En algunas películas puede resultar divertido el ejercicio de hacer una ingeniería inversa y jugar a “¿Qué estarían pensando los que escribieron esta historia?”. Es un juego caprichoso, sin mucho sentido, pero que sirve para hablar de una película que busca el entretenimiento sin mucho sentido y, aun con esas bajas aspiraciones, tiene dificultades para ser exitosa.
Muchas de estas películas se construyen alrededor de los setpieces o grandes escenas de acción; de hecho, es conocido que varios títulos del Universo Cinematográfico de Marvel tenían sets construidos antes de cerrar el guion, porque de antemano se sabía que habría un setpiece en un aeropuerto, un bosque o una ciudad en otro planeta.
El gancho de 65: al borde de la extinción (en inglés simplemente 65) parece ser el enfrentamiento entre una persona y los dinosaurios. Esos 65 millones de años a los que se refiere el título son los que evitaron que pudiéramos presenciar esa lucha y determinar un ganador. Parque Jurásico y sus secuelas lo intentaron, pero no eran dinosaurios de verdad, sino pedacitos de ADN de dinosaurio mezclado con el de otros seres.
La única forma de enfrentar a los dinosaurios posta sería en ese pasado lejano. Entonces, ¿cómo lo logramos? Un astronauta viajando en el tiempo y descendiendo en una Tierra completamente diferente funcionó en El planeta de los simios y sus secuelas. ¿Podría viajar al pasado? Eso, confieso, es lo que pensé mirando el tráiler en el cine.
Pero 65 (resumiré su nombre de aquí en más) opta por un camino más enrevesado, que le da algunas libertades creativas pero lo condena en otros puntos de la narración. Adam Driver, siempre un pelín por encima del héroe de acción tradicional, interpreta a Mills, el piloto de una nave espacial que termina estrellándose aquí, pero hace un tiempo. ¿Cómo lo permite el guion? Mills no es terrícola sino un habitante del planeta Somaris, que hace 65 millones de años contaba con la tecnología para viajar por el espacio.
¿Cómo lo explica el guion? A través de textos insertados en los primeros minutos del film. Ahí está la condena, ya que los escritores y directores Scott Beck y Bryan Woods (los mismos de Un lugar en silencio) no encuentran la manera de mostrarlo, así que lo tienen que contar y lo hacen en forma casi escolar.
Volvamos a la historia, que está pensada para conquistar al público masivo, sin intención alguna de colarse en futuras entregas de premios. Mills acepta pilotear una nave durante un par de años para conseguir el dinero para el tratamiento de su pequeña hija. Rápidamente, porque lo que queremos es ver dinosaurios, su vehículo sufre desperfectos y termina reventándose en nuestro propio hogar, hace... bueno, ya saben hace cuánto tiempo.
La nave se parte al medio, prácticamente todos los pasajeros que estaban en sus capsulitas de hibernación mueren, y Mills tiene un objetivo sencillo: llegar al otro extremo, subirse al equivalente espacial de un bote salvavidas y rajar de ahí. De nuevo, la sencillez de la trama no es un punto flaco per se, pero incluso los detalles más obvios son machacados en la cabeza de los espectadores.
Una vez más tenemos a la supercomputadora como personaje cuyo rol esencial (casi único) es dar información. Es la que avisa que la nave se va a estrellar, la que anuncia que los pasajeros están (casi todos) muertos, y es la que durante toda la película le avisa a Mills qué distancia lo separa del bote salvavidas, como si fuera el relojito de la serie 24 que daba la hora antes de irse a la tanda del canal Fox.
Lo más interesante de la historia está en la relación entre Mills y Koa (Ariana Greenblatt), una jovencita de otro rincón de su planeta, que por lo tanto habla otro idioma. Deberán hacerse entender de más de una manera para lograr sobrevivir, aunque ella logra descubrir cuál es el sustantivo de cada frase y repetirlo. Eso sucede siempre, no solamente en 65.
En cuanto a los enemigos, me duele decir que la película desperdicia a los dinosaurios, pero lo hace. 30 años después de la mencionada Parque Jurásico, muestra apenas cuatro o cinco especies, una de ellas un poco más inteligente, pero no alcanza para saciar nuestro apetito prehistórico. Uno imagina a Ian Malcolm (Jeff Goldblum) diciendo: “Ahora planean tener dinosaurios en su película de dinosaurios, ¿no?”. Porque la historia decidió ir por el lado de los dinosaurios, y no de supervivencia frente a monstruos de otro mundo. Fue una decisión de ellos, no me miren a mí.
A todo esto se le suma una carrera contra el tiempo, que si piensan un poco se darán cuenta de cuál es (yo no me di cuenta hasta que el guion me lo mostró). Tranquilos, porque la supercomputadora se encargará de decirle a Mills cuánto tiempo tienen para escapar antes de que sea demasiado tarde.
65 no logra levantar la cabeza por encima de otras historias de acción en las que los protagonistas una y otra vez se salvan en el anca de un piojo (debería ser un género en sí mismo). La fotografía oscura y el poco aprovechamiento de la excusa no ayudan a elevar el resultado final, y eso que las aventuras de figuras paternas que tienen que mantener con vida a su acompañante están de moda en estos días. Será que falta Pedro Pascal.
65: Al borde de la extinción. De Scott Beck y Bryan Woods. Estados Unidos, 2023. Con Adam Driver y Ariana Greenblatt. En varias salas.