Nacida en la ciudad de Canelones, Laura Falero se autodefine como comediante, actriz, comunicadora, música, feminista y persona “en situación de arte”. Ha sabido, a fuerza de autogestión y mucho trabajo, transformarse en una referencia del humor local. Surgida en el circuito del stand up, escribió Esmoris presidente junto con el exlíder de la BCG (2014), brilló en la columna “Laura UP” del programa de Daniel Figares Rompekbezas, creó y produjo la serie web El camino del comediante, estudió teatro en la Escuela de Emociones Escénicas de Angie Oña, protagonizó el corto de ficción Graciosa (2018), dirigido por Mariana Olivera, y actuó en Éter retornable, obra escrita y dirigida por Oña. Desde hace varios años forma parte de Diez de cada diez, performance que busca visibilizar la violencia de género a partir de distintas acciones en espacios públicos.
Tuvo sus inicios como comediante en el concurso Patricia Stand Up y desde hace casi 15 años se sube a escenarios presentando shows en compañía (con María Rosa Oña y Adelina Perdomo crearon Perfaloña, humor itinerante) y unipersonales como Graciosa (2016), Varona (2017), Normal (2018) y Muy completa (2019). Dueña de un humor ácido e interpelante, también ha sido una de las grandes impulsoras del humor negro.
Desde el jueves 1º al domingo 4 de junio Laura presentará su unipersonal Una persona mejor en la sala Delmira Agustini del teatro Solís, espectáculo con el que agotó localidades el año pasado en la sala Under Movie y en La Trastienda. El show nos lleva a reflexionar sobre aquellas cuestiones en las que deberíamos evolucionar como especie. Mediante su propia historia la artista cuestiona nuestros privilegios de clase y plantea la urgencia de cambiar algunos hábitos en un contexto de cambio de paradigmas en la construcción de los vínculos y de avance de la tecnología.
Actuación, radio, escritura, música, comedia. ¿Con cuál te sentís más identificada? ¿Dónde decís “este es mi lugar”?
En todos. Y ojalá pueda seguir aprendiendo y experimentando en nuevos géneros. Creo que de eso se trata el camino artístico, el que al menos elijo yo. Tiene que ver con una búsqueda de identidad constante, descubrir quién soy, y quién soy con relación a quién o a qué. Ponerme en situación todo el tiempo. Eso lo aprendí haciendo stand up, era la información que me faltaba para animarme a hacer todo lo demás. La comedia no es un lugar tan solemne ni mucho menos busca ese prestigio absurdo que persiguen algunas artes escénicas, más bien es todo lo contrario: jugar con tu cabeza y tu cuerpo y ponerte en situación todo el tiempo para hacer reír. Dificilísimo. Te diría hasta que es un poco masoquista, pero la información que te llega te hace ser más libre. La música, en cambio, no me hace pensar tanto, más bien me alivia de todo eso que tuve que pensar para hacer reír, entonces ahí convive un híbrido en el que se conjuga todo lo demás.
En tu nuevo show te referís a las crisis, a la empatía y a la posibilidad de superarse como ser humano. ¿Cómo se logra, luego de una gran mutación, ser un poco mejor persona?
No podría decirte desde qué patrón moral medir esa idea; más bien, es con esa idea, de forma irónica, que me gusta jugar. Ser una buena persona ya no es lo mismo que antes: se han desvanecido muchas creencias, hábitos, ideas, narrativas. Hay una estructura muy antigua, que obra en nuestra forma de relacionarnos, que tenemos que soltar porque nos enferma y nos mata. Quizá ser una persona mejor tenga que ver con entender qué es lo que queremos conservar de todo eso, si es que queremos conservar algo, y qué queremos soltar para poder dar un salto evolutivo, vincular y, sobre todo, afectivo. Quizá ser una persona mejor sea eso mismo, tu propia revolución afectiva. El mundo está en una crisis pospandémica que con los años seguramente va a tener un nombre; estamos viviendo el trauma y las consecuencias de un encierro histórico y global. No podemos ser las mismas personas de antes. Algo tiene que cambiar. Quizá no sabemos cómo hacerlo y falta más diálogo intergeneracional. Lo cierto es que tocamos fondo como humanidad, ¿y ahora qué hacemos? El show va de todo esto, pero con chistes, claro.
Una de las premisas es que “sin certezas, ser una persona mejor podría ser el único camino posible para reconstruirnos”. ¿En un panorama desesperanzador el humor es el salvavidas definitivo?
El humor es un mecanismo de comunicación fundamental para soportar la tragedia y el dolor que produce la vida, nos recarga de fuerza positiva. Es una respuesta de supervivencia de la mente y el cuerpo, es la única manera de soportar los problemas y las crisis, cuida nuestra salud mental, alivia un poco, como cantar. Deberíamos conectar más con el canto, así como con el sentido del humor, porque ambos ejercicios alivian el cuerpo, lo sueltan, regulan emociones, nos acomodan, nos hacen sonar bien y, sin duda, nos hacen mejores personas. Incluso, y sobre todo, mejores con nosotras mismas. Eso lo aprendí en mi casa y creo que es fundamental difundirlo. Es gratis, sólo hay que darse el permiso.
Hacés hincapié en un cuestionamiento profundo de los privilegios de clase y la urgencia de cambiar ciertos hábitos humanos. ¿Esa premisa está atravesada por vivencias personales o es más una visión de un mundo destructivo?
Es mi cuerpo político. Soy una mujer cis blanca de clase media que siempre vivió en el más absoluto privilegio hasta llegar a su vida adulta; me tengo que hacer cargo de eso, de que llegué a donde he llegado por ese privilegio, incluso siendo mujer. Desde ese lugar hablo y trato de deconstruir mi destino social y cultural establecido por esos patrones morales viejos que te comentaba antes. Hablo desde una absoluta conciencia interseccional, aunque a veces me equivoco porque ese privilegio te ciega. No podría hablar desde un lugar al que no pertenezco, apropiarme de realidades ajenas o hacerme un personaje para vender risas. No me gusta mentir, me entristece; prefiero conectar con lo que soy y usarlo como material creativo que genere pensamiento crítico.
¿En qué sos destructiva?
No soy destructiva, me quiero mucho, me valoro, me cuido, cuido mis vínculos con ternura, como sano, escucho mucha música, no suelo ir para el lado destructivo. Soy buena administradora, cuido los recursos, más bien construyo todo el tiempo y trato de que no se rompa. Es más, ahora que lo pienso, creo que soy una crítica constructiva en sí misma. Una pesada. Hay una idea de que tratar de ser una misma implica hacerse daño, pero yo siento que el que se daña es aquel que se espeja en tu libertad e interpela la suya propia, como a mí me puede pasar con seres que vivan otros tipos de libertades que quizá yo no me doy. Nadie es tan especial ni nadie es tan libre. Y ser libre tampoco te hace especial. Soy pesimista por naturaleza, eso sí, realista, terrenal, creo incluso que por eso estoy en el camino artístico, para acompañar la reconstrucción de esta destrucción terrible que estamos viviendo. Eso lo entendí con los años. Necesito un propósito como faro para justificar mi existencia. La humanidad es destructiva, el sistema para controlar esa humanidad lo es; yo no. Creo que por naturaleza las mujeres no somos destructivas, aunque el sistema me ha dejado conectar poco con lo que implica ser mujer, pero ese es otro tema.
¿Cómo ves la escena uruguaya pospandemia? ¿Somos mejores artistas?
Somos los artistas que podemos ser. Eso es lo que tiene que quedar claro: no hay mejores ni peores, somos lo que podemos. Llegar a eso ya es mucho. Los artistas estamos en crisis como todas las personas, el concepto de lo artístico también, estamos siendo protagonistas de un momento de fuertes cambios de paradigmas, de nuevas utopías, tratando de digerir la información que recibimos en el encierro. Somos lo que podemos, por eso creo que hay que tratar de ser personas empáticas y habitar la ternura como bandera, porque son tiempos duros. Hay que saber acompañar y acompañarnos. Sí creo que hay poca valoración: siempre lo de afuera es mejor, pagamos más por ello, criticamos menos, nos comparamos todo el tiempo. Eso también me entristece, que el reconocimiento al trabajo artístico se desvalorice en las crisis o a veces nunca llegue. Pero entiendo que eso es cíclico, creo que lo que más me preocupa es lo otro: lo profundo del ser, la humanidad que queremos construir. La revolución tiene que ser afectiva, si no, ¿para qué tanto chiste, no?
Una persona mejor, de Laura Falero. En la sala Delmira Agustini del teatro Solís del 1º al 4 de junio (jueves a sábado a las 20.00 y domingo a las 19.00). Entradas: $ 600 por Tickantel y en la boletería; 2x1 para Comunidad la diaria.