Todavía es muy temprano para comprender lo que fue la pandemia. Es de esos eventos que se sienten demasiado lejanos y a la vez demasiado cercanos, un año y medio, o dos (con la peculiar tibieza a la uruguaya, sin alcanzar el tono marcadamente distópico de otros países), en que todo lo que se hizo o pensó como posible tuvo al aislamiento como horizonte sugerido o temido. Una mezcla extraña en la que primaba la autoconciencia de estar viviendo un momento histórico, pero sin la arena social compartida para volverlo algo épico.
Este terreno contradictorio fue caldo de cultivo para un montón de expresiones artísticas (en lo musical, en lo literario y también en lo cinematográfico) en las que el confinamiento como tema ocupaba un rol narrativo y técnico especial, una especie de obstrucción forzosa de espacio y materiales útil para emparejar terreno y desarrollar una estética propia. El problema en Uruguay es que tan pronto como se comenzó a dar forma a estas historias desde nuevas trincheras, el escenario se reacomodó y aquello quedó como algo lejano, al borde de lo hipotético. La pregunta entonces es qué se hace con todo eso que quedó, qué pasa con todas estas historias cuando las obstrucciones que nos habíamos autoimpuesto se disuelven.
Nieves florecida en astros es un producto insigne de esa época. Sergio de León, director de la pequeña pero brillante La intención del colibrí (2019), filmó su cotidianidad compartida (apenas separada por el cristal de esos balcones cerrados y, qué cosa tan uruguaya, convertidos en una extensión del living) con Nieves, una vecina entrada en años con la que no sólo comparte almuerzos sino también la inclinación hacia las artes. El dispositivo es tan fijo como estoico: todo está filmado con celular, prácticamente la cámara no abandona los interiores de los dos apartamentos contiguos, y el leitmotiv de la vista de los buques que entran y salen del puerto sirve tanto para separar capítulos como para subrayar la circularidad del tiempo. Ya en el comienzo se parece remarcar este juego de doble dimensionalidad en la que chocan lo abigarrado del aislamiento de ambos protagonistas con la vastedad que tienen que atravesar esos gigantes sonámbulos, tan lejanos a los dramas de los hombres.
De León, como ya había mostrado en su documental anterior, tiene un buen ojo para estas imágenes-metáfora, y esto abierto y a la vez cerrado que encarna el balcón se muestra ideal para la idea de confinamiento compartido. Ahí, al menos al comienzo del film, el contacto entre él y Nieves se reduce a una copa de vino que pasa de un apartamento al otro. Las borracheras y confesiones suceden, pero siempre a través de ese cristal que el director intenta mantener, literal y metafóricamente hablando, lo más limpio posible.
Desde esta diagramación hay un intento de encontrar belleza en sus autolimitaciones, algo que recuerda a la también bella y contenida Las flores de mi familia (Juan Ignacio Fernández Hoppe, 2012). Sin embargo, en muchos sentidos el dispositivo es casi el reverso del de La intención del colibrí. Si en esa película el director intentaba expandir un mundo de significaciones a partir de detalles que recogía bellamente con su cámara, en Nieves florecida en astros intenta tomar significantes universales y condensarlos en detalles de lo más cotidianos (uno estetiza, el otro naturaliza). Si en La intención del colibrí el protagonista compartía su brillo desde una autoconciencia de ser filmado que le permitía dar rienda suelta a confesiones lucidísimas y poéticas, la Nieves de este documental es más elusiva, y todo lo que cuenta lo hace con cierta vergüenza de estar resultando demasiado dramática o solemne.
Más que nada lo que prevalece en el documental es, más que el retrato de una vecina, la idea del cine creciendo entre ellos como una enredadera necesaria. Lo que florece entre los astros es la idea del arte, la manera en que, aun sin nada, entre los dos hay un vínculo, más que humano, artístico. Es un film de dos personas que no saben del todo qué decirse, pero que se anticipan a una sensibilidad, una idea de que lo que viven, por más garrón que sea, podría ser registrado de otra manera. En este sentido, tiene en el manejo de las imposibilidades y la inexpugnabilidad de lo artístico algo similar a This is not a film, de Jafar Panahi (2011).
Cuando uno ve Nieves florecida en astros lo que prevalece es la sensación de qué bueno que haya existido algo así como ese encuentro, y qué bello alineamiento de astros es el que lleva a un director a conocer a otra persona y dejar que de su cuidado mutuo –separados nada más ni nada menos que por un cristal– termine sucediendo algo verdadero. El problema es que, aunque me gustó saber que existió lo registrado, por momentos sentí que en lo puramente cinematográfico no se llegó a alcanzar la fuerza de la idea. Aun en la autoconciencia graciosa y de bajo presupuesto de algunos de sus experimentos cinematográficos compartidos, los protagonistas nunca transmiten del todo esa magia visual o conceptual que intentan acariciar. De la misma manera, Nieves es un personaje entrañable pero no fascinante, y Sergio se acerca a ella con humanidad y humildad, pero sin extraerle algo revelador, no porque ella no lo comparta (toda la historia de su obsesión con el número 4 es bastante sorprendente), sino porque el formato y los horizontes de la experimentación a su alrededor son tan mínimos y modestos que terminan por no llevarla a un lugar diferente. No es un experimento fallido: es una experiencia compartida que por momentos podría darnos la satisfacción de saber que ocurrió, aunque con la distancia con que vemos las diapositivas del viaje de unos conocidos a un país sin escenarios naturales ni ruinas ni joyas arquitectónicas reconocibles. O quizás sea que ese país desconocido es la historia de nuestro confinamiento, todavía sin cuajar, todavía sin tomar la forma que sólo da el tiempo.
Nieves florecida en astros. Documental. Dirigida por Sergio de León. Uruguay, 2022. En Cinemateca y Sala B.