Esta no es una lista de “lo mejor”, ni mucho menos de “lo peor”, ya que esas listas no deberían existir salvo en la privacidad de la mesa de un bar. A esta altura de la civilización la mayoría de las listas (las primeras, pero sobre todo las segundas) existen con el objetivo de hacer enojar a la gente. ¿Por qué? Porque eso las hace entrar en el artículo, eso aumenta el engagement. Y, por más que zafemos de gobiernos totalitarios, vivimos bajo la dictadura del clic. Además, hay grandes chances de que mi sesgo de visionado (no alcanzan las horas del día) convierta a mi lista de “lo mejor” en una maraña endogámica de ropa colorida y humor discutible.

Esta sí es, y perdonen por comenzar un párrafo de manera similar al anterior (el periodismo literario no es lo mío), una serie de acontecimientos que fueron tema de conversación durante el año, particularmente en las redes sociales, y más particularmente en lo que el algoritmo me arrima todas las mañanas (puro Hollywood, pero qué se le va a hacer). Quizás también lo fueron en mesas de bares, pero uno solamente puede ser testigo de lo que se habla en su propia mesa y, debo sincerarme, la mayoría del tiempo se elaboraban listas de “lo peor”. Mea culpa.

Barbenheimer

Era una joda y quedó. Así podríamos definir a una de las movidas de marketing involuntario más efectivas del año que pasó. Todo comenzó cuando los internautas descubrieron que dos de las películas más esperadas de la temporada de verano (verano de allá), bien diferentes ellas, compartían fecha de estreno. ¿Existiría público suficiente para ambas? ¿Qué título elegirían aquellos que solamente pudieran ver una? A partir de estas preguntas simpáticas empezaron a llegar toneladas de memes y humoradas a la red social conocida como Twitter, aunque su dueño se empeñe en otra cosa. Se combinaron imágenes promocionales, se elaboraron toda clase de pósteres y se generó una bola de nieve positiva (inusual para el mundo moderno) que visibilizó aún más el estreno de ambas cintas. Se discutió en qué orden convenía verlas, se compartieron toda clase de imágenes desde las salas de cine y, por supuesto, se las comparó, pero en buenos términos. Luego otros estrenos simultáneos quisieron subirse al carro, pero la masa creativa de Twitter no es tan fácil de manipular.

Fatiga superheroica

Hubo un tiempo en el que los westerns dominaron la Tierra, y ahí los tienen, asomando su cabeza cada tanto, junto con las películas de guerra y los musicales. Mientras tanto, llevamos 15 años en los que las bestias más grandes del planeta fueron las películas de superhéroes, pero hay quienes dicen que el meteorito ya puede verse sin necesidad de prismáticos. Es una metáfora (o una comparación, que es la hermana pasmada). Lo que quiero decir es que muchas personas hablan de una saturación de esta clase de películas, que terminó provocando una fatiga superheroica. Si me preguntan a mí, tiene más que ver con el agotamiento de fórmulas que con el agotamiento del público. Si van a estrenar cuatro películas por año que vistas con los ojitos entrecerrados parecen la misma (desde lo estético hasta lo narrativo), se van a dar cuenta. Por suerte este va a ser un año tranquilo en comparación, con pocos estrenos, con DC lamiéndose las heridas y preparando a Superman para 2025. A fatigarnos con otra cosa mientras tanto.

Foto del artículo 'Hechos y protagonistas del cine y la televisión del año que pasó'

Los Warner Bros. sean unidos

En las redes sociales es posible encontrar personas dedicadas a defender a multinacionales para las cuales ellas son solamente un número que está varias posiciones a la derecha de la coma. Vamos, que hay gente defendiendo a Elon Musk después de cada decisión caprichosa, ridícula y errónea que toma sobre la compañía que compró por hacerse el gracioso. Sin embargo, últimamente es difícil encontrar a alguien que defienda a Warner Bros., en particular a la administración actual que comanda David Zaslav. A sus películas de superhéroes ya les venían bajando el pulgar por deporte, pero en estos meses la compañía tomó algunas decisiones poco simpáticas, muchas de ellas como consecuencia de la unión (ya polémica) con Discovery. Cuando más arriba dije “Warner Bros.” debí decir “Warner Bros. Discovery”. Los problemas de caja que arrastran, que muchos creen que podrían llevar al longevo estudio a la bancarrota, llevaron a que Zaslav tomara la decisión de cancelar estrenos de películas terminadas de filmar, como Batgirl o Coyote vs. ACME, para descontar unos dolarcitos en impuestos. Esta última cancelación despertó tanto odio en Twitter que dieron marcha atrás y salieron a ofrecerla a otras compañías. Y si ven series clásicas de HBO en plataformas como Netflix, también tiene que ver con hacer algún pesito para que este fin de año los ejecutivos que llevaron a la compañía al lugar en el que está puedan tener su bono y utilizarlo para irse a esquiar a Europa junto con sus amantes. No, no puedo tener una postura calma y racional en este tema.

Arriba los que luchan

Mientras los ejecutivos de Hollywood continúan con su vida de lujos y adulterio, los responsables de las películas y series que los mantienen ricos tuvieron que utilizar el derecho a huelga, en muchos casos dejándolos en condiciones económicas complejas. El gremio de los directores fue el que primero aceptó los términos de un nuevo contrato y acordó con los estudios, pero las otras dos patas de la realización no dieron el brazo a torcer tan rápidamente. Entre mayo y setiembre se produjo una huelga de guionistas que dejó a directores y actores sin nuevo material para filmar, mientras el gremio protestaba por los avances de la inteligencia artificial, las escasas regalías en el nuevo mundo de las plataformas y los equipos de guionistas cada vez más pequeños. Se les sumaron los actores y las actrices, que detuvieron sus actividades entre julio y noviembre, dejando a los directores sentados en sus sillitas con nombre, pero sin textos ni quien los interpretara. Muchos guionistas y actores dependieron de la ayuda económica de sus pares, incluyendo aquellos más afortunados que pagaban el almuerzo de quienes estuvieron semanas y semanas haciendo piquetes frente a los estudios. Por supuesto que hubo internautas llorando porque su serie favorita tardaría un poco más en regresar, pero apreté el botón de silenciar más rápido que lo que desenfundan los protagonistas de los pocos westerns que se siguen filmando.

Game over, maldición

En Estados Unidos tienen una pasión con las rachas, los récords y las curiosidades que acá no tenemos. Probablemente porque allá tengan tipos a sueldo que se encargan de recopilarlas y acá todos medio que tenemos que estar al tanto de todo y andá a encontrar datos de cosas cuando hasta el precio de un litro de leche te lo pasan por privado. Existe una cuenta de Twitter (jamás X) llamada Scorigami, que durante los partidos de fútbol americano te dice las chances de que terminen en un resultado que jamás se haya visto en esa liga. El 31 de diciembre se produjo el 1084° (un 19 a 56). ¡En fin! Que para ellos era imposible que las adaptaciones de videojuegos fueran buenas, porque venían siendo malas o muy malas. Claro que si rascabas un poco te dabas cuenta de que la gran mayoría de ellas eran películas dirigidas por Uwe Boll, que nunca le dijo que no a un guion por malo. Pasamos a 2023, donde HBO estrenó la serie The Last of Us y rompió la racha (que seguramente ya estaba rota). Luego vino la película de Súper Mario, que sin ser ninguna maravilla se las arreglaba para no ser mala. Y empezaron a aparecer publicaciones decretando el fin de la “Maldición de los videojuegos”. Hasta que a nuestro amigo Boll le arrimen el guion de Candy Crush: la película y volvamos a empezar.

Sonido de incredulidad

Este también fue el año de Sonido de libertad, la película del montón que fue elevada al estatus de obra de arte por animarse a decir lo que otro montón de películas dicen todo el tiempo (que hay gente muy mala haciendo cosas muy horribles). Todo comenzó con una campaña de astroturfing, es decir, de inflar sus cifras de taquilla en forma artificial mediante grandes donaciones de grupos religiosos para convertirla en un “fenómeno”. Esto le aseguró un lugar en los medios de comunicación, porque todos sabemos que los ciclos noticiosos son cada vez más cortos, y que un clic es un clic. Para entonces el objetivo estaba cumplido, y el film sobre un hombre que rescata a niños víctimas de las redes de trata fue distribuido en todo el planeta, generando aplausos en numerosas salas (como la que me tocó estar). Más allá de algunas líneas que pueda bajar el guion, no parece ser una película peligrosa, aunque en su momento fue abrazada por conspiracionistas, de esos que creen que los políticos del Partido Demócrata secuestran niños y realizan rituales satánicos para extraerles una sustancia de la sangre que funcionaría como elixir de la vida eterna. Creer y reventar.