No tardamos demasiado en darnos cuenta de que Ladybug (el personaje interpretado por Brad Pitt) no es el único criminal con una misión a bordo del Tokaido Shinkansen, el tren de alta velocidad que va de Tokio a Kioto. Son varios, cada cual con un propósito que, de alguna manera, interfiere con el de los demás. Hay muy pocos pasajeros “comunes” que no sean superladrones o superasesinos, y los pocos que vemos desempeñan, casi todos, alguna función involuntaria en la trama. Aun los personajes que tienen una participación mínima son cameos de actores famosos. Esa casi ausencia de “extras” es uno de varios elementos de la expresa artificialidad de esta película. La coincidencia excesiva de la copresencia de tantos criminales se puede tomar como parte del tono farsesco, pero luego veremos que la cosa es más compleja: todo era parte de un plan. Sigue siendo farsesco, pero la cosa no viene por el lado de la coincidencia sino de una causalidad “excesiva” derivada de un plan súper retorcido emprendido por un supercriminal que parece dominar el submundo japonés y tener secuaces por doquier.
El tren bala lleva menos de dos horas entre Tokio y Kioto, con lo cual, a partir del embarque, la acción transcurre casi a tiempo real. Durante esas casi dos horas no sólo tendremos una cantidad poco habitual de acción, sino, además, sorpresas y vueltas de tuerca varias, entre un cúmulo de situaciones insólitas y bizarras.
El tono tiene mucho de Tarantino, sobre todo el de Kill Bill (2003 y 2004). Está plagado de citas cinematográficas setentosas (Ladybug caminando rítmicamente por Tokio al sonido de “Staying Alive” —referencia a Fiebre de sábado a la noche—; un intento de clavar un cuchillo en la mano de una persona que está en un mostrador, a la manera del asesinato de Luca Brasi en El padrino). Muere un montón de gente en formas muy violentas, y la violencia es gráfica y explícita, pero el tono chistoso, las canciones pop que rellenan la banda sonora, las maneras insólitas por las que los personajes que más nos importan se escapan por un tris de los mayores peligros, la intervención de factores como la mala suerte de Ladybug o la buena suerte de Prince, todo eso contribuye a una cierta distancia como para que la violencia no duela en el espectador, que quede nomás como un factor de humor negro, uno que no llega a ser revulsivo.
Las citas, las hipérboles y la concentración absurda de coincidencias son parte de ese mundo como de dibujo animado. No hay ningún personaje que tenga un nombre normal: Ladybug (Vaquita de San Antonio), Maria Beetle (María Escarabajo), White Death (Muerte Blanca, a quien Ladybug se dirige como Mr. Death). El asesino colombiano conocido como Wolf (Lobo) aúlla, y la asesina conocida como Hornet (Avispa) mata gente inyectándole un veneno letal con una jeringa. Prince (Príncipe) es, curiosamente, una muchacha, y es quizá el personaje más impiadoso de todos, aunque usa un peinado de liceal inocente y un vestido rosadito. Lemon y Tangerine (Limón y Tangerina) son dos mellizos, uno blanco y flaco y el otro negro y gordo. Aparte de todo eso, todavía hay, suelta a bordo del tren, una culebra boomslang (bicho archivenenoso).
Esos rasgos de historieta cómica se potencian con un estilo que constantemente llama la atención sobre sí mismo. Eso se da con los ángulos estrafalarios (una botella rodando por el piso, pero que vemos en vertical, con el piso como si fuera una pared), en los movimientos de cámara insólitos, en el visual colorinche (luces de neón rosadas y violetas), en la sincronización coreográfica de algunas peleas con algunas canciones —a la manera de Baby Driver—. Cada personaje es presentado con un cartel bilingüe (inglés y japonés). Cada referencia a un hecho anterior que importa fijar en la conciencia del espectador está acompañado de un flashback ilustrativo, que contiene más hipérboles. Esa presencia alevosa de una entidad narrativa nos acerca a la situación de tener a alguien personalizado contándonos la historia que estamos viendo, aun si no está el recurso más habitual, a tal efecto, que es el de la voz over. Por ejemplo, la acción a veces se corta para dar lugar a una explicación que conecta dos cosas que no sospechábamos que tenían que ver una con otra, o nos muestra las etapas que llevaron de tal situación a tal otra, en forma análoga a cuando, en un cuento oral, el narrador dice “pero lo que no te dije todavía es que esa botella de agua es precisamente la misma que, una hora antes...”.
Probablemente la principal diferencia entre el efecto de Kill Bill y el de Tren bala está en el hecho de que la obra de Tarantino era un homenaje a un cine entonces muy devaluado (el cine grindhouse, de explotación barata, y la confluencia de producciones de explotación asiáticas, italianas e independientes estadounidenses), mientras que esta navega en ese menjunje ya elevado a una posición de prestigio entre cultores ambientados. Por supuesto, es más derivativo, menos fresco, no es descubrir el encanto de un determinado barcito y contribuir a ponerlo de moda, sino sencillamente frecuentarlo luego de que se convirtió en un punto de encuentro del jet set y está en su auge. Lo cual, por supuesto, no tiene nada de malo, y menos cuando está realizado con tanta pericia y gracia, con un reparto tan bueno y con esa carga (casi sobrecarga) de ingenio.
Tren bala (Bullet Train). Dirigida por David Leitch. Estados Unidos, 2022. Basada en el libro de Kotaro Isaka. Con Brad Pitt, Brian Tyree Henry, Joey King. En varias salas.