La cartelera de cine de nuestro país ofrece, entre tortugas mutantes, escarabajos azules y vampiros acuáticos, una película mucho menos fantástica. Se llama Sonido de libertad, traducción correcta de la original Sound of Freedom, y está inspirada (aunque no basada) en la vida de Tim Ballard. Luego de abandonar el Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos, Ballard fundó una organización sin fines de lucro que lucha contra la esclavitud sexual y la trata de personas.
La versión cinematográfica de Ballard, interpretada por Jim Caviezel, adorna hechos de su pasado (según periodistas de investigación) y lo convierte en un héroe de acción puro y duro, que encabeza una misión muy sensible. Después de años arrestando a pedófilos en suelo estadounidense, decide enfocar su trabajo en el rescate de los niños que son traficados desde países del tercer mundo como Colombia y Honduras.
El foco está puesto en una pareja de hermanitos hondureños que tuvieron destinos diferentes luego de ser secuestrados, y el Ballard de la ficción se promete que devolverá a ambos a los brazos de su padre. Para esto hace alianzas con agentes extranjeros y utiliza sus habilidades para el trabajo encubierto, que incluyen desde buscar financiación para una falsa isla sexual hasta internarse en medio de la selva colombiana, más cerca de Jason Statham que de la vida real.
Sonido de libertad llegó a nuestro país después de convertirse en un fenómeno de recaudación, superando más de diez veces su presupuesto relativamente bajo (casi 15 millones de dólares). La función del pasado lunes por la noche en un centro comercial de nuestra capital tenía un marco de público considerable, y una escena en medio de los créditos suscitó el aplauso de gran parte de los presentes.
No es ninguna novedad que existan sleeper hits, películas que llegan desde canales de distribución no tradicionales y que el boca a boca convierte en éxito. Napoleon Dymanite (Jared Hess, 2004), la historia del nerd adolescente que ayudaba a su amigo Pedro a ser presidente de la clase, costó 400.000 dólares y recaudó más de 46 millones. Sin embargo, ocurre algo muy particular con la película protagonizada por Caviezel: no parece ser tan buena para la alharaca que generó.
Si hubiera aparecido de un día para el otro en el catálogo de Netflix, la mayoría de sus usuarios estarían repitiendo en las redes sociales el discurso de que la plataforma de streaming no es buena a la hora de comprar películas y agregarlas a su catálogo. Tampoco es que estemos frente a un oprobio o un atentado contra los sentidos. Pero es difícil encontrar elementos que lleven a Sonido de libertad de una posición de mitad de tabla, con un ojo abierto, a la fatídica del descenso.
En el elenco se incluyen otras figuras conocidas, como Mira Sorvino (“ganadora de un premio de la academia”, dirían en un tráiler) en el papel de Katherine Ballard, esposa del luchador incansable. Bill Camp, de la miniserie The Night Of, y Kurt Fuller, de Psych, completan esas caras que te suenan de alguna parte. El presupuesto está bien aprovechado en cuanto a los valores de producción, que no se sienten particularmente económicos, y que presentan escenas en la selva o en diferentes latitudes en forma muy correcta.
La historia, sin embargo, no se eleva de un título clase B exhibido en Cine espectacular o la segunda sección de Sábados de cine. Apela a uno de los sentimientos más básicos de la especie humana (está mal secuestrar niños y obligarlos a prostituirse) y manipula a los espectadores un poquito más de lo que nos manipula cualquier película que quiere hacernos sentir algo (no es casualidad que Mamá Coco se haya puesto a cantar justo en ese preciso instante en la película Coco).
En casi todos los casos, los villanos distan de ser hegemónicos, cuando no son directamente “actores nacidos para hacer de villanos”. El guion tiene algunos agujeros (un solo padre regresa a buscar a sus hijos en un falso casting que superaba la decena de víctimas), y si no tiene más es porque la trama es bastante lineal, con éxitos y fracasos esperables narrativamente. De nuevo, hay superproducciones de Hollywood peor armadas, pero si ignoramos algunos detalles de lo que ocurre detrás de cámaras, es difícil entender la popularidad del film.
A conspirar
Tanto Ballard como Caviezel, además de identificarse como creyentes (el primero de la iglesia mormona, el segundo de la católica), han adherido en los últimos años a teorías conspirativas de extrema derecha como Pizzagate y QAnon. La primera afirmaba la existencia de un círculo de pedofilia relacionado con el Partido Demócrata de Estados Unidos, que la segunda luego amplió a escala global, además de asegurar que el tráfico de niños estaba relacionado con rituales satánicos en los que se extraía adenocromo de la sangre de las víctimas como droga o como potencial elixir de la vida eterna.
En un evento relacionado con QAnon, en el que participó en 2012, Caviezel dijo que Ballard no había podido asistir ya que se encontraba “salvando niños mientras hablamos, porque están sacando a los niños de los rincones más oscuros del infierno en este momento. En toda clase de lugares, el adenocromo de los niños... Si un niño sabe que va a morir, su cuerpo segrega esa adrenalina. No habrá piedad para las personas que hacen esto”.
El propio Ballard dijo a The New York Times que “algunas de las teorías (de QAnon) hicieron que las personas abrieran los ojos, y ahora nuestro trabajo es inundar el espacio con información real para que se puedan compartir los hechos”.
Alejandro Monteverde, director de Sonido de libertad, intentó distanciarse de la reputación de su protagonista. “Cuando contrato a alguien no puedo controlar lo que hace en su tiempo libre”, dijo a Variety. “Fui el director. Escribí el guion. Contraté al mejor actor para la película. El tema era muy personal para él, ya que adoptó a tres niños de China. Cuando discutimos el proyecto se largó a llorar”, y agregó: “En este film, en particular, perjudicó mi trabajo”.
Sin embargo, la escena que se mencionaba más arriba y que despertó los aplausos del público presenta a Caviezel en primera persona, dirigiéndose a la audiencia con dos objetivos: pidiendo que colaboren económicamente para que otras personas puedan ir a las salas, y contribuyendo a la idea de que la película tuvo dificultades para ser estrenada porque había gente poderosa que no quería que se viera.
Sobre este último punto, lo único cierto es que Sonido de libertad tenía un acuerdo de distribución con 20th Century Fox para su distribución en América Latina, y al ser comprada por Disney las nuevas autoridades consideraron que no era adecuada para la compañía, aunque todos los estudios grandes de Hollywood han estrenado historias que hablan de la trata de personas o la prostitución infantil. De todas maneras, los productores recuperaron los derechos y finalmente negociaron con Angel Studios, una productora cristiana radicada en el estado de Utah.
El otro aspecto mencionado por Caviezel es muy interesante, porque podría explicar el éxito económico de la cinta, al menos en los primeros días de exhibición, que generó una bola de nieve que finalmente llevó al público a las salas. En Estados Unidos se hizo especial hincapié en el sistema de pay it forward, que permitía a las personas “donar” el precio de una entrada y permitir que otras pudieran asistir a una función.
Numerosas voces acusaron a Sonido de libertad de haber utilizado la práctica conocida como astroturfing. El término se utiliza para aquellas organizaciones que pretenden convencer al gran público de que la fama de una idea o una obra surge en forma espontánea desde las clases populares. En este caso habrían sido grupos religiosos los que aportaron importantes sumas de dinero para contribuir con el film, inflando la taquilla inicial y haciendo que otras personas supieran de su existencia sin tener una campaña de marketing importante.
Desde la producción declararon que el pay it forward no fue un porcentaje muy alto de la recaudación total, aunque la evidencia del astroturfing salió a la luz cuando los propios fanáticos de la película denunciaron una conspiración, ya que les decían que no había más entradas disponibles y luego se encontraban con salas vacías.
Finalmente, la forma en que la película (de la que tanto Caviezel como Monteverde son parte fundamental) muestra el tráfico de niños fue criticada por organizaciones que efectivamente luchan contra este delito, como la National Children’s Alliance o Freedom Network USA, por considerar que el tema es tratado en forma “inexacta, sensacionalista y materialmente inútil”.
Un poco antes: el Comicsgate
El mundo de la historieta estadounidense también tiene ejemplos de creadores y títulos que embolsan cuantiosas sumas de dinero al abroquelarse detrás de ideales relacionados con la derecha conservadora. A mediados de la década pasada comenzó a formarse un movimiento luego identificado como Comicsgate, que se oponía al supuesto viraje del cómic de superhéroes hacia agendas más progresistas (sin advertir, al parecer, las alegorías que contenían, por ejemplo, las historias de mutantes como los X-Men en pleno movimiento por los derechos civiles en el país del norte). Más allá de los valores que aparecían apenas se rascaban algunos títulos y personajes, comenzó a formarse un núcleo duro de lectores y artistas que se oponían a la diversidad que, según ellos, inundaba los cómics que leían.
De nuevo, en 1970, una famosa historia de Linterna Verde incluía a un ciudadano afroestadounidense enfrentando al superhéroe y diciéndole a Hal Jordan: “Estuve leyendo sobre usted. Cómo trabaja para personas de piel azul y cómo en otro planeta ayudó a personas de piel naranja. Y ha hecho mucho por personas de piel violeta. Pero hay pieles de las que nunca se preocupó. Las pieles negras. Quiero saber, ¿por qué? Contésteme, señor Linterna Verde”. Dos años más tarde, un hombre afroestadounidense suplantó a Jordan y nadie acusó de woke a DC Comics. Al menos no con la fiereza de los últimos años.
Una vez que se reunieron bajo la bandera de Comicsgate, los grupos conservadores comenzaron a publicar videos criticando a esta “nueva” agenda, que rápidamente alcanzaban (y siguen alcanzando) decenas de miles de reproducciones. Y autores como Ethan Van Sciver, alejado de la industria por sus declaraciones racistas y misóginas, aprovecharon para financiar libros a través de plataformas de crowdfunding, que recaudaban millones de dólares con la promesa de volver a los “viejos” valores (que solían incluir jóvenes con pocos atuendos) y en muchos casos nunca llegaban a imprimirse.
Sonido de libertad. 135 minutos. En varias salas.