Una mezcla inusual de públicos llenó el teatro Solís el martes 26 de julio para ver la película Ida Vitale: gente del mundo de las letras, autoridades nacionales y locales, un expresidente, jóvenes cineastas que venían siguiendo el avance de la obra dentro del festival/taller DocMontevideo y, adelante y a la derecha de la sala, la mismísima poeta, homenajeada una vez más tras haber recibido casi todos los premios imaginables para una autora de estas latitudes.
El estreno, en realidad, tendrá lugar en abril de 2023, de modo que la convocatoria, los aplausos y hasta algunos aullidos que suscitó esta función anticipada –que cada cual asigne a cada quien lo que corresponda– fueron una pequeña muestra de la pertinencia de una artista que juvenilmente se aproxima a su centenario.
Montada a partir de registros fragmentarios, con un empleo tangencial del material de archivo y prescindente de una narración principal, la película desafía el horizonte de lo previsible y se acerca a las estrategias creativas de la figura que retrata. De esto conversamos con su directora, María Inés Arrillaga –integrante de la “familia extendida” de Vitale–, que debuta como realizadora con esta obra desobediente, arriesgada y salpicada de inesperado humor.
¿En qué momento decidiste la estructura que iba a tener la película? Porque es claro que no es ficción, pero tampoco documental clásico.
Hace poco volví a las primeras cosas que escribí de la película, en 2019, y vi que ya había decidido que la estructura iba a ser en capítulos. No tenía claro que iba a ser esta estructura de léxico. Fui filmándola, empezando a pensar, y seguí escribiendo. En 2020 un amigo me dio Léxico de afinidades, que en ese entonces era el último libro que ella había publicado acá. Lo abrí y en la primera página leo “Hoja de intenciones”, donde ella explica lo que va a ser el libro, y ahí se reveló la estructura. Es lo que se ve al principio, sobre que el mundo es caótico y difícilmente clasificable y que, hasta que no llegue el orden perfecto, el único posible es el alfabético. Tenía todos estos fragmentos de encuentros y momentos vividos con ella durante los últimos años, que iban a ser como pinceladas de un retrato, pero ahí vi claro que eran palabras: ella es una poeta. Pero no voy a espoilear la película.
¿Vos le propusiste hacer el juego con cartas y palabras?
Sí, en verano, hace un año más o menos. Era lo que tenía a mano. Usé unas cintas, puse todas las letras, y ella fue eligiendo palabras.
¿Tenías alguna obra como referencia?
En esta escuela que es el DocMontevideo, y también con Marta Andreu, a través de los años he visto mucho cine documental de autor, diferente a las cosas más biográficas o de “cabezas parlantes”, pero no tengo una referencia concreta. Sí referencias estéticas, como la película Una vida humilde [A Humble Life], de Aleksadr Sokurov, que es un retrato de una mujer a lo largo del tiempo, pero a nivel de estructura no tiene nada que ver. Y bueno, hay otros alfabetos, como el de Gilles Deleuze, y hay muchas películas hechas en capítulos. No creo que eso sea algo original, pero ahí encontré el retrato.
Hay un momento en el que la relación entre las palabras que dan nombre a los capítulos y lo que vemos en la pantalla se vuelve menos arbitraria, y allí también la película se acerca un poco al documental más tradicional. Además, la cámara se mueve mucho, aparecen otras voces, cuando hasta entonces la voz casi exclusiva era la de Ida Vitale.
Fue una escena que edité muchas veces y desde varios lugares, y al final el documento de lo que fue se transmitía mejor sin quitar el error. La complicidad con ella a esa altura de la película ya está afianzada, siento que a esa altura ya estoy cerca de ella, sintiendo lo que le pasa, para dónde la mueven. Me tenía que rebelar un poco.
¿Durante cuánto tiempo la acompañaste?
Como cuatro años. Empecé en 2019 con el viaje a España a recibir el premio Cervantes y antes empecé a ir a su casa con la cámara. Fue totalmente natural. Ella es actriz sin serlo, nada alteró todas las tardes que habíamos pasado hasta ese día, no cambió nada tener la cámara en el medio. Seguíamos viendo libros, abriendo cajas, tomando té, ella contando cosas de su vida.
Vos ya la conocías.
Soy nieta de grandes amigos de ella, de Carlos Maggi y María Inés Silva Vila, de la Generación del 45. Desde que nací, Ida y su marido, Enrique Fierro, están en mi vida. Eran una pareja con mucho humor. Vivían en Austin y venían los veranos acá. Yo iba mucho a la casa de mi abuelo en Las Toscas. Tuve esos encuentros desde la infancia. En 2015 la había visto por última vez hasta que ella se mudó de nuevo acá, cuando murió Enrique. A partir de ahí se volvió cotidiano el vínculo, como que las dos familias se reencontraron. Esto es muy lindo: cuando Ida se casó con su primer marido, Ángel Rama, también se casaron mis abuelos y se mudaron a una casa compartida, porque no tenían plata para alquilarse una casa cada uno. Ahí nació mi madre [Ana María], nació la hija de Ida [Amparo]. Hay una foto de mi madre bebé con las dos primeras publicaciones de mis abuelos. E Ida y Ángel vivieron lo mismo.
Hay una breve guiñada a los documentales más tradicionales, cuando ella lee una solapa de un libro con su biografía. Es el único momento en que se brindan datos, como fechas, lugares, obras. Pero parece una parodia, porque ella dice que es muy aburrido.
Fue la forma que encontré de dar, igual, cierta información. Es un poco tarde en la película. Fue totalmente espontáneo, son esas escenas que ocurren. Muchas cosas pasaron por azar. A veces el guion se iba escribiendo en el montaje, o mientras filmaba. No había algo tan determinado.
¿Cómo eligieron los fragmentos que citan gráficamente y los que ella lee?
Empecé a leerla mucho y fui eligiendo lo que más resonaba con mi sensibilidad. Elegí 20 poemas y fuimos a un estudio de grabación en Palermo. Después, en el montaje las escenas se fueron armando con el material que tenía. Estaba tan adentro que a veces filmaba ya pensando en un poema que ella me había grabado. Después hubo un trabajo colaborativo imponente. Con Inés Vázquez, que es la productora y está desde el principio. Y con Venado, que son Martín Batallés y Gabriela Costoya, que son los responsables de la parte gráfica de la película, de las palabras, de los títulos. Tuvimos un gran intercambio creativo durante las distintas versiones de la película.
En la música está Sylvia Meyer, que también es de tu familia, y Daniel Yafalián en el diseño de sonido.
Con Sylvia empezamos todo el proceso en 2020, durante la pandemia. Ella vive en un pueblito en Nueva York, yo le mandaba escenas y ella me mandaba música. Fue tremendo proceso de intercambio. Con Yafa, durante cinco semanas iba a su estudio todos los días y fue muy nutritivo, con toda su experiencia por un lado, y esto, que es mi primera película, y sin embargo tenía mucha escucha, mucho diálogo. La película se multiplicó. El sonido era muy rudimentario. Inés también hizo sonido en los viajes, o yo estaba sola con el micrófono de la cámara arriba. Fueron capas y capas que él fue agregando. La película creció un montón.
Me parece que la película muestra de una manera muy sutil la mirada de Ida Vitale sobre algunas cosas cotidianas –una araña, un calendario– que parece encontrarse por primera vez, tal vez como una niña, y uno hace la conexión con lo que eso puede decir sobre sus procesos poéticos. O sea, la película trata de mostrar cómo ve ella.
Esa es la intención, mirar a través de la cámara como mira ella, cómo poetiza la realidad. Percibí en un momento que hace aparecer las cosas con las palabras, cosas a las que no les prestás atención y de repente ella las nombra y el tiempo se pone en pausa y vive por un ratito algo que se sabe finito, pero ella lo captura y lo vive como si fuera infinito. Es increíble cómo mira. Y también su obra, hay una fusión entre su mirada, su obra y su vida. Esa cosa medio quirúrgica que tiene con la araña también está en su poesía. Cuando empecé le hice alguna entrevista a su editor, Aurelio Major, y él hablaba de que en su poesía nada sobra ni falta, que ella está buscando lo justo. Te muestra una cara, te muestra la otra, y llega a otro lado. Y es un poco así en la vida.