La premisa es infantil: los de la NASA la erraron cuando hicieron el primer módulo lunar, y les quedó demasiado chico. Como consecuencia, necesitan a un niño con talento para las ciencias y buena condición física para pilotearlo en una misión lunar secreta. Así que, aunque no consta en los registros históricos ni en la memoria colectiva, el pequeño Stan fue el primer humano en pisar la Luna, días antes del histórico 20 de julio de 1969 en que Neil Armstrong dio su pequeño paso para un hombre, gran paso para la humanidad. El “10 ½” del título refiere doblemente a que es una misión no numerada entre la Apollo 10 y la Apollo 11, y también a la probable edad de Stan.
Pese a la premisa y al hecho de que es una película de animación, no se trata de una obra para niños. No tiene nada que se considere desaconsejable para menores, pero no tiene los ingredientes que suelen atraer a los niños. Establecida la premisa en los primeros cinco minutos, la abandona en los siguientes 50, dedicados a una crónica sin hilo conductor narrativo sobre cómo era ser un niño en 1969 en una familia de clase media de un suburbio de Houston, Texas. Es una delicia para quienes tengan recuerdos de ese momento (yo, que tenía ocho en aquel entonces, doy fe), y supongo que será muy curiosa y vívida para quienes, sin llegar a tenerlos, estén equipados con los datos culturales básicos.
Hay un armado complejo y denso entre la subnarración en voz over, los diálogos, un montaje bastante veloz, información escrita y muchas canciones de la época (Donovan, Creedence Clearwater Revival, Canned Heat, Herb Alpert, The Byrds, Vanilla Fudge, Pink Floyd y muchos más). Se supone que la voz subnarradora es la del Stan adulto, y se trata de un texto redactado con agudeza y dicho por el espectacular Jack Black. Siendo así, la perspectiva es simultáneamente infantil (referida al tiempo vivido en 1969) y adulta (la rememoración actual), lo que permite, incluso, conceptualizar diferencias con el ahora. El recuento incluye todo lo que es evidente. La carrera espacial está al frente, especialmente presente para un niño de Houston, sede de la Space City, es decir, el centro de entrenamiento de astronautas de la NASA. Está también la guerra de Vietnam, la Guerra Fría, los jipis, las series de televisión, las películas (2001: Odisea espacial a la cabeza), los drive-ins. Hay también una serie de detalles más sutiles, como los descuidos con la seguridad cotidiana, la ubicuidad de los castigos físicos a los niños, las perspectivas apocalípticas referidas al incremento de la población mundial y la polución, las cachadas telefónicas, las diferencias entre el pop pueril de The Monkees y el gusto de la hermana mayor por Joni Mitchell y Janis Joplin.
El adjetivo que más se viene asociando a la película es nostálgica. Si hay algo que se añora en esta obra es la infancia en sí, sobre todo una como la de Stan, en un entorno estable y seguro, con pila de tiempo para jugar, imaginar y curiosear. La época está abordada en forma crítica hacia el conservadurismo de derecha y simpática hacia las utopías rebeldes, sin privarse de ironías hacia la contracultura ni de cierto afecto por la mayoría silenciosa y el “sentido común” de entonces.
Recién en la segunda mitad de la película retomamos el hilo de la misión Apollo 10 ½, mostrada de una manera que sugiere que se trata de una fantasía de Stan y entremezclada con el seguimiento televisivo de la Apollo 11. No hay nada que no hubiera funcionado como live action, y Linklater contó que la idea inicial era hacerla así. Luego, según dice, consideró que la animación la haría más juguetona. Sospecho que la opción por la animación tuvo una motivación presupuestal. Si bien una animación a la manera de Disney o Pixar puede resultar más cara que una película live action, aquí se adoptó un procedimiento similar al de la rotoscopía, es decir, se filma a los actores y luego se dibuja sobre sus imágenes filmadas. Todo lo que tiene que ver con los movimientos de los cuerpos humanos, sus giros y cambios de ángulo, se vuelca con una precisión que sólo se puede igualar mediante costosos sistemas de animación digital tridimensional, y ni siquiera esta es capaz de igualar la expresión facial y corporal de los muy buenos actores del reparto dirigidos con la habilidad de Linklater. Por otro lado, todos los paisajes, las escenografías y los vestuarios son dibujados, lo que permite la máxima precisión en lo referido a la reconstrucción de época sin tener que maquillar calles enteras o hacerse de autos y otros objetos vintage. La textura se parece mucho más a un dibujito animado que a la imagen casi fotográfica de la animación por computadora que actualmente predomina. Hay muy pocas instancias de manipulación tridimensional de los fondos: los movimientos de encuadre, que son muy pocos, son casi siempre desplazamientos laterales por un fondo pintado. Los sombreados se hacen con dos o tres gradaciones netamente diferenciadas, como en los animés. La textura termina siendo una preciosa mezcla de rusticidad y detallismo, artificio y naturalismo. Incluso, en algunos casos, me da la impresión de que los realizadores eligieron expresamente algunos recursos torpes (el borroneo digital de algunas imágenes para simular los desenfoques, sea por distancia focal o por movimiento) para mantener cierta consistencia low tech.
Por algún motivo, esta película fue bastante maltratada por la industria. La producción fue comprada por Netflix, pero la empresa escatimó el tratamiento que suele otorgar a sus producciones de prestigio (lo cual, para Netflix, no quiere decir ser dirigida por un gran director como Linklater sino, por ejemplo, tener a Adam Driver en el reparto). Por otro lado, la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas, que otorga los Oscar, la consideró inelegible en la categoría Animación debido a que los movimientos fueron originados por actores, privándola así de oportunidades en el terreno en el que tendría más chances de llamar la atención —un criterio absurdo y que suena a boicot, que excluiría de la historia de la animación, por ejemplo, a Max Fleischer, inventor de la rotoscopía—.
Todo eso es muy injusto con esta película entrañable, inteligente, divertida y realizada con enorme talento.
Apolo 10 ½: una infancia especial, dirigida por Richard Linklater. Animación. Estados Unidos, 2022. Netflix.