Programadas en las salas, exhibidas en festivales, disponibles en plataformas, las películas de 2022 no sólo fueron muchas, sino que parecieron multiplicarse al ritmo de las cada vez más variadas formas de acceder a ellas. Para recordar algunos de los títulos del año, les pedimos a los críticos de la diaria que nos contaran qué les gustó más de lo mucho que pudieron ver y comentar en estas páginas.
Agustín Acevedo Kanopa
Sexo desafortunado o porno loco (Radu Jude)
Iconoclasta, incendiario y grotesco, el rumano Radu Jude se ha consolidado como uno de los máximos comentadores de los tiempos actuales. Sexo desafortunado o porno loco es una película que aprovecha un caso trivial (una profesora que, tras filtrársele un video íntimo realizado con su amante, es denunciada por el consejo de padres de su colegio) para poner sobre la mesa de disecciones a toda la sociedad rumana: sus vilezas, sus contradicciones y el potencial ígneo de su bizarrez y rebeldía. En el año de la muerte de Jean-Luc Godard, cada vez más se solidifica el papel del rumano como su más firme sucesor.
Drive my Car (Ryusuke Hamaguchi)
Las historias occidentales siempre fueron sobre la verdad que aparece tras la subversión del contrato social, mientras que las orientales son sobre las verdades que subyacen en esos contratos sociales. Así, Drive my Car nunca podría haberse filmado en un lugar que no fuese Japón, pero su alegato sobre el duelo y la posibilidad de un auténtico contacto entre seres humanos es tan fuerte que la vuelve completamente universal. De más de tres horas de duración, uno atraviesa el film sin darse cuenta, como en la velocidad crucero de aquel hermoso Saab 900 turbo rojo en que es transportado el protagonista.
Quién lo impide (Jonás Trueba)
Es cierto que no formó parte de la cartelera uruguaya oficial, pero el gigantesco tour de force de 220 minutos de Jonás Trueba (exhibido en el marco del Festival Internacional de Cine de Cinemateca) fue una de las más indelebles experiencias cinematográficas del año. Armada como tres capítulos/películas entrelazadas, Quién lo impide adquiere diversas formas y estilos, pero en el juego metacinematográfico entre el documental y la ficción logra tomar una instantánea –pero en un formato de panorámica total y vastísima– de lo que significa ser joven hoy en día. Una película monumental y a la vez hipernatural, que dialoga con esa otra obra descomunal de generaciones que es El año del descubrimiento (Luis López Carrasco, 2020).
La peor persona del mundo (Joachim Trier)
Joachim Trier tiene una particular habilidad para entremezclar en sus films la alta literatura con la vida cotidiana. A diferencia de directores en cuya obra lo literario (tanto la literatura en sí como su contexto social) parece trucho y las vidas retratadas parecen arquetípicas y prefabricadas, sus films, y en especial este último, logran conjugar una pluma sólida con vidas llenas de claroscuros, callejones sin salida e incongruencias, sin juzgarlas, simplemente dejándolas ahí para que las acompañemos. Sólo Claude Sautet había logrado dar con personajes tan fallidos y a la vez queribles como los que pueblan este film.
Bosco (Alicia Cano)
En un entorno que adolece de la falta de verdaderos eventos, la reproducción de Bosco en cartel durante meses fue un extraño hito para el cine documental de nuestro país. Gran parte de los uruguayos tenemos ancestros europeos, provenientes de distantes pueblos de Europa, pero Alicia Cano trasciende ese cliché para dar con un auténtico retrato del recuerdo y de cómo se reorganizan las emociones cuando los sustratos físicos de los lugares, los objetos y las personas que formaron parte de un pasado en común comienzan a desaparecer.
Ignacio Alcuri
Todo en todas partes al mismo tiempo (Dan Kwan y Daniel Scheinert)
El concepto de multiversos es una constante en las historietas de superhéroes desde hace décadas, pero recién en los últimos meses llegó al cine de la tímida mano de Doctor Strange. Sin embargo, la película que mejor utilizó este concepto es un drama familiar, centrado en la propietaria de un lavadero y sus problemas económicos. Esta historia chiquita, sensible, bilingüe, comienza a ser refractada mediante saltos dimensionales y se vuelve al mismo tiempo una aventura de ciencia ficción, una comedia delirante y una experimentación surrealista. Lo que la vuelve la mejor película del año es que nunca olvida su centro: la familia y las lecciones que aprendemos por el camino. Que haya personas con dedos de salchicha es la mostaza sobre el pancho.
Batman (Matt Reeves)
En la mente de cada uno de nosotros hay un Batman ideal. Para muchos podrá ser el de Adam West, con un cuerpo real y aptitud para la danza. Para otros será el que controlan en los videojuegos, siempre dispuesto a hacer un combo de golpes si se pulsan las teclas correctas. El que llevó Matt Reeves al cine tiene mucho del mío: oscuro, obsesionado, pero que sabe trabajar en equipo. Hábil y con ansias detectivescas, sin ser esa mezcla de James Bond y Sherlock Holmes que a veces nos muestran las historietas. Además, Reeves no está atrapado por una narrativa más grande, así que puede darse el lujo de contar su propia historia y hasta de hacer cine. Le sobra Alfred, pero todo lo demás está divino y se ve divino.
RRR (SS Rajamouli)
En las listas caprichosas que apelan a la subjetividad y a la memoria emotiva corren con ventaja aquellos elementos que innovan o que no están tan presentes en el consumo del memorioso. El cine de India tiene una larga tradición de aventuras bombásticas (no es juego de palabras con Bombay) y Netflix trajo en 2021 el ejemplo perfecto, que te mantendrá unas tres horitas pegado al sillón. Con la vida de dos revolucionarios como punto de partida, se construye una epopeya imposible que incluye escenas de acción que le patean el trasero a Hollywood y escenas de baile que te hacen mover la patita, salvo que estés clínicamente muerto. Los dos protagonistas del bromance del año tienen carisma como para llenar un camión cisterna. Es imposible no quererlos.
Pinocho de Guillermo del Toro (Guillermo del Toro)
Como los protagonistas de una comedia romántica que estaban destinados a encontrarse: así son Pinocho y Guillermo del Toro. El cuento de Carlo Collodi sobre el muñeco de madera que cobra vida resultó perfecto para la sensibilidad del director mexicano, que adora contar historias de personajes inocentes revolviéndose en circunstancias oscuras. ¿Y qué más oscuras que el ascenso del fascismo en Italia? Esta bellísima animación cuadro a cuadro no solamente comienza con el hijo de Gepetto vivo (lo cual vuelve su dolor mucho más tangible), sino que tiene a Pinocho cantando y bailando para Mussolini, y luego integrando las juventudes fascistas. Netflix la recomienda para niños, pero yo no los dejaría solos frente al televisor.
El empleado y el patrón (Manuel Nieto Zas)
Lo mejor del cine uruguayo en el año que pasó llegó de la mano de una historia sencilla, que combate la previsibilidad con corazón y resuelve bien los momentos de acción que son necesarios para que avance la trama. Una trama que sigue en paralelo a los de arriba y los de abajo, que son al mismo tiempo hijos (y herederos) y padres preocupados por su descendencia. La grieta se abre con ritmo calmo pero al mismo tiempo imparable, con luces y sombras de ambos lados. Y el director y guionista nos recuerda que las historias sencillas no tienen por qué resultar sencillas de digerir.
Guilherme de Alencar Pinto
Argentina, 1985 (Santiago Mitre)
Este tratamiento ficcionalizado del Juicio a las Juntas de la última dictadura argentina está narrado desde los puntos de vista del fiscal Julio Strassera y su adjunto Luis Moreno Ocampo. Toda la carga emotiva inherente al cine de tribunales a la Hollywood está puesta al servicio de una postura decidida con respecto a los hechos, una que asume las conclusiones lógicas de la confrontación de lo ocurrido con los principios de justicia, democracia y derechos humanos. La película contó con recursos económicos excepcionales para una realización latinoamericana, y además fue concebida y realizada por un equipo formidable. Sin quitarle peso a su asunto, se aparta de la solemnidad que vino cercando tantas películas basadas en hechos reales para impregnarse de una profunda argentinidad que se traduce en humor, irreverencia, valorización de la camaradería y la amistad y alguna pizca de sentimentalismo.
Sexo desafortunado y porno loco (Radu Jude)
Una profesora de liceo tiene la mala suerte de que se viralice un video doméstico de sexo explícito del que es coprotagonista. Para colmo de males, la reacción moralista de algunos de los padres de sus alumnos amenaza su puesto de trabajo. La sinopsis anecdótica ni siquiera empieza a dar una idea del tono anárquico y cáustico de esta película, que se manifiesta, entre otras cosas, en una estructura que amalgama distintas formas de cine: el video doméstico de sexo explícito con cámara subjetiva, una especie de seguimiento observacional de la profesora deambulando por una Bucarest sumida en la pandemia, un “diccionario” en el que cada concepto se ilustra con una pequeña anécdota (o un aforismo, o un chiste, o simplemente una serie de imágenes) por fuera de lo narrativo, y finalmente la vuelta a la historia de la profesora en un relato de la reunión de padres tratado con realidades alternativas.
Ennio (Giuseppe Tornatore)
Este documental sobre Ennio Morricone pudo hacerse con la presencia y cooperación del compositor y buenos recursos económicos. Como es de imaginar, ninguna celebridad escatimó su participación. Por supuesto, lo más relevante y valioso es la presencia del propio Morricone relatando su vida y, sobre todo, comentando su obra. Detrás de su fachada educada, formal, casi sin gracia, hay un italianazo casi tan emotivo como sus composiciones más lacrimógenas, y lo vemos contener el llanto en cinco o seis ocasiones. Esta película magnífica ejemplifica esa minoría valiosa que son los documentales sobre arte que son sobre el arte propiamente (y mucho menos sobre el anecdotario a su alrededor, aunque tampoco se nos priva de eso). Al poner la música como tema prioritario, el director nos permite acceder a grandes reflexiones sobre la relación conceptual entre las distintas estrategias narrativas y lo que el compositor decidió hacer en cada caso, y tenemos el privilegio de ver imágenes restauradas de varias de las 500 películas musicalizadas por uno de los más grandes maestros de la composición para cine.
Licorice Pizza (Paul Thomas Anderson)
La más fresca, luminosa y ligera de las películas de Paul Thomas Anderson es un coming of age que funciona como un retrato de San Fernando Valley (en Los Ángeles) en 1973, un momento tironeado entre los restos de los optimismos utópicos sesentistas y los baldazos de agua fría que pusieron fin a aquel período luminoso. No está basado, como tantos coming of age, en los recuerdos del autor, que tenía dos años en 1973. Curiosamente, tampoco es el período en que ocurrieron esos episodios en la vida de Gary Goetzman en los que la película está inspirada (Goetzman cumplió 15 años en 1967, no en 1973). Por un lado, tenemos la improbable situación de un quinceañero con una personalidad peculiar, afectivamente involucrado con una chica diez años mayor que él y decidido a emprender negocios. Por otro, la puntería en la observación irónica y afectuosa de detalles de época. Está también la estructura episódica llena de momentos de antología, coronada con algunos personajes secundarios maravillosos filmados con el brillo visual al que nos tiene acostumbrados este consagrado director.
9 (Martín Barrenechea y Nicolás Branca)
La situación que desencadena la historia tiene parecidos con la mordida de Luis Suárez y otros episodios análogos de violencia que se dan dentro del fútbol. Suspendido cuando estaba al borde de ser contratado por uno de los grandes cuadros europeos, el protagonista se interna en una mansión en Uruguay, en la que pretende apartarse de la exposición mediática, entrenar, pensar en el futuro y aguardar a que se calmen las aguas. La película funciona como una reflexión acerca de las presiones que sufren los deportistas estrella, la masculinidad y la violencia en el deporte (una especie de Mi mundial en entorno adulto y profesional). Filmada y rodada con especial pericia y precisión, fue una de las muchas buenas sorpresas del cine uruguayo en un año especialmente fructífero.
Andrea Bertino
No te preocupes, cariño (Olivia Wilde)
Con buenas dosis de misterio y ciencia ficción y sólidas actuaciones, es un brillante thriller psicológico en un mundo distópico y una crítica social en código de fábula. Plantea un pseudo mundo perfecto de los años 50 en Estados Unidos; todos viven en una ciudad experimental cerrada (Victory), sin sobresaltos, hasta que una de las mujeres de la comunidad revela varios secretos e interpela esta paradisíaca vida. Está construida con cuidado y cada detalle está deliberadamente puesto para crear una atmósfera de misterio y tensión. Sostenida en un potente guion, es una historia retorcida y visualmente impresionante que podría ser perfectamente una película de culto.
Las nadadoras (Sally El Hosaini)
Conmovedora pieza, basada en la impresionante historia real de las hermanas nadadoras sirias Yusra y Sara Mardini, acerca de lo que es navegar en la indignidad y la incertidumbre siendo refugiadas de guerra. El desgarrador e increíble periplo de ambas al emprender un viaje hacia Europa para huir de una Siria devastada por la guerra, con el objetivo de participar en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016. Una inspiradora historia llena de resiliencia y superación, sin una falsa romanización del drama de los refugiados, del triunfo de la voluntad humana, en particular de la femenina.
Argentina, 1985 (Santiago Mitre)
Maravillosa y necesaria película del director Santiago Mitre que relata el Juicio a las Juntas de la dictadura militar, con el juez Julio Strassera (y su joven equipo) como fiscal acusador y héroe forzado de la historia, interpretado por un enorme Ricardo Darín en el que es, quizá, el mejor papel de su carrera. Este hecho supuso el paso oficial de Argentina hacia la democracia y aquí está planteado como un thriller político con una puesta en escena efectista que relata el impresionante trabajo de este equipo de juristas. Un trabajo largo, complejo, bajo la presión del tiempo y en constante amenaza, que queda hábilmente condensado y plasmado para transformarse en una narración popular, convincente y emocionante.
Tren bala (David Leitch)
Basada en la novela de Kōtarō Isaka de 2010, esta brillante comedia negra con Brad Pitt a la cabeza de un muy buen elenco relata la historia de cinco asesinos a sueldo que se encuentran ¿por casualidad? a bordo de un tren bala hacia Tokio y notan que sus misiones están conectadas entre sí. Es una película que lo tiene todo: es entretenida, divertida, llena de coincidencias, con un Brad superlativo mostrando sus dotes en el humor (por si dudábamos de que es de lo mejor de su generación) y, sobre todo, es sencilla. De entender y de disfrutar. Adrenalina tarantinesca que desafía la lógica, llena de personajes increíbles que resultan tan afables como excitantes.
Togo (Israel Adrián Caetano)
Adrián Caetano, de gran trayectoria al otro lado del río y director de Pizza, birra, faso, Un oso rojo y El marginal, escribió y dirigió la primera película uruguaya de Netflix. Está protagonizada por Diego Alonso (el entrañable Pollo de Okupas), Catalina Arrillaga y Néstor Tito Prieto, entre otros. Unos narcos de poca monta están copando las calles de Montevideo y extorsionando a los cuidacoches para que trabajen para ellos. Pero uno viejo y experiente, Togo, resistirá hasta las últimas consecuencias para cuidar su territorio y a los vecinos de la violencia. Un western citadino, lleno de peleas dignas de una película de Guy Ritchie y de un ritmo montevideano tan cálido como cansino.
Rodolfo Santullo
Todo en todas partes al mismo tiempo (Dan Kwan y Daniel Scheinert)
El drama costumbrista de una familia de inmigrantes chinos en Estados Unidos y sus problemas personales es cooptado por una película fantástica que mezcla sin ningún pudor el cine de artes marciales con la ciencia ficción más desbocada y con la fantasía más desbordante. Un combo entre The One (aquella con muchos Jet Lee que se eliminaban para conseguir más poder entre universos) y el ritmo y el humor de Kung Fu Hustle, sin despreciar tampoco momentos de humor del más absurdo en una invención magníficamente imaginativa. Pero todo este paquete de amenaza interdimensional, universos paralelos y desparramo de géneros es para contar aquella primera historia: el drama de una familia y cómo vivir hoy con las ilusiones del ayer a cuestas, cómo aceptar a los nuestros como son, cómo poder ser feliz, en definitiva.
The Northman (Robert Eggers)
En esencia, estamos ante “Hamlet, el bárbaro”, puesto que se reconstruye la leyenda de Amleth, un príncipe vikingo traicionado por su familia, que regresa a lo Conde de Montecristo, muchos años después, buscando venganza, historia que se supone que le sirvió a Shakespeare de inspiración para una de sus mayores obras. El relato goza de una imponente estética y una música despampanante y acierta particularmente con su recreación de una épica de manera adulta (con gore, combates tremendos y protagonistas sin remilgos) que no teme nunca caer en el ridículo (el gran peligro cuando falla la épica, cosa que, por fortuna, aquí no ocurre).
Batman (Matt Reeves)
Tenemos una de las mejores encarnaciones del personaje en cine, a la altura de lo que se logró en las dos primeras de Burton o en The Dark Knight de Nolan (aunque allí era mucho mejor película que encarnación de Batman), parada valientemente y convencida de ofrecer un Batman distinto de los anteriores: uno pedestre (que llega caminando a todos lados), humano, detective novato y, por lo tanto, falible. Uno concentrado en Batman antes que en Bruce Wayne (que, sabemos, es la verdadera máscara y todo eso) y que presenta una mirada nueva a todo su universo. Fue una experiencia tan grata y alucinante como cuando tenía nueve años y vi a Michael Keaton decir “I’m Batman”.
El otro Tom (Rodrigo Plá y Laura Santullo)
Esta es la historia de Elena (excelente Julia Chávez), una madre soltera de El Paso, Texas, que hace lo humanamente mejor posible para criar a Tom (increíble Israel Rodríguez), su pequeño hijo. Si ya de por sí los problemas económicos tienen sus bemoles, pronto llegará el meollo de esta historia: en la escuela, Tom es diagnosticado con TDAH, esto es, trastorno por déficit de atención e hiperactividad. Mucho y muy bueno puedo escribir de este drama íntimo, emotivo, pero me voy a quedar tal sólo con dos cosas. Por un lado, la construcción de Elena como personaje, un personaje cargado de matices que lo vuelven enorme, fallido, humano, tremendamente creíble con sus aciertos, tropiezos, dudas y equivocaciones. Un personaje estupendamente bien escrito. Por otro, la forma en que está filmada la historia, como si el espectador fuera dueño de un gran ojo, invasivo, al que se le permitiera atisbar en la intimidad de esta familia de dos, con sus cuitas y sus conflictos, pero también su resistencia y su amor.
Argentina, 1985 (Santiago Mitre)
La historia es real: el juicio que la Fiscalía argentina entabló contra los responsables de la dictadura militar en ese país. La presentación elegida es “una de juicios” y tendremos todos los códigos del género: la investigación, los testimonios, la complicación sobre el final. Pero todo está presentado de manera sobria, tensa, bien resuelto por la mano de Mitre en el timón y la de Mariano Llinás en el guion, con un resultado por completo austero –y, al mismo tiempo, muy emotivo– y que nunca apela al golpe bajo. Tiene mucha dedicación en su elenco –Ricardo Darín se recibe del protagonista argentino definitivo– y una vocación pedagógica que, sin dudas, es necesaria.