Tengo la costumbre de regalar a amigos y conocidos el mismo libro durante largos períodos de tiempo. El penúltimo obsequio literario recurrente fue Las orillas del mundo, de Andersen Banchero, novela que considero “la gran novela montevideana del siglo XX” y que me permite tomar una tercera vía en el banal debate entre onettianos y levrerianos. No tiene rival, se los aseguro. Pero ha sido desplazada. Cosas que pasan. Desde hace un tiempo no se trata de una novela, sino de un pack de novelas siglo XXI, todas ellas uruguayas, de una obra consistente, muy pero muy entretenida. Todo empezó con la lectura de Washed Tombs (2017), lo primero que leí de Mercedes Estramil. Me lancé después por novelas anteriores como Irreversible (2010), que me gustó aún más, y luego coincidió el lanzamiento de Mordida (2019), novela que me gustó aún más, y cuando creí que se trataba de una trilogía imbatible se me cruzó una cuarta novela, Hispania Help, que me gustó aún más, y no tiene sentido hablar de tetralogía ni de estrategias literarias en ese plano, porque si bien hay un pulso on the road en todas ellas, lo que hay son historias que se abren inesperadas y tortuosas, que son las que me gustan y me recuerdan a una máquina de ficcionar extraviada como la de César Aira, mezclada, en el “caso Estramil”, con el tono enrarecido de las películas de David Lynch.

Después de entrevistar para la diaria a una decena de escritoras, todas clase A, en su mayoría feministas y entusiastas por contaminar sus escrituras con una perspectiva de género y de visibilizar lo que no era dado contar en otros tiempos y contextos, la editora me pide un reportaje largo con Mercedes Estramil. No sabe de mi adicción a su narrativa. Tampoco sabe que de modo similar a lo que ocurre con la voz disidente de Ariana Harwicz, una de mis gloriosas entrevistadas, Estramil rechaza la idea de una literatura con perspectiva de género. Si en el caso de la uruguaya esto la ha llevado a ubicarse en un silencio incómodo del tipo “mientras tanto/ miro la vida pasar” (¡qué grato meter una cita de una canción de Fangoria en este artículo!), la argentina Harwicz se pelea públicamente en publicaciones, artículos y la red social Twitter poniendo en ridículo algunos argumentos superficiales sobre lenguaje inclusivo, literatura de género y otros temas que no pueden ser tomados a la ligera ni mucho menos como manuales de uso hegemónicos.

No quiero evadir ese tema y tampoco otros en la entrevista con Estramil, con quien apenas nos cruzamos un par de veces en nuestras vidas pese a compartir vivencias en una ciudad más o menos aldeana como Montevideo: la primera fue en la Feria del Libro de Buenos Aires de 2018 (por cierto, hablamos de Banchero y yo ya había leído Washed Tombs) y la segunda vez fue este año en Piriápolis.

Le propongo a Estramil hacer una entrevista como si fuera una partida de ajedrez por correspondencia (jugada por jugada, pregunta por pregunta), mientras voy leyendo Iris Play recargado (2022), la reedición de Iris Play (2016), que más que una colección de columnas, que es su estructura original y planteo aparente, es una novela confesional de una escritora que se parece demasiado a ella, o por lo menos eso es lo que me parece a mí como lector.

Estramil fue, en definitiva, quien puso punto de partida a esta insensata conversación (editada, por supuesto, porque no se trata de entrar en las variantes posibles y desvíos, eso sería una novela, sino de documentar una conversación como si fuera una partida de ajedrez, en definitiva una estructura con apertura, desarrollo y final).

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Mercedes Estramil.

Mercedes Estramil.

Foto: s/d de autor

Mercedes Estramil: Mirá qué cosa loca te voy a preguntar... porque se me ocurre que estás en un lugar de trabajo desde el que podés tener información: necesito un mapa donde se consigne el viejo trazado de los ferrocarriles en el interior de Uruguay. Todavía no sé si los quiero sólo por paseo o también por literatura, pero ya lo averiguaré. El sábado me fui a Ombúes de Lavalle y dando vueltas llegué a Juan Jackson, un pueblito perdido en la frontera Colonia-Soriano, y me di cuenta de que quiero conocer más pueblos de esos, pero en mapas comunes no aparecen. ¿Me podrás sugerir dónde buscar?

Gabriel Peveroni: Me parece que tendrías que escribirle a gente relacionada con museos del ferrocarril (adjunto link), que ellos pueden tener mapas, acceso a ellos, o incluso pueden decirte dónde podés fotografiar algunos mapas viejos. De hecho, el año pasado estuve en Mal Abrigo y había unos mapas increíbles con todas las estaciones conectadas a las líneas que llegaban hasta esa estación. Te paso un mapa, el mejor que encontré en una búsqueda rápida. Al ampliarlo encontrás estaciones, y después supongo que mirando en mapas actuales podés chequear esos lugares. Para eso, también podés chequear el mapa del servicio geográfico del Ejército (adjunto link), que tiene las redes actuales y es mejor que el Maps de Google.

Mercedes Estramil: ¡Era algo así como ese mapa lo que estaba buscando! Fíjate que ahí justo aparece Jackson y hay cuatro casas locas. En Mal Abrigo estuve y un cartel dice que fue premio 2015 a localidad turística (WTF!). Pero pasé un sábado y no se me ocurrió indagar, porque la idea de recorrer estaciones me vino después. Incluso cuando pasamos por Jackson pensé que era de Colonia y es de Soriano. Mil gracias por el mapa y por las direcciones (voy a consultar). Mirá si sale un off rail en forma de novela...

Gabriel Peveroni: Pensé en eso, en que escribieras una novela sobre vías abandonadas. Hay ciudades como Dallas que han sustituido vías abandonadas por largas ciclovías turísticas (acá en Uruguay no tendría mucho sentido, salvo la que va de Empalme Olmos al este). Buenísimo que te sirva, y espero esa novela. ¿Vas a editar o reeditar algo este año? El otro día me comprometí a que este año te iba a entrevistar. Y necesito saber si estás preparando algo. Si no es así, la hacemos igual, y me vas contando de tus viajes... o de lo que quieras.

Mercedes Estramil: Me encanta la idea. Lo que hice este año fue reeditar Iris Play y sumarle cuatro capítulos, producto de cosas vividas o más bien “moridas”. A veces la literatura es una barométrica oportuna, ¿viste? Tengo una novela en la cabeza pero estoy enfrascada en las clases. Pensar que a los veinte años decía que en la puta vida iba a dar clases... No está bien, es como una trampa, espero poder verlo en breve (tiene que ser en breve) para sacar material y pasar de eso. El problema es que también me gusta y sobre todo paga más que escribir. Esa novela que tengo en la cabeza tiene que ver con el afuera de Montevideo... eso siempre. Y sí, viajar me copa, hablamos de eso en el viaje a Piriapolis, ¿te acordás? Ah, estuve viendo bicis, informándome de marcas y precios. Velocidades, discos de freno, tipos de asiento. Rodados. Todo un mundo. Ahora me voy a clases, pero después la seguimos.

Gabriel Peveroni: Hoy pasé a buscar un ejemplar de Iris Play recargado y lo empecé a leer. ¿Qué tipo de personaje es Iris? ¿Cuánto oficia de álter ego y al mismo tiempo te interpela? Lo siento en primera instancia como algo que en algún momento se desmadró, que empezó como un juego y termina en algo serio. ¿Cómo lo sentís vos?

Mercedes Estramil: Iris Play empezó como una columna de lo que yo quisiera, propuesta por Victoria Melián y Juan Andrés Ferreira para la revista Bla. Se me ocurrió titular la columna “Decomiso de aduana”, un container de cosas olvidadas, de fraudes, de quejas, de insatisfacción, un basurero, y a cada ingreso ponerle un título, y se me ocurrió crear un personaje (Iris), que lo tomé de un viejo correo que yo usaba para chivear. La primera entrada fue “Prospecto adjunto” y la pensé un día en Playa Honda (yo le llamo Honda Beach, por ese amor a la patria de un idioma que nunca aprendí, y como sólo se puede amar lo que no se conoce, por eso). De eso me acuerdo clarito, de estar en la arena tomando sol y pensando en eso. Ya no me acuerdo cómo la armé, si me salió de una o no, pero la idea era que nunca leemos el prospecto, no vemos la letra chica y por eso somos sistemáticamente engañados... pero tampoco mostramos la letra chica (en caso de que tengamos algo para vender). Así que vamos por la vida como si fuera un juego, y lo es, pero un juego muy serio. Es “La lotería”, de Shirley Jackson. Mientras todo va bien es un juego, pero cuando se tuerce es una tragedia.

Gabriel Peveroni: Dice Iris en “Prospecto adjunto” que a la literatura se llega, como a tantas otras cosas, “por descarte, desesperación, soledad y miedo”. ¿Cuál o cuáles corresponden a “Estramil Play”? ¿Se agrega algún otro síntoma?

Mercedes Estramil.

Mercedes Estramil.

Foto: s/d de autor

Mercedes Estramil: Todas para Estramil, para Iris y para cualquier otro escritor, me parece. Entendiendo que “descarte” incluye una lista de rechazos que primero parecen caprichosos pero un día se te revelan como providenciales; que “desesperación” es la consecuencia de confundir el reloj con el sentido; que “soledad” no es la ausencia de compañía sino la necesidad de ella. Y bueno, creo que con el “miedo” me quedé corta, debí poner “terror”. En el momento en que lo escribí pensaba que la literatura iba a ser un refugio... Y si hay que agregar, se agregan ira, ambición, trauma, anhelo de belleza... Y podría seguir agregando.

Gabriel Peveroni: Me gustaría proponerte un paseo por tus on the road, por los paisajes de cada novela, y también por los paisajes de tu vida. Nuevo París en principio, en Washed Tombs.

Mercedes Estramil: Dale, hacemos el paseo cuando quieras. New Paris (digo Nuevo París y me viene una tristeza) era un paraíso cuando mis padres se mudaron. Yo tenía cuatro años. Ellos y mi hermano hicieron un chalet de tejas (la casa de Hispania Help), al fondo había un pantano y muchas víboras. Me cansé de matarlas con algunas de las herramientas de mi padre (azada, hacha, rastrillo, lo que viniera). Había árboles y mucha quinta. Enfrente había un cante, venían a pedir hielo e higos, siempre les dábamos. Mamá era modista y los vecinos le traían trabajo. Con el tiempo todo se pudrió. El pantano se secó (creo que fue una empresa que compró el predio, o lo ocupó, no sé). Se instaló otro cante al lado de la casa, ese sí, pesado, empezaron los robos, no podías dejar nada afuera, ni leña, ni garrafas, ni al gato, robaban hasta las macetas con plantas. A veces paso por ahí, pa’ sufrir nomás. La casa está pero no la reconozco como mi casa ni como mi pasado. Es como si a una cara le hubieran hecho un millón de injertos, ya no es Ingall’s House.

Gabriel Peveroni: Releyendo lo que escribí en un blog sobre Washed Tombs, la novela newparisina, encuentro un párrafo que me gustaría traer ahora en este intercambio: “En tiempos literarios como los actuales, contaminados por la moda de la autoficción, se hace difícil escapar a la tentación de indagar en la relación entre un autor y el personaje principal de su última novela. En el caso de esta novela, tal presunción es en principio irrelevante, de modo que lo indicado parece ser preguntarle a la autora cómo fue que se lanzó a este juego, porque en esencia eso es lo que es la novela, más allá de los simbolismos (o espejos) que puedan dispararse”... O sea, quiero que me cuentes de esa pregunta que planteo.

Mercedes Estramil: Me lancé a escribirla cuando me di cuenta de que precisaba sanar de esa herida (narcisista, si querés). Es el verso de Anne Sexton combinado con una experiencia. No me da miedo el término autoficción, excepto porque se antepone el auto a la ficción, y en mi caso creo que la ficción predomina, pero lo mismo me equivoco, no sé. Y tampoco me preocupa cuánto porcentaje de mí hay o no hay en Jenny o en Iris o Tamara, o en cualquier otro personaje. Es un error creer que sólo ponemos de nosotros en personajes del mismo sexo, género, edad, profesión, nacionalidad, etcétera. En el juego de crear un personaje se toma de todas partes y se fragmenta todo y se vuelve a unir diferente hasta obtener la criatura deseada.

Gabriel Peveroni: ¿La sentís como tu novela más montevideana? Pienso en términos estrictamente geográficos, porque en cuanto lo geográfico-emocional la ciudad siempre es parte esencial de tus novelas.

Mercedes Estramil: En términos geográficos, sí lo es. En Hispania Help hay un Montevideo más pensado y criticado tal vez, pero no tan vivido. Es así: me crié en New Paris, conozco Carrasco, vivo en el Centro; es un perfecto triángulo escaleno, ¿no?

Gabriel Peveroni: ¿Un tema que no quieras tratar en esta entrevista?

Mercedes Estramil: Sé que si te menciono uno interdicto, darás las vueltas caninas que tengas que dar para sacar una respuesta. Yo lo haría. Así que no, ninguno.

Gabriel Peveroni: Bueno, daré mi primera vuelta canina (y puedo errarle), y me voy directo a qué pensás de la perspectiva de género en la literatura. Porque presiento que estás más cercana a la postura de Ariana Harwicz que a otras escritoras. ¿Es complicado disentir respecto de este tema en este tiempo y contexto?

Mercedes Estramil: Jaja, ¡sabía que ibas a dar esas vueltas! No es complicado disentir si el disenso no traspasa lo privado. Por eso no tengo redes. No me interesa disentir sabiendo que ni yo cambiaré mi postura ni los demás la suya. Es una contienda inútil, desgastante. Lo veo en muchas personas que aprecio y se enzarzan en discusiones que no van a ninguna parte con gente que ni conocen. Creo que es algo enfermizo, dañino. Es mejor salir a caminar. Los pensamientos expresados no deberían estar sujetos a que alguien te diga lo que está bien o mal pensar. ¿Está mal para quién? ¿Está bien para quién? Coincido con Harwicz en varias cosas, sí. Creo que escribir desde y sobre todo para la ideología es un error y un atentado contra el arte. Puede dar dividendos extraartísticos, no tengo duda, pero a la obra en sí no la beneficia. Si era buena seguirá siéndolo y si era mala también. Sí, ya sé que eso de “buena” y “mala” también está en entredicho. Deberían entonces –lo digo con ironía– abolirse los concursos. Y bueno, digamos que escribir con una agenda (de género o de lo que sea) me parece empobrecer, restringir, censurar. Las únicas reglas que sigo son las de la RAE (y hasta ahí). No me guía ni me limita una perspectiva de género al escribir, al menos no consciente ni voluntariamente. Y cuando veo que todo empieza a mirarse desde ese lente me pregunto por cuánto tiempo, porque la gente cada vez se aburre más pronto de las cosas y además le tiene miedo al aburrimiento. Así que sólo resta tiempo para que todo gire de nuevo 180°.

Gabriel Peveroni: Sigo leyendo Iris Play recargado. Siento como lector que Iris se acerca mucho a Mercedes, aunque posiblemente no y sea sólo un juego. Pero la estoy leyendo como novela, no me puedo escapar de eso.

Mercedes Estramil: Bueno, yo nunca pensé Iris Play como novela. Me ceñí a lo de hacer una columna con base en ese personaje que es Iris, pero tratando de darle una continuidad biográfica (autobiográfica sólo por momentos, en lo que me interesaba decir como código interno, como cifra oculta, legible sólo para mí y determinadas personas).

Gabriel Peveroni: ¿Por qué decidiste comprarte una camioneta y qué tipos de viajes te permite hacer?

Mercedes Estamil.

Mercedes Estamil.

Foto: s/d de autor

Mercedes Estramil: Me compré una camioneta por varias razones: porque sí (que es la razón fundamental por la que uno hace lo que quiere hacer, aunque esgrima otras), porque mi padre decía que una persona tiene que tener auto antes que casa, porque me encanta el cine de carreteras, y porque el servicio de ómnibus de acá, para lo que yo quiero recorrer, es pésimo. Me permite viajar al interior, al campo, a caminos de ripio, a estaciones abandonadas del tren, a playas donde no va nadie. Me permite “perderme” geográficamente, el sueño de todo escritor, o en todo caso el mío.

Gabriel Peveroni: ¿Qué diferencias hay o no entre un viaje y una novela?

Mercedes Estramil: Entre un viaje y una novela la diferencia es que en la segunda no te sacan la libreta por mandarte una cagada (para muestra el mundo, ¿no?). En la novela también pagás peajes, sin embargo, y gastás mucho combustible (más que en un viaje). Me gustó la pregunta. En los dos te movés, en los dos hay aventura, riesgo, placer, temor y desafío.

Gabriel Peveroni: ¿Cuándo empezaste a escribir, o mejor dicho, cuándo tomaste conciencia de que escribir te iba a acompañar toda la vida?

Mercedes Estramil: ¿Me va a acompañar toda la vida la escritura? Yo qué sé. Ojalá. Tomé conciencia cuando Hispania Help. En Rojo (1996), mi primer libro, no pensaba todavía que ese iba a ser mi norte, mi sur, mi este y mi oeste (perdón, Auden). Menos mal que aclaraste en la pregunta, porque si no te respondía que empecé en la escuela, como casi todo el mundo.

Gabriel Peveroni: Desde que empezamos la conversación tengo claro que hiciste algunos viajes. ¿Cuál fue el último que hiciste y qué sorpresa te llevaste?

Mercedes Estramil: A ver... la vez pasada fui a dar vueltas por la ruta 7 hasta Sarandí del Yi, y a la vuelta, como me encanta perderme por caminos de ripio, vimos una entrada hacia San Pedro de Timote y la agarré. Pero era puro pozo, así que como no era la idea pasar la noche en una ruta solitaria esperando al Automóvil Club, di vuelta, y terminé dando en un pueblo, Cerro Colorado, y justo estaban con los Fuegos de San Juan. Hacía un frío de mil demonios pero pintó quedarse, comer tortas fritas y pararse al lado de las fogatas. Fue como un destino, porque al comienzo del viaje habíamos estado en una parada donde se hablaba de la Ruta de los Jesuitas, y así, sin quererlo, terminamos descubriendo lugares históricos, graserías jesuíticas, capillas.

Gabriel Peveroni: La última pregunta: ¿qué libro de autor uruguayo regalarías en este momento a tus amigos y conocidos?

Mercedes Estramil: Les regalaría Imantada, de Aldo Mazzucchelli. Alguno que no tuviera estufa a leña me lo devolvería por la cabeza, otros lo leerían y bien que lo disfrutarían a escondidas, y una minoría se animaría a discutirlo.