Ante todo: la ópera Don Giovanni es hermosísima. Sé de la importancia de Mozart para la música y me doy cuenta, por supuesto, de que es muy bueno, aunque no es de los que están más cerca de mi corazón. Vuelve a mi mente la sabida diferencia entre lo que nos gusta y lo que juzgamos bueno, que con un poco de cultivo se llega a ver como ejes ortogonales: hay manifestaciones que me gustan y me parecen buenas, hay muchas más que me parecen buenas pero no me dicen gran cosa, hay miríadas que no me gustan ni me parecen buenas, y hasta puede haber algunas, o tal vez no tan pocas, que no me parecen buenas pero me gustan (llamémoslas perversiones, o tal vez recuerdos afectivos). Sostengo, contra mucha gente –y estar en contra de muchos siempre es divertido–, que el juicio es bastante objetivo. Por ejemplo, a una distancia temporal de aproximadamente 35.000 años seguimos distinguiendo la intención estética y la tremenda calidad de las pinturas en la gruta de Chauvet.

Pero volvamos a Mozart. No será de mis más amados, pero en ópera sí. Y a su vez Don Giovanni es un monumento. Siempre vale la pena ir a verla, y esta vez también. Fui a la puesta del 21 de agosto en el Solís.

La Orquesta Filarmónica de Montevideo estuvo muy bien. Los cantantes en general también, con destaque de Sandra Silvera (la recordaba menos bien de lo que estuvo en esta ocasión) como Donna Elvira, de Sofía Mara (Zerlina) y especialmente de Hernán Iturralde (Leporello). A Donna Anna (Verónica Cangemi) la aplaudieron mucho, supongo que por los hiperagudos y porque es un personaje “bueno”, y cantó bien, pero me gustó menos. El Ottavio (Leonardo Ferrando) cantó muy bien “Dalla la sua pace”, un aria que a mí me encanta. Los dúos y tríos estuvieron muy bien o brillantes, así como algunos dúos entre cantantes e instrumentos.

La puesta, en cambio, no fue buena. Las proyecciones eran desprolijas y caprichosas, mostraban imágenes que no venían al caso, arriba de un par de cubos blancos. O ilustraban textual e innecesariamente la letra, que además de cantada está proyectada para su traducción. Hemos visto usar bien y estupendamente esa técnica del mapping, en teatro y en ópera, por el régisseur Marcelo Lombardero, entre otros. Este no fue el caso. Ciudades, mujeres, la Guerra de las Galaxias. Cualquier cosa.

Régie propiamente dicha se puede decir que no hubo. Salvo Donna Elvira y Leporello, que se ve que tienen oficio, los demás se paraban en el escenario, más bien al borde y de frente al público, y soltaban su aria. Escena no se hizo. En el pasaje de la boda de campesinos, a cualquier director se le hubiera ocurrido traer gente del cuerpo de baile, y se habría lucido sin mucho esfuerzo. Ni siquiera lo hicieron en el bailongo en lo de don Juan. ¡No bailaron!

El vestuario es otro error o capricho. ¿De qué están vestidos Donna Anna y Ottavio? ¿De soviéticos o de oficiales del Tercer Reich? Los campesinos blancos con aire espectral ¿a qué aluden? Dejo para lo último las alusiones políticas baratas a hechos y personajes del momento, algunas muy caricaturescas. Esta ópera puede permitir referencias a la inequidad entre ricos y pobres, entre la desigualdad entre hombres y mujeres, pero no panfletear.

Además, obviamente, ¡Don Giovanni tiene que ser un seductor! Si no, todo lo demás se cae. Un personaje envarado, simplista, y, sobre todo, sin gracia no es verosímil como seductor. Ese barítono, que no cantó mal, no era un donjuán ni de lejos. Creo que si se hubiera puesto a Leporello como donjuán todo hubiera sido más creíble. Pero, claro, habría habido que buscar otro Leporello.