Las calles montevideanas, el relato historiográfico uruguayo en decadencia, los colores como herramientas subversivas aparecen sutilmente en Objetos sin especificar, la exposición del artista, docente y director de la Fundación de Arte Contemporáneo (FAC) Fernando López Lage en la sala María Freire del museo Blanes.

Puede parecer una propuesta localista –están los libros comprados en la tradicional feria de Tristán Narvaja y los carritos de los vendedores de garrapiñada–, pero dispara un análisis profundo que busca poner en jaque al eurocentrismo cultural que por años nos hizo creer que no existe el arte indígena, africano, ni ningún otro que no sea el europeo, capitalista, patriarcal.

El rito de prender el fuego para cocinar los frutos secos –esas chimeneas móviles largando humo en marchas, parques, plazas– habita nuestro imaginario colectivo y es desde allí que este pintor destacado internacionalmente, que ha formado a decenas de artistas uruguayos, parte para llevarnos en un viaje donde cada obra es una estación. La rebeldía se esconde detrás de una propuesta que, a primera vista, puede parecer clásica. Una instalación con 22 tapas de libros y sus cartelas, 11 telas pintadas con óleos y dos objetos. La muestra plantea un categórico rechazo a las etiquetas, sea en el arte o en la misma pintura. La libertad en su forma más total es el motor original de las obras que se presentan. La propuesta expositiva busca no especificar el uso de los objetos ni catalogar la pintura o la escultura según la historia del arte; más bien se refieren a la historia de la pintura y de la escultura, a la historia del ready-made.

López Lage se presenta como un vicario que hace que las cosas se vayan ordenando por sí mismas. Sus objetos tienen que ver con lo abstracto en contraposición con aquello que representa a la naturaleza y la vida, “pero”, dice el artista, “esos objetos son para mí naturaleza y vida, entonces se genera una contradicción y por eso son Objetos sin especificar”.

En el texto curatorial, Alejandro Cruz anota que “la posición decolonialista y antirracista” que adopta López Lage “está plasmada desde diferentes territorios, aunque a veces no se hagan tan evidentes en una lectura rápida de su obra. Aborda el color como punto de partida para reflexionar acerca de lo marginal, lo no normalizado. Intenta interpelar y desmantelar la estructura moderna en el arte”.

Alto, de ojos claros, seguro de sí mismo, al verlo una podría creerlo ajeno a la fragilidad, pero, dos días antes de la inauguración, en pleno montaje, encuentro a López Lage sentado en un rincón de la sala del Blanes, descansando como si fuera un guerrero luego de una gran batalla que, si bien ganó, no le fue sencilla. Con algunas telas aún por colgar tuve el privilegio de pasear con él y conversar sobre la muestra.

¿Cómo describirías lo que encontramos aquí?

Hay tres series. Una de lienzos 1,80 por 1,80, otra que son dos objetos grandes y una serie que remite específicamente a la instalación del fondo, que son 22 pinturas sobre impresiones de tapas de libros, un miniarchivo que alude a la construcción del Uruguay moderno, de la nación. Hay, por ejemplo, libros de Vaz Ferreira. Se trata de una desnaturalización de la cultura del libro: intento cambiarle el género a la literatura y pasarla a pintura, sin olvidarme del contenido que queda en la referencia de la etiqueta, porque son libros que tienen que ver con mi mundo. Son de papel y están pintadas donde estaba el texto, eso que se ve es una especie de fantasma que alude a la construcción del Uruguay como nación. Todos esos grandes libros hoy por hoy son muy cuestionables. La idea eurocéntrica de Uruguay, por ejemplo, se está deconstruyendo: Uruguay ya no es un país sin indios como pensamos durante mucho tiempo, Uruguay no es específicamente europeo y blanco como pensamos durante mucho tiempo. Entonces hay un montón de situaciones que empiezan a cambiar y que tienen que ver con esa cultura del libro, con cosas que están escritas y que conformaron esa historiografía. La desnaturalización del hecho pictórico es un acto que subvierte el contenido y lo deja libre.

¿Por qué Objetos sin especificar?

Pinturas, volúmenes, objetos, esculturas escapan de la bidimensionalidad. Surge como una idea que fui desarrollando y que increíblemente tiene que ver con los carros de maniceros originalmente. Me fascina la estética de los tipos que construyen, cuando agarran el tanquecito y le ponen la chimenea. Ahí empecé a hacer estas formas, apegado a la idea de las rectas, las octogonales que no tienen sentido específico, donde el color, como una situación dentro del objeto, invade el espacio y va generando un recorrido para que la gente pueda ir encontrando estaciones: las pinturas en tela de alguna manera se interrumpen con estos objetos y estos objetos también se interrumpen con el archivo de libros, entonces ahí creo que se arma la muestra: Objetos sin especificar.

En 2016 editaste el ensayo El color Pharmakon, donde partís de la teoría del color. La forma y el color siguen siendo elementos centrales en esta muestra.

La gente me pregunta si mi pintura es geométrica y respondo que no, porque no me baso en la geometría específicamente ni en ningún recurso que tenga que ver con construir lo geométrico. Es una pintura que tiene que ver con un cuestionamiento a la institucionalidad de la pintura dentro de la historia del arte, busco que la obra vaya siendo a partir de esas capas de pintura; lo que me importa es cómo el proceso desarrolla esa impronta que tiene que ver con la pintura como cuerpo y que el color explote.

El color está asociado a esa idea del buen gusto europeo donde el color vibrante, colorinche, es marginal. Los colores fuertes son colores de gente pobre o asociados con lo africano, y el color fino, europeo, es más gris, beige y blanco. Mi intención es cuestionar todas estas epistemologías, por eso el color en mi obra no responde a casi ninguna teoría, no hay colores complementarios que vayan potenciando una idea, es un color irrestricto donde no me importa mucho si funciona específicamente para lo que es el buen gusto tradicional.

Foto del artículo '“Desnaturalización del hecho pictórico”: Fernando López Lage y sus Objetos sin especificar'

El color tiene una cara oculta que propicia una mirada distinta a esa colonialidad que nos dijo que el mundo era blanco como el mármol, como en la mitología romana o griega, y que el resto de las artes eran primitivas. “El resto” son las grandes civilizaciones, como los aztecas, los incas, los charrúas, África, etcétera.

Hablaste de estaciones. ¿Hay un recorrido? ¿Cómo se guiaron para el montaje?

Ale Cruz me ayudó a pensar el trayecto del público. Llegué al museo con un camión lleno de cosas y me pregunté: “¿ahora qué hago?”. Fuimos equilibrando situaciones que generaron las estaciones. No es un trayecto hecho para que toda la gente pase por el mismo lugar, porque en realidad vos entras y podés elegir, pero son situaciones que implican parar, seguir, volver a parar y eso me parece interesante porque no tenés que ver todo de una, hay situaciones distintas que implican determinada forma de comprender: una cosa es una pintura sobre tela, otra cosa son los libros o los objetos. Ahí la persona, supongo, empezará a hacer asociaciones cuando vea la etiqueta y quizás la asocie con que la tapa de un libro que tiene en la biblioteca porque era de sus padres. Esas cosas me parecen interesantes.

No hay un recorrido específico, no hay restricciones vinculadas con el color ni con la pintura, hay una explosión que tiene que ver justamente con detonar toda esa situación vinculada con el buen gusto europeo.

Sos curador, docente, director de la FAC. Exponer siempre es ponerse en juego y llevás dos años preparando esta muestra. ¿Cómo te sentís?

Soy de la generación que emerge al mundo del arte en la posdictadura. En esa época no había nada que no pudiéramos hacer, pero no había una escuela: Bellas Artes recién estaba abriéndose improvisadamente, no había gente que pensara y publicara libros sobre arte. Uno tuvo que ir formateándose como pudo, y entre todas las cosas que fuimos chapando uno se fue armando un Frankenstein. No lo recomiendo, no está bueno ser un multitasker, pero en el caso mío fue por obligación, lo tuve que hacer.

Mi trabajo tiene que ver con la pintura, con pensar, trabajo en muchas cosas distintas; si fuera un pintor 24/7 me aburriría horrible porque ya estoy seteado con eso que creo que es un síndrome posdictadura: hacer, hacer, hacer.

También sos hijo del do it yourself.

Si no hay, lo hacemos nosotros. Si no hay revista, la hacemos. Si no hay un lugar donde se pueda discutir sobre filosofía y arte, lo hacemos. Me parece muy importante siempre la labor del colectivo, por eso trabajo en colectivos de artistas o afines, porque la sinergia y dinámica que se genera es muy rica y creo que finalmente lo que hace es propiciar situaciones más profundas en el pensamiento que generan “cosas”; no importa cuáles, lo importante es que sucedan.

“Cosas” que dentro de la FAC han tomado formatos que van desde el video art a la performance, y vos seguís proponiendo pintura...

Sí, totalmente. Respeto todas las disciplinas, soy un defensor absoluto del arte contemporáneo, el tema es que ese cuestionamiento que se les hizo a la pintura y a la escultura clásica, allá por la década de 1970 y que el arte contemporáneo tomó como estandarte, tenía que ver con un cuestionamiento duro a la pintura y la escultura como tradición hegemónica del arte, con la historia de los hombres pintores, escultores, coincidentemente genios hombres blancos europeos, y todo lo demás eran expresiones menores. No es que la pintura desapareció o estuvo en declive, sino que se empezó a reacomodar la idea de cómo y quién produce arte y desde qué lugares, entonces la despatriarcalización (que es una cosa que está pendiente) empezó a ser visible, las mujeres empezaron a decir “acá estamos” y a generar un espacio nuevo.

Por ejemplo, en la última Bienal de Venecia, el año pasado, el 98% eran mujeres, queer, el 1% eran varones. Se generó una cosa que, más allá de las discusiones de las cuotas, fue una patada en el pecho. Vas a la Bienal de San Pablo y hay un montón de arte indígena y vos decís “¿hay arte indígena?”, “¿hubo alguna vez?”... Bueno, parece que sí, que se hizo visible. Empiezan a surgir estas situaciones nuevas que no tienen que ver con pintura sí o pintura no: la pintura no es un tema, tampoco lo es la escultura, la cerámica, el grabado o la fotografía; todo está bien. El tema es que durante mucho tiempo se asoció la forma de esas cosas con la trayectoria o la hegemonía de los grandes maestros.

Soy pintor, pienso en pintura, pero me voy agiornando con los cambios que tienen que ver con pensar por qué este color, por qué estas formulaciones. Creo que ahí están todas esas cosas que yo también cuestiono y aplaudo este reacomodamiento que tiene que ver con todas las producciones artísticas de cualquier disciplina y de personas que durante mucho tiempo, siglos, fueron invisibilizadas.

El arte hace muchas preguntas, parece siempre que está vinculado a una cosa estética, pero el arte cuestiona, nos deja hablando después de que lo vimos, discutiendo sobre el tema, y eso es algo que me parece que hay que propiciar. Pienso en el arte como disparador para poder pensar, creo que está bueno recuperar la idea del arte no sólo como un objeto coleccionable y estético, sino como una oportunidad de reflexión.

Objetos sin especificar, de Fernando López Lage. En la sala María Freire del museo Blanes (Millán 4015), de martes a domingo de 14.00 a 18.00. Hasta el 15 de octubre.