Se conocen desde los años 90, cuando frecuentaban el pub Juntacadáveres. Allí, en 1991, Peveroni dio sus primeros pasos como dramaturgo adaptando el cuento de Charles Bukowski “La chica más guapa de la ciudad”. El espectáculo, que también dirigió, se llamaba Cervezas y navajas y era protagonizado por Ana Blankleider, Camilo Goñi y Eduardo Clouzet. Por esos años, sin embargo, las principales actividades literarias de Peveroni eran la poesía (publicó Princesa deseada en 1991, Poemas religiosos en 1993 y El bordado eterno en 1995) y el periodismo cultural. Fue como cronista del movimiento artístico que se interesó por los espectáculos escénicos más experimentales de aquellos años.

Por un lado estaban los que transcurrían en el “under”. “Cosas súper gloriosas de las cuales queda poca memoria, el teatro performático o lo que hacían grupos como Moxhelis o Con Perdón de los Presentes”, dice. En paralelo, se destacaba una generación de creadores que montaban espectáculos en espacios no convencionales: “Los 90 fueron la década de los puestistas y de la puesta en escena de autores como Heiner Müller y Bernard-Marie Koltès. Ahí las estrellas eran Roberto Suárez, Mariana Percovich y María Dodera, las personas jóvenes que estaban rompiendo todo”, recuerda.

Dodera era habitué de boliches como Juntacadáveres, se había formado en Teatro Uno con Luis Cerminara y Alberto Restuccia, y actuaba en lugares medio roqueros como El Circo. A comienzos de los 90 comenzó una carrera como directora con espectáculos como Electra (1993), que recorrió el Cabildo, la Playa de los Ingleses y el Cerro, Zaratustra (1994), con un elenco que integraban, entre otros, Roberto Suárez y Cesar Troncoso, y Una cita con Calígula (1999), sobre textos de Suárez en el teatro Florencio Sánchez del Cerro. Fue este espectáculo el que llevó a Peveroni a entrevistarla y, dos años después, enviarle algunos textos.

Peveroni: Yo había quedado enganchado con la dramaturgia de aquellas primeras experiencias en Juntacadáveres y envié algunos bocetos a directores que admiraba. Yo no era del ambiente teatral y en aquellos años era difícil llegar a los directores si no eras del medio. A María le envié El puente, que era la última que había escrito, Groenlandia, Luna roja y varias más. Y me contestó enseguida.

Dodera: Me encantó El puente, la empecé a leer y no pude dejarla hasta terminar. Generalmente me pasa eso con los escritos de Gabriel, ya sean bocetos, obra terminada o poemas. Y en el teatro me fascina porque me deja intersticios en donde me puedo colar, en donde se puede colar la dramaturgia del actor. Y también porque él asiste a los ensayos, él siempre está en el escenario reescribiendo. Con esa metodología fue uno de mis maestros para escribir. Yo me siento una directora que a veces escribe, pero eso fue haciendo músculo por la metodología que fuimos creando. Aunque curiosamente El puente ya estaba casi terminada.

El personaje de Iván Solarich es un antecedente de lo que él escribió después como autoficciones.

Peveroni: Esa obra está escrita para él. Digamos que me pasé los años 90 intentando entender, y cada vez entendía menos, la guerra de los Balcanes, que tiene un montón de connotaciones. En ese tratar de entender leí muchos libros, vi muchas películas, hablé con mucha gente. Y después me encontré con Iván y hablamos mucho sobre ese tema. Y me encendí para escribir a partir de algunas cosas que me contó, otras cosas las ficcioné, pero estaba lo de la inmigración al Cerro de sus familiares de los Balcanes. De ahí lo de Sarajevo esquina Montevideo, que fue el título que finalmente le dimos, porque había una obra de Gorostiza que se llamaba El puente.

¿Cómo fue ese primer proceso?

Peveroni: Plena crisis, un lugar y un tiempo hermosos para hacer este tipo de cosas. No teníamos nada. Fue de las últimas obras de Puerto Luna antes de que cerrara, creo que fue la última producción estrenada. Eran momentos así.

Dodera: Nos juntábamos en diferentes boliches y enseguida tuvimos un buen enganche. Fue muy fácil crear. Él me dijo, como única condición, que el protagonista iba a ser Iván, que estaba escrito para él. Íbamos a lugares abandonados para juntar piedras que poníamos en el escenario para armar la escenografía. Habíamos puesto a los espectadores enfrentados, como testigos de lo que estaba sucediendo en el acontecimiento escénico. Era un gran pasillo bifrontal a lo largo de todo el sótano de Puerto Luna.

Peveroni: Algo que apareció ahí y que después continuamos es el que hubiera música en vivo. Yo insistía en que no quería que en obras mías hubiera música con casetes. En Sarajevo había una violinista, en El hueco estaba La Teja Pride y después aparece Federico Deutsch con su música electrónica.

Dodera: En Luna roja era casete, pero también había música en vivo de los actores, estaban Adrián Prego y Nicolás Suárez, hacíamos la música desde el actor.

Peveroni: Y fue un año muy curioso porque es la primera obra de Sergio Blanco con Calibre 45 y de las primeras obras de Gabriel Calderón, ¿no? [En 2003 se estrenó Taurus, y Mi muñequita llegará en 2004]. O sea, éramos de diferentes generaciones pero debutamos varios. La crisis llevó a que apareciera la dramaturgia uruguaya. Habían desaparecido las instituciones que apoyaban las puestas de autores europeos. Todo desaparecía.

Dodera: Era la debacle.

Peveroni: Uno de los libros sobre la guerra que me marcaron muchísimo fue Sarajevo: juicio final, del periodista español Julio Fuentes. Analiza algunas cosas que provoca la guerra: perros de raza sueltos por la calle; toda la ciudad sin árboles porque la gente los talaba para hacer fuego; aumento de la población con alto nivel educativo en psiquiátricos. Y determinadas cosas se repetían acá. El querer escaparte, los suicidios. Todo eso estaba pasando acá. Nosotros estábamos viviendo los efectos de una guerra económica que no era sólo el 2002, era el 99, 2000, 2001. Ya entonces los efectos eran crueles. Mis mejores amigos de los 90 se fueron.

Gabriel Peveroni y María Dodera.

Gabriel Peveroni y María Dodera.

Foto: Alessandro Maradei

Y todo eso contradecía el haber vivido los años 90 con eso del fin de la historia. Toda una cosa muy posmo. Mi generación se creyó mucho eso, como con cinismo... Cuando se caen las Torres Gemelas y pasan un montón de cosas te das cuenta de que la historia no había terminado. Yo ya lo venía viendo con lo de los Balcanes. Y no es que Fukuyama tuviera o no razón, simplemente la historia no había terminado. Lo que vivimos en 2001 y 2002 fue muy denso y creo que por eso es que Sarajevo esquina Montevideo golpea muy fuerte a la gente que la ve. Porque la obra hablaba de todo eso que estaba pasando, además de hablar de la dictadura y de otras cosas.

Dodera: Hicimos un paralelismo. Había un momento en que entraban los milicos y había una especie de cruce de diferentes violencias, y el desafío era cómo subir más el nivel. Porque arrancaba muy fuerte, con todo tipo de torturas, y era difícil subir y que no quedara infantil. Entonces dije: el silencio. Entraban los milicos y había como un minuto de silencio. Eso dio un efecto al espectáculo. El espectador descubría que era protagonista junto con la mirada del que estaba enfrente. Y que también era cómplice. En vez de meter más ruido, el ruido se mataba con silencio. Me acuerdo de ese momento como un desafío.

Gabriel hablaba de posmodernismo y de fin de la historia. La problematización de la memoria y del transcurso del tiempo recorre varios de estos espectáculos. También referencias al pasado reciente. ¿Les interesa en particular reflexionar sobre esos tópicos?

Peveroni: No puedo autoinvestigarme; en ese sentido no puedo separarme de la obra. Sí entiendo que para mí el texto dramático hace un desplazamiento de lo poético, de lo que yo escribía como poesía. A mí me gusta mucho el ensayo, pero no estoy formado académicamente para escribir ensayos. Entonces a través de la poesía o del teatro, y con la intuición, puedo barajar o jugar con ideas, ese es mi territorio. Después leo a Mark Fisher y evoluciono. La literatura de ensayo tiene mucho de poesía, lo tiene que tener para seducirte. Pero yo no puedo negar que en mi formación está Godard, que en mi formación está Baudrillard. De forma fuerte. Eso evidentemente anda por ahí. Y el tema de la memoria lo veo más que nada como la necesidad de entender yo mismo. De ponerle en la cara al público las cosas que me parece que hay que poner en la cara.

Dodera: A mí lo que me encanta de los textos de Gabriel, y por eso me encanta dirigirlos, es que no los cierra, te deja esquirlas y exige al resto de creadores hacer los puntos de inflexión y llenar de alguna forma lo que el territorio teatral te exige, manteniendo el hilo conductor de la matriz lingüística que él te entrega como material. Y eso es sumamente seductor para los creadores, porque hay un acto de implicancia desde el comienzo, si no quedás afuera. No hay presentación, conflicto, un desenlace y nos vamos. O lo está en cierta forma, pero hay que descifrarlo. Y ahí ponés tu historia, y la del equipo.

Y creo que hay un muy interesante trabajo sobre espacio y tiempo, que no es ni más ni menos que un ensayo sobre el teatro. Porque la temporalidad en el teatro es fundamental, desde Aristóteles lo sabemos. Y el espacio también. Hasta el cuerpo del actor pasa a ser un espacio temporal. Es algo que surge en el diálogo que tenemos entre el material escrito y la dialéctica que hay con la escena.

Después de Sarajevo siguieron trabajando juntos. Hasta 2008 todos los años presentaban un espectáculo nuevo.

Dodera: Él me mandó varios esqueletos y fuimos agarrando de a uno.

Peveroni: El hueco [2004] fue una propuesta de María que me dijo “¿te animás a escribir una obra de cero sobre tribus urbanas y gente joven?”. Después Groenlandia [2005] era una obra que tenía escrita y que reescribí. Luna roja [2006] también fue una reescritura. Después viene Berlín [2007], que fue de cero. Queríamos hacer una obra en el Goethe, le presentamos la idea al director, que había visto Groenlandia, y se la jugó. Y después nos llama el Circular para hacer una obra con elenco de ellos e hicimos Exterminio (2008).

Dodera: Y después hicimos Shanghái [2011], y ahí él se enamoró de los personajes y lo perdimos.

Peveroni: Yo en cierto modo había hecho un desplazamiento en mi trabajo. Si bien había publicado una novela en el medio [Tobogán blanco, 2009], la había escrito hacía tiempo. Cuando María propone la idea de hacer Shanghái me presento a Iberescena y le dije: “Quiero escribirla, pero quiero romperme todo porque no quiero seguir la poética de Groenlandia y Berlín, voy a hacer un estudio de personajes”. Y el estudio de personajes es un ciclo de novelas que todavía no terminé. Se publicaron Los ojos de una ciudad china [2016], Viajar no lleva a ningún sitio [2019] y la tercera, que es la que estoy escribiendo ahora.

Dodera: En medio le dije de hacer un homenaje a Restuccia y al teatro y ahí surgió El gimnasio [2013].

Peveroni: Y lo de Restuccia fue volver a la sensación original, fue volver a lo que se sintió en Sarajevo, en Juntacadáveres, en El hueco también. Que es hacer teatro desde el margen absoluto. Soy un fan de los lugares no convencionales. Está todo bien con estrenar en la Zavala Muniz [donde pusieron en escena El accidente en 2020], pero la mayor sensación que viví en mi vida fue con Groenlandia. Estábamos en el piso 23 [de la Torre de las Telecomunicaciones], era... pah... qué lindo.

Dodera: Un día que llovía y había relámpagos un espectador se me acerca y me dice “¡qué buenos los efectos especiales!”. Groenlandia lo recuerdo como algo muy mágico, es uno de los espectáculos que atesoro. Y también Berlín. Yo estaba obsesionada con Juego y compromiso, de Javier Daulte, así que sometí el texto de Gabriel, que me lo permitía, a reglas extrateatrales. Y surgían las reglas del tenis, las cadenas de fractales y las bolas de flíper, el karaoke... Eso les permitía a los actores, adentro de esas reglas, hacer otro tipo de creaciones. Es como que entrás desde la dirección en aventuras que tienen poco que ver con el acontecimiento, y después de alguna forma, y no sé cómo, hacen un link a nivel escénico.

Peveroni: Cuando más investigamos, o trabajamos de una forma diferente, fue con El accidente, que fue una búsqueda de una poética política más fuerte. Fue como una escritura más de taller. María me ponía estímulos, y yo escribía. En ese caso hay como una curaduría, ella jugaba conmigo, pero lo hace muy bien.

¿Tienen pensado volver a trabajar juntos en breve?

Dodera: Todavía no. Yo ahora estoy con la Comedia Nacional,1 pero en el segundo semestre vamos a ver si nos juntamos, y va a salir algo.

Gabriel: Yo voy a terminar Shanghái... Y hay una novela que todavía no terminé pero seguramente publique dentro de diez años, que es sobre [la actriz uruguaya] Ana Blankleider, porque todavía le faltan cosas, entre Restuccia y alguna cosa más que todavía no sucedió. Se publicó FAC [libro sobre artes visuales contemporáneas] y ahora hay un proyecto sobre Juntacadáveres. Pero vamos a hacer algo.


  1. La zapatera prodigiosa, de Federico García Lorca, se estrena el 6 de julio en la sala Verdi.