uniforme.

Cuando llegó la pandemia, en 2020, el confinamiento en Poitiers, la ciudad donde vivía Dansilio, fue extremo. Aprovechando que en la noche no había controles, comenzó a salir en caminatas nocturnas, después de la medianoche. Para volver a casa se encontraba eligiendo el camino más largo, y así de a poco se convirtió en un flâneur. Para testimoniar y darles sentido a sus caminatas empezó a llevar la cámara. Y se cruzó con mucha gente sola. “Ahí había personajes de todo tipo, una fauna nocturna que estaba genial para fotografiar. Pasaban cosas, había una energía especial”, recuerda hoy, desde Francia, en conversación con la diaria por Zoom.

Empezó a acumular fotos callejeras con un único criterio: que no aparecieran frente al lente ni él ni personas que conociera. Todos los sujetos que vemos en la serie son desconocidos. “El género de nuestra época es el autorretrato: hablar sobre tu cuerpo, tu rostro, tu estado de ánimo. Yo no quería que se tratara de mí sino de otra cosa”, explica.

Licenciado en Letras y actualmente cursando un doctorado en Literatura y Archivos, encontró en las imágenes una forma de narrar: “Creo que en mis fotografías hay historias, microrrelatos”. Incluso, cuando se coloca detrás de la cámara, ignora ciertos tecnicismos para priorizar un tema, hecho o persona. “Pienso más en términos narrativos, literarios, que técnicos fotográficos”, dice.

La cámara fue para él la manera de tender puentes con otros y adaptarse como uruguayo en Francia. Llegó un momento en que se volcó de lleno a la fotografía, e incluso abandonó otros intereses, como la música y la escritura. Hoy acepta la etiqueta de fotógrafo sin inconvenientes.

Tal como dice el texto curatorial que acompaña la muestra, Dansilio explora una ciudad y crea otra nueva. Su condición de extranjero le dio una perspectiva distinta para ver Poitiers, que extraña a los locales cuando miran sus fotos: “Ven la ciudad, pero parece otra. Reconocen la esquina o la fachada, pero les sorprende, porque podría ser cualquier otro lugar. Hay una mirada que desautomatiza el paisaje que ya está asimilado por la gente del lugar”.

La noche incandescente

En las fotos casi no vemos caras, y cuando aparecen están iluminadas con un resplandor teatral. La Poitiers que concibe Dansilio es una de soledad abismal: hay algo casi impersonal en las imágenes, y la ciudad se construye como un gran espacio vacío que esconde más de lo que muestra. La luz resulta fundamental: es la que modifica la arquitectura de los edificios y atraviesa puertas y ventanas que unen lo público y lo privado.

La exposición funciona como conjunto porque logra instalar una atmósfera de extrañeza y de incomunicación entre las personas. También encontramos fotos individuales, que se destacan por el uso del color. Llaman la atención la silueta de un hombre con sombrero que se recorta ante una aparente puesta de sol, la cara de una joven de ojos cerrados que inclina la cabeza hacia arriba como en un éxtasis religioso, o el pelo cobrizo de una mujer que camina con un abrigo rojo furioso mientras, por encima de su cabeza, pequeñas luces blancas salpican la oscuridad.

El misterio toma diferentes formas en sus imágenes: lo que se esconde detrás de un vidrio empañado, la cara de los sujetos que caminan de espaldas, lo que ocultan los márgenes oscuros de la imagen o se teje bajo las telas que protegen un comercio cerrado. La ciudad se configura como un lugar ruinoso que no pierde su cualidad estética. La calle, la basura, los comercios, los semáforos, la luz helada de los carteles en las paradas: todo contribuye a crear un ambiente fantasmal.

También encontramos fotos muy nítidas que permiten detenerse en detalles. Los colores fuertes y vivos como rojos, azules y amarillos se arrancan con fuerza del negro. Tanto la paleta que utiliza Dansilio como la forma sutil en que trabaja la luz contribuyen a crear esa atmósfera ajena, en la que reconocemos formas y elementos pero todo parece estar un poco corrido de la realidad.

En algunas fotografías vemos la ciudad vacía, como un esqueleto de la vida urbana, y las imágenes remiten a esas casas espectrales y nocturnas del estadounidense Todd Hido. En algunas los reflejos se empastan para crear una especie de ensoñación y en otras el sujeto aparece desamparado y solitario sobre una esquina, iluminado con precisión como en un cuadro de Edward Hopper.

Una fotografía muestra a una familia sonriente como un cartel luminoso en una parada. Detrás se elevan las paredes desprolijas de los edificios, y frente a ellos una sombra negra atraviesa el encuadre. El contraste que se crea resume la idea de desolación absoluta que permea toda la muestra y que puede quedar circulando por días en el inconsciente.

Nocturnos. Fotografías de Ignacio Dansilio. Casa Arbus (Canelones 1989). Lunes a viernes de 10.00 a 20.00. Hasta finales de agosto.