El ceramista y artista plástico Enrique Silveira falleció en las últimas horas, según informó con pesar la revista La Pupila. Tenía 98 años y había sido pareja del artista y crítico Jorge Abbondanza, fallecido en agosto de 2020, con quien formó un taller de cerámica y produjo centenares de piezas que exhibieron desde 1960 y que cosecharon reconocimientos en nuestro país y el exterior.
Silveira mostró interés por la cerámica tan pronto como terminó su educación formal, y tras asistir a una exposición de Juan Carlos Heller decidió ir a su taller, para luego trabajar con él. Sus primeras piezas, con inclinación escultórica, datan de comienzos de la década del 50. En 1956, ya habiendo formado su propio taller, llegó Abbondanza como alumno y pronto comenzaron a trabajar en equipo, tarea que continuaría durante seis décadas.
Durante los años 60 y comienzos de los 70, en Uruguay confluyeron un grupo de ceramistas de trayectoria con un público que adquiría sus obras tanto de carácter utilitario como decorativo. “La obra de arte es el reflejo de esa influencia recíproca que se establece entre el creador y la comunidad que lo rodea. Y esa relación debe tener una continuidad para poder crecer, de modo que la obra también crezca y alcance su definitiva madurez”, contó Silveira a María Eugenia Grau en el catálogo de la muestra retrospectiva Silveira y Abbondanza: Un legado.
La dupla experimentó un viraje creativo a finales de los 70 y comienzos de los 80, coincidiendo con etapas oscuras del país y la región. Las piezas de superficies suntuosas y la investigación con esmaltes propios dejan su lugar a instalaciones de carácter estructural y conjuntos seriados que eran críticos hacia la situación humana. Surgieron también multitudes antropomórficas, con hasta cien piezas, que podían aludir a la explosión demográfica, entre otros motivos que cambian de una a otra.
“Porque hay períodos en que las relaciones placenteras deben ser desplazadas por contactos más reflexivos y severos”, escribieron los artistas para la exposición La faz de la Tierra de 1983. “Esos períodos exigen anteponer el desafío a la complacencia, ya que sólo lo inesperado sustituye a lo previsible, es cuando el público experimenta una de esas sacudidas que reavivan su capacidad de atención y facilitan la trasmisión de ideas. Despojada entonces de suntuosidades y encantos, la nueva cerámica quiere hacer frente a las necesidades de ese nuevo diálogo”.
En 1999, Silveira junto a Abbondanza recibieron el Premio Figari destinado a artistas plásticos de larga trayectoria, y en 2017 donaron al Museo Nacional de Artes Visuales 32 de sus piezas, que merecieron la mencionada exposición Un legado. “Hay edades de la vida en las que es necesario tomar decisiones definitivas”, escribieron juntos en el catálogo de la muestra. “Por eso resolvimos entregar al Museo Nacional de Artes Visuales las obras de cerámica que habíamos guardado en nuestro poder durante décadas, agradeciendo la custodia que esa institución se dispone a ejercer sobre estos trabajos artísticos”.
Se trata de 25 piezas esmaltadas y siete obras complejas integradas por varios componentes. “Aunque eso consiste simplemente en la transferencia de unos objetos de arcilla, se trata de un acto que para nosotros asume otro valor, no ya a nivel cultural o legal, sino a escala emocional. Porque supone desprenderse de lo que realizamos y luego conservamos durante tantos años, como si ahora le dijéramos adiós con los brazos en alto”.
Las 32 piezas fueron elaboradas entre 1962 y 1991 y se sumaron a otras cuatro que ya estaban en el acervo del museo. Para la donación, un aspecto prioritario fue que tuvieran unidad de grupo, evitando la dispersión; el conjunto debía favorecer la observación y el análisis, además de la vinculación con otros artistas. “Nosotros siempre quisimos establecer esa alianza con la sociedad y el espacio generoso que nos acoge a través de la obra realizada en el tiempo”, dijeron.
En 2018 fueron declarados Ciudadanos Ilustres de Montevideo por su “prolífica trayectoria en el arte de la cerámica” y en 2021 Silveira donó a la Biblioteca Nacional el original de un poema de Juana de Ibarbourou que la poeta había dedicado y obsequiado a Abbondanza en 1963.