A veces alcanza con ver una película que esté hablada en un lenguaje que no estamos acostumbrados a escuchar para que nos obligue a pararnos en otro sitio a la hora de contemplarla (y prestar más atención a los subtítulos). Otras veces se le suma una idiosincrasia, una forma de ver el mundo ligeramente distinta a la occidental, que nos genera una atractiva incomodidad.
Ese es solamente uno de los atributos del cine del director coreano Park Chan-wook, autor de la famosa Trilogía de la venganza que incluía la adaptación del manga Oldboy (2003). Aquella historia manejaba, especialmente en su cierre, un concepto del honor que por estos lares podría resultar descabellado. Y créanme que en la historieta japonesa original ya bordeaba lo que consideraríamos ridículo. En ese marco, funcionaba y de buena manera.
Su primera película desde La doncella (2016) es la recién llegada a nuestras salas La decisión de partir, una película que confirma su buen tino a la hora de plantar la cámara y mostrarnos lo que ocurre, y cuya principal contra es competir automáticamente con el resto de la filmografía de Park.
Estamos frente a una película policial, pero eso es solamente el comienzo. Nuestro protagonista es Hae-jun (Park Hae-il), un metódico detective de la Policía de Busan que tiene problemas de insomnio y un matrimonio de fines de semana, que es cuando viaja a Ipo a ver a su esposa, Jung-an (Lee Jung-hyun). Con flagrante sutileza descubriremos que no alcanzan las actividades programadas del sábado y domingo para mantener viva la pasión entre ellos.
Como si se tratara de un episodio de CSI, nuestro héroe es enviado a investigar la escena del crimen en el caso de un exempleado de Migraciones que murió al caerse de una montaña pese a ser un experto alpinista. Para peor, su esposa, una inmigrante china llamada Seo-rae (Tang Wei), no parece lo suficientemente compungida para ninguna idiosincrasia del planeta.
El interrogatorio policial se ve obstaculizado por las diferencias idiomáticas entre Hae-jun y Seo-rae, detalle que, por razones obvias, se pierde en la versión subtitulada, que hace lo que puede para que sepamos cuándo están hablando en chino y cuándo en coreano. El policía busca reducir esa distancia (y resolver el caso) haciendo más cercano el vínculo con la sospechosa, pero al final no hay evidencia suficiente para cambiar el rótulo de “muerte accidental”. Al mismo tiempo, en esa mujer misteriosa parece haber encontrado algo que ni siquiera tiene los fines de semana.
Aprovechando eso de las sospechas, Hae-jun comienza a acechar (digamos stalkear, que funciona mucho mejor en este ejemplo) a la viuda, obsesionándose con ella mientras el resto de sus actividades laborales y matrimoniales sufren la falta de atención. Ni que hablar el caso que los unió por primera vez.
En dos horas y 20 minutos habrá tiempo suficiente para que estas dos personas vayan transformando su vínculo hasta desarrollar un sentimiento tan fuerte que no es necesario que la cámara los muestre en momentos de intimidad física (no lo hace) para entender lo que ocurre entre ellos. De hecho, hay momentos en que aparecen “juntos a la distancia” de manera similar a Kylo Ren y Rey en Star Wars: los últimos Jedi.
Hablando de la cámara –e incluso si el resultado final no está a la altura de sus obras maestras–, son notables las habilidades del director y de su director de fotografía, Kim Ji-yong, para contarnos cada escena. La elección de cada uno de los planos tiene una razón de ser desde el punto de vista narrativo, pero ninguno de estos dos hombres deja que su trabajo sea más importante que la suspensión de la incredulidad por parte del público. Hay persecuciones trepidantes, visitas a lugares espirituales y paisajes frente al mar filmados de acuerdo a las necesidades dramáticas de cada uno. Hasta el uso de la tecnología celular para la traducción de palabras o el suministro de información clave tiene su belleza. Kim y Park logran algo bastante difícil, que es lucirse sin distraernos.
La película tiene un quiebre que coincide con un salto temporal y restablecimiento de las piezas sobre un nuevo tablero. Hay un pequeño hipo en el ritmo que se sobrepasa con facilidad, ya que la historia se guarda algunas vueltas de tuerca que, lejos del estilo de M Night Shyamalan (¡o del final de Oldboy!), inyectarán energía dentro y fuera de la pantalla para llevarnos hasta las últimas escenas. Y el final de La decisión de partir, aunque no nos obligue a repensar todo lo que vimos hasta el momento, nos dejará compartiendo el desasosiego de uno de los personajes.
La decisión de partir. De Park Chan-wook. Corea del Sur, 2022. Con Park Hae-il y Tang Wei. En varias salas.